Hay una España sana, mayoritaria, a la que no le interesan los altavoces ni las poses. No está en Twitter ni tiene la necesidad de expresar lo que piensa ante la masa. Se conforma con pagar su hipoteca, asegurar que la despensa guarda alimentos y apartar a sus hijos de la ruidosa -y a veces atractiva- población de imbéciles. Esa España no entiende a los politólogos de chaqueta de Ganso, pero tampoco a Carlota Corredera y Jorge Javier Vázquez cuando hablan en el mismo lenguaje de Irene Montero. No comprendió las lágrimas de cocodrilo de Rocío Carrasco ni todo ese tufillo ideológico de estos periodistas cuando se dedicaban a catequizar a la audiencia, en lugar de a entretenerla en esas tristes tardes de invierno en las que oscurece tan pronto.
Esa España ha entregado cientos de millones de euros a los responsables de todo esto, que son Silvio Berlusconi y, en menor medida, Paolo Vasile, su gobernador en la península y quien durante los últimos tiempos de su mandato tuvo que recordar a quienes le pedían explicaciones por el descenso de audiencia que su modelo de televisión les había llenado los bolsillos. Quien le ha sucedido, Alejandro Salem, ha decidido 'cargarse' Sálvame y todas sus versiones. Es decir, los programas a través de los que se estructuraba una gran parte de su parrilla de programación. Unos ejecutan y Borja Prado -como hacía en Endesa- se atribuye el mérito y el ejercicio de responsabilidad con el país en comidas, meriendas y cenas. Hay quien acostumbra a demostrar más poder del que tiene.
Así que Jorge Javier Vázquez y sus colaboradores perderán protagonismo en la parrilla de Telecinco próximamente. Lo harán con una imagen muy desgastada y con el rechazo de una buena parte de la audiencia que los apoyó durante años. La sobre-exposición tiene esas cosas: a uno le acaban aborreciendo quienes le querían. No estamos hechos para la permanencia eterna. Somos víctimas de la constante necesidad de respirar nuevos aires. Eso a veces implica que la mujer termine por odiar al marido y evitarle en el pasillo del hogar. Y eso provoca que la audiencia termine por rechazar a quien apoyó de forma incondicional.
No ha ayudado a retener adeptos el ego frágil de Vázquez, que fue seguramente el que le llevó a actuar de propagandista y el que parece ser que le llevará a partir de ahora a colaborar con otros ruidosos de la súper-poblada izquierda mediática nacional. "Hijo, te tengo dicho que no te metas en política". Jorge Javier no asumió que su función en la televisión era la de entretener. Eso se le daba muy bien. Al frente de los realities era un genio. No puede decirse lo mismo de su faceta de vocero de la izquierda más irreflexiva. Eso, unida a la soberbia propia de los inestables, provocó que la audiencia se fuera a Antena 3. O a La 1, a ver 'La promesa'.
Tampoco conviene engañarse: su audiencia no era mala. No alcanzaba el nivel de aquellos años, en los que Belén Esteban reaparecía en el plató del Deluxe para hablar de su nueva vida, tras unas semanas de retiro espiritual..., pero la cuota de pantalla era decente. Lo que ocurre es que la imagen de María Jesús y sus muñecos ya no era la misma de antes. Aquello ya olía a cerrado. A programa ajado y endogámico. Y la Operación Deluxe había dejado en una situación nefasta a sus directores, de La Fábrica de la Tele. Así que la decisión de la retirada se iba a producir tarde o temprano.
Pero la España que veía Sálvame no es menor. Los jubilados mantienen el televisor encendido varias horas al día -323 minutos, según Kantar Media- y los personajes de este programa les hacían compañía. A falta de emociones fuertes en el día a día, había quien se refugiaba en las historias de la Pantoja y derivados para trazar un guión paralelo al de su existencia, que, además, le concedía la oportunidad de despellejar a alguien que lo merecía. A villanas como la Ana María Aldón de turno.
Esa España es la que ve Supervivientes con un morbo similar; y la que comenta en la máquina de café del trabajo la última manifestación seminal de 'La isla de las tentaciones'. Es también la que descubrió con furor los culebrones turcos y la que escucha a Ana Rosa de fondo, por la mañana, mientras pasa el plumero. Es la España que denuestan quienes se sienten sofisticados por invertir su tiempo libre en "maratones" de capítulos de Netflix -rancho poco nutritivo, por lo general- y los profesores de secundaria de izquierdas que se piensan que lo que se dice en los debates de política es más relevante e intelectualmente elevado.
Telecinco caló en esa España y sustituyó a La 1 hace unos años como el canal de acompañamiