Quizá no exista un sentimiento más traicionero que el amor, pues generalmente suele manifestarse en la dosis equivocada. Solemos contemporizar cuando merece la pena lanzarse al vacío, a ojos cerrados; y tendemos a apostar todo por las causas imposibles, pese a que nos carbonicen. De repente, hay un día en que la vigilia se alarga más de la cuenta y, a la mañana siguiente, dos enormes ojeras negras atestiguan que, una vez más, hemos gestionado mal la situación. El amor y los desvelos suelen pasear de la mano en los momentos más inoportunos; y lo hacen entre carcajadas cínicas, pues, por definición, son dos grandes cabrones.
Publicaba este domingo un artículo La Vanguardia, firmado por el columnista John Carlin, que demuestra una admiración por el presidente del Gobierno que bien podría dar lugar a una de esas situaciones de desengaño, insomnio y llantina. Dios no lo quiera.
Nos encontramos aquí, casi con toda seguridad, con un claro ejemplo de exaltación del amor romántico. Cosa que puede ser peligrosa, dado que el objeto de admiración es el presidente del Gobierno, un hombre -a buen seguro- mil veces tentado por los cantos de sirena que acompañan continuamente a los poderosos. Eso sí, la actitud es comprensible si se tiene en cuenta que los medios están en crisis y que La Vanguardia siempre ha tenido cierta vocación por el 'oficialismo' que puede despertar este tipo de sentimientos incontenibles.
El texto de marras está firmado por Carlin, quien -explica- visitó recientemente el Palacio de La Moncloa junto con Jordi Juan -director del periódico- y Enric Juliana -director adjunto y delegado en Madrid- para entrevistar a Pedro Sánchez. La verdad es que cuesta encontrar en la prensa una demostración de admiración más sincera que la demostrada por este articulista tras su paseo por Moncloa.
Podría criticarse la actitud, pero también podría plantearse lo siguiente: ¿adónde nos lleva el periodismo aguerrido y rezongón? Incluso se puede ir más allá: ¿de verdad merece un presidente de esa talla, y con ese porte, ser golpeado por un periodista? Claramente, no. A fin de cuentas: ¿quiénes somos nosotros para opinar de estadistas de la talla del jefe de Moncloa?
Las perlas del artículo
El artículo se refiere Pedro Sánchez con frases como ésta: “Buenos hombros, también. Alto como Gerard Piqué, el jefe de Gobierno más guapo de Europa tiene el físico de un futbolista profesional. Podría tener no 48 sino 10 años menos”.
También reparaba en las cualidades anatómicas del presidente: “Durante la entrevista en el salón blanco había diez personas presentes. Todas tenían las orejas redondas u ovaladas –me fijé bien– salvo el presidente, que las tenía notablemente más grandes y en forma de rombo, con un punto aerodinámico que me recordó la cola de un avión. Quizá sean señal de macho alfa, que Sánchez lo es, o quizá le ayuden a conservar energía durante los 10 kilómetros que cuentan que corre cada día”.
Tras un paseo de 45 minutos por los jardines del palacio, bajo el canto de las chicharras y sin mascarilla ni distancia de seguridad, Carlin extrajo la siguiente conclusión: “Sánchez no padece el síndrome del españolito acomplejado, una buena cosa para un jefe de Gobierno. En parte, será, por los atributos que le ha regalado la naturaleza; en parte porque, a diferencia de sus antecesores cuyos fantasmas recorren los pasillos de la Moncloa, habla muy buen inglés: otro motivo para pensar que, pase lo que pase en su vida política, tiene el futuro como guía turístico asegurado”.
Podría decirse, parafraseando a José Luis López Vázquez, que el presidente tiene en el periodista de origen británico un admirador, un amigo, un esclavo y un siervo.
Un artículo para la historia
En tiempos en los que la prensa ha renunciado a denunciar los tejemanejes de los poderosos y se ha empeñado en buscarle las vueltas al Gobierno, pese al ahínco con el que ha protegido al país durante la pandemia, y pese a la incuestionable belleza fisica del presidente, se agradecen ejercicios de crítica tan robustos como el que ha realizado Carlin, quien en su artículo se ha empeñado en retratar a un presidente por sus cualidades políticas, físicas y humanas. Incluso desafiando el malestar que sus palabras podrían generar en su esposa.
Desde luego, si toda la prensa se empleara con la rotundidad con la que este columnista lo ha hecho en este artículo, y abandonara su equidistancia ante los grandes problemas de España, como el independentismo, otro gallo cantaría en este país. Bien merece el conde de Godó un reconocimiento por atreverse a publicar un texto tan mordaz.
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