Lo reclaman a gritos desde no pocos sectores separatistas: el patriarca del nacionalismo debe volver. ¿Su función? Ejercer de tope ante los desatinos de Puigdemont y reconducir la situación. Para eso necesitan blanquear su imagen vinculada a la corrupción, y ya están en ello.
Disgustado consigo mismo
En el campo separatista se había convertido en poco menos que un mantra: “Con Pujol esto no pasaría”. Cosas de los regímenes caudillistas. Al dictador se le atribuyen todas las virtudes y a sus correligionarios todos los defectos. Porque los que así se manifiestan olvidan que tanto Artur Mas como Carles Puigdemont son hijos políticos de ese mismo Pujol al que tanto dicen añorar. Hemos señalado en muchos artículos la supervisión por parte de Jordi Pujol de todo el proceso separatista, así como su enfado al ver como se llevaron las cosas a partir del 1-O. Que precisamente ahora, cuando Puigdemont está apurando el escasísimo margen para la pataleta del que dispone, el viejo político aparezca en un acto de homenaje a su persona, no es casual.
La asociación “Amics de Jordi Pujol” brindó la oportunidad de reaparecer en la escena política al fundador de Convergencia. Local sobrio del CIC, la Sala Joan XXIII del Institut de Cultura, llena de la vieja guardia más algunos inasequibles al desaliento: el ex alcalde de Barcelona Xavier Trías, los expresidentes del Parlament Núria de Gispert y Joan Rigol, el diputado a Cortes Carles Campuzano, ex altos cargos de la Generalitat, historiadores, periodistas afines y, cómo no, la esposa de Pujol, Marta Ferrusola, así como tres de sus hijos, Oleguer, Josep y Mireia. Artur Mas excusó su ausencia por problemas de agenda, pero hizo llegar un escrito en el que se declaraba totalmente partidario del expresident.
Todo ese marco incomparable de belleza sin igual se había dispuesto para que Pujol dijera lo que quiere decir desde hace semanas. Y lo dijo. Advirtió del peligro que supone malbaratar su obra de gobierno. Refiriéndose a las más de dos décadas en las que gobernó, fue contundente: “Este es un momento en el que muy bien podría suceder que el viento borrase nuestras huellas”, dejaba caer como una losa encima de Puigdemont y el círculo de Bruselas.
Pujol, que siempre ha sabido llegar al corazón del votante nacionalista, patriotero, pueril y conservador, habló de los peligros que acechan a “su” Cataluña. Conjuró espectros siniestros acerca del futuro de los Mossos, la escuela catalana, la sanidad, las cárceles –curiosa referencia teniendo su familia varias causas judiciales por temas de dinero-, para acabar reivindicando su obra de gobierno y la bona feina, el buen trabajo, que la caracterizó. Ahí es nada.
No son pocos los que han interpretado la irrupción de Pujol en la arena pública como la corneta del juicio final para el fugado y sus torpes maniobras dilatorias"
Pero, aparte de darse ese baño con sales perfumadas, Pujol fue más allá. Advirtió “a los que vienen detrás”, en clara alusión al de Bruselas, que “el pueblo no puede morir en un oasis decadente”. Habló de responsabilidad, de compromiso, de sentirse insatisfecho y dolido consigo mismo en algunos aspectos, aludiendo a los casos de corrupción que afectan a su familia, en fin, pujoleó todo lo que quiso y más, porque tenía al auditorio ganado de antemano.
No son pocos los que han interpretado la irrupción de Pujol en la arena pública como la corneta del juicio final para el fugado y sus torpes maniobras dilatorias. El viejo patriarca quiere que se forme gobierno ya mismo y que esté integrado por personas que no tengan cuentas pendientes con la justicia. Pero, sobre todo, lo que más quiere es que se forme sin Puigdemont, al que considera un político amortizado y eixelebrat, alocado. Ahora toca volver al peix al cove, al pacto, a lo de siempre.
