Opinión

Jorge Javier y Ana Rosa: entre las dos Españas, 'ni la una, ni la otra'

Jorge Javier Vázquez pudo perfectamente creerse el rey del mambo cuando las cosas le iban bien. Era el presentador

Jorge Javier Vázquez pudo perfectamente creerse el rey del mambo cuando las cosas le iban bien. Era el presentador más popular de España y la audiencia de Sálvame y sus sucedáneos se contaba por millones. Pero los tiempos cambian y los gustos de los consumidores se refinan o se envenenan, así que del mismo modo que en el 435 se celebró la última pelea de gladiadores en Roma, el pasado verano se desarrolló la última sesión de ese circo contemporáneo. 

Quisieron resucitarle los gerifaltes de Mediaset España con un programa de entrevistas que se llamaba Cuentos chinos y que el presentador -según dijo- preparó con mimo. A su imagen y semejanza, con los chascarrillos, los contorsionistas y las musas que más podrían asociarse a su figura. La fórmula fracasó por la vía rápida diez episodios después de su estreno -su último programa marcó un 5,8% de audiencia- y Vázquez lo asoció a la fortaleza de su competencia: El Hormiguero, el gran Wyoming y una telenovela con gancho. No era poca cosa.

Cuentos chinos no era un mal programa. Al menos, no peor que El Intermedio, que huele a guardado, como las chaquetas del armario de un viejo oficial soviético. Las entrevistas de Jorge Javier eran mejores que las de Pablo Motos, aunque sus personajes, menos interesantes o rimbombantes. Lo que ocurre es que el programa lo emitieron en la franja equivocada, en el enésimo error de los sucesores de Berlusconi durante los últimos meses.

Eso ha terminado con el poco rédito que le quedaba a Jorge Javier Vázquez. Quizás se creyó el badalonés que era capitán en vez de soldado. Craso error. Al final, quienes no tienen concedidos ni laureles ni medallas están siempre al albur de las decisiones de los demás, sean como sean. Decía Robert Oppenheimer en la película que Nolan que “la brillantez lo aguanta todo”. No hay mayor falacia. El talento es una pluma. La mediocridad está forjada en hierro.

La crisis de Mediaset

Estas cosas son habituales cuando el río se revuelve y las aguas de Mediaset bajan desde hace un buen tiempo con corriente de fondo y tono turbio. La crisis podría decirse que se inició hace más de un lustro, cuando Vivendi inició maniobras para extender su huella en el sur de Europa y declaró la guerra a los Berlusconi. Eso provocó cierta inestabilidad en Italia, donde sus directivos ya atisbaban un fenómeno que se acentuó sobre todo a cuando arreció la pandemia, y es que los ingresos de las plataformas digitales no paraban de aumentar, mientras que los de las televisiones comerciales no se incrementaban en la misma medida. Desde 2020, caen.

A esto se unió el final de la etapa de Paolo Vasile en España, que fue demasiado atribulado. Su modelo de programación se desgastó de forma evidente y sucedió lo que en todos los negocios que están maduros: si el dinero no entra en caja de forma abundante, es muy difícil reconvertirse. Vasile se fue de España en su peor momento y Alejandro Salem llegó para sustituirle y se encontró una decadencia que no ha sabido frenar. Entre medias, se topó con la figura de Borja Prado, quien recorrió Madrid para prometer que Telecinco iba a terminar con la telebasura y a potenciar sus contenidos informativos… y para venderse poco menos que como el responsable de ese (falso) cambio de filosofía.

Ese cambio de rumbo implicó el asignar a Jorge Javier Vázquez un nuevo papel –de entrevistador estrella- y derivó en fracaso. En paralelo, se intentó utilizar el tirón de Ana Rosa Quintana para potenciar las maltrechas tardes de Telecinco. Su programa es previsible. No ofrece nada que no se hubiera replicado mil y una veces en la televisión… y no ha tenido mucho tirón entre la audiencia. Mejora algunos días la media de la cadena, pero su resultado es peor (en share) del que conseguía por la mañana. Ni la izquierda-pop de Jorge Javier ni la derecha de Ana Rosa han cuajado como muchos esperaban.

De momento, La Promesa y Sonsoles Ónega aguantan el tirón y superan ese programa. Eso sí, al menos, Ana Rosa podrá decir que ha neutralizado la amenaza de Jordi González, cuya aventura en La 1 La Plaza- ha durado un suspiro. Este asunto puede parecer menor, pero no lo es. Aquí también hay política. Los sindicatos de RTVE llevan mucho tiempo empeñados en que la corporación dispone de mucho margen para hacer producciones internas y para ocupar en la industria de la creación audiovisual una posición mucho más destacada. Esas presiones impulsaron a sus directivos a programar un magacín vespertino de factura propia. La idea fue catastrófica y el resultado, peor de lo esperado. Así que La Plaza ha desaparecido de la parrilla de programación, en otro sonoro fracaso.

A RTVE no le falta dinero para derrochar en este 2023. El Gobierno le ha garantizado un presupuesto de 1.200 millones de euros. No sucede así con las televisiones privadas, que viven una crisis de la que no está claro si saldrán reforzadas o con mucha menos musculatura. Eso hace más difícil que se recuperen de los golpes. La lógica es evidente: menos dinero, menos talento y menos ideas. Hay veces que las fórmulas innovadoras funcionan y se logra alimentar a una familia pobre con sopa de huesos y carne magra. Por eso fue brillante la idea de Atresmedia de programar culebrones turcos. Funcionan muy bien para lo que cuestan.

El problema es que el ingenio no siempre es suficiente. Especialmente, en un sector en el que tanto cuesta acertar, como es el de la televisión contemporánea, asediada por multinacionales como Netflix o Disney, con mucho dinero y talento comprado a golpe de talonario. Por eso, los fracasos han sido tan sonoros en este inicio de temporada. Por eso, puede llegar a chocar que entre una España y la otra, los espectadores no hayan apoyado ni a Jorge Javier ni a Ana Rosa.

Al final, todo es política, incluso en el sector del entretenimiento. El error es pensar que la ideología pesa más que el dinero. Para muestra, un botón.

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