Tener dinero en Andorra no era ético, pero si realista
Eso mismo se dijo en el acto, a propósito de la confesión que Pujol hizo en su día acerca de la famosa deixa de su padre. Roig i Rosich dejaba esta perla para las próximas generaciones de defraudadores: “Teniendo en cuenta que los presientes Maciá, Companys, Irla, Tarradellas, Puig i Cadafalch o Puigdemont terminaron en el exilio, seguramente no era muy ético tener dinero en el extranjero, pero la precaución era más que comprensible y realista”. El historiador se refería al relato que el propio Pujol ha mantenido siempre respecto a esa deixa, herencia, de su padre Fulgenci. Se trataba de salvaguardar al hijo que se metía en política por si algún día “venían mal dadas”. Y hete aquí que ya tenemos el nuevo mantra que limpia de todo pecado al ex President, habilitándolo para que vuelva a darnos de nuevo clases de moral.
¿Para qué todo esto? Muy sencillo, para investir al Avi, al abuelo, de pátina de honestidad –se empieza a escuchar cada vez más entre separatistas lo de “Es honrado, ahora bien, la familia es otra cosa…”– y reforzar su persona políticamente hablando. ¿Acaso espera volver a ser president Pujol? No. A sus casi ochenta y ocho años, el que fue el 126 president de la Generalitat ni quiere ni podría. Otra cosa es que mantenga el deseo de ser quien controla la vida política catalana desde las bambalinas, de ahí que se haya dado el pistoletazo de salida para otorgarle un aura de leyenda, de hombre serio, de político que hizo mucho por Cataluña, de ser humano que también cometió errores, de líder histórico.
Sin Pujol y su nacionalismo, no tendríamos ni a Puigdemont ni al proceso separatista. El hombre, confuso, no supo más que replicarme con un "Ya, bueno, pero ahora de lo que se trata es de continuar adelante, ¿no crees?"
Lo decíamos al inicio, todo régimen autoritario precisa un espejo en el que proyectar su propia mediocridad, haciéndola pasar por virtud. Y el electorado convergente se identifica al cien por cien con ese hombre con aspecto de botiguer, que sabe muy bien lo que le tiene que decir a cada uno. De ahí que Pujol les calme, les dé sosiego, les seduzca. Que en la Cataluña actual, fruto de la ingeniería social que Pujol planeó y llevó a término durante sus años como gobernante, encapuchados con palos agredan a pacíficos estudiantes de Societat Civil o que un independentista agreda a la esposa de un diputado electo, Juan Carlos Girauta, da lo mismo. Que la tensión social esté a punto de pasar a mayores, y si no vean el enfrentamiento entre los CDR y los GDR- Grupos de la Resistencia – en Barcelona, da igual. Ni les hablo de los miles de empresas que se han ido, de la paralización de la vida pública, del sin Dios que campa a sus anchas en TV3, todo es irrisorio para los que ansían un mesías que los saque del lío en el que se metieron.
Pujol ha decidido volver al ruedo, y eso parece complacer a no pocos separatistas. Uno de ellos, a la sazón diputado de Junts per Catalunya, me decía que eso sería algo muy positivo porque si alguien podía pararle los pies a Puigdemont era el viejo president. Yo le respondí que, sin Pujol y su nacionalismo, no tendríamos ni a Puigdemont ni al proceso separatista. El hombre, confuso, no supo más que replicarme con un “Ya, bueno, pero ahora de lo que se trata es de continuar adelante, ¿no crees?”.
Y ese es el quid de la cuestión. Para que las élites convergentes sigan mangoneando en Cataluña, a la que consideran como un cortijo de su exclusiva propiedad, hay que sacrificar a todos esos iluminados que, al fin y al cabo, no han hecho otra cosa que creerse todo lo que les contó Pujol durante décadas. ¿O es que el narcisismo de Puigdemont es menor que el de Pujol? Solo una cosa los diferencia, y es que, mientras que el segundo es un zorro, el primero es tonto de remate. Al final, el revival pujolista no es más que una cuestión de raposas. Unas saben cuando hay que esconderse y otras andan por el bosque llamando a gritos al cazador.
Ahora, raposas, lo que se dice raposas, lo son ambas.
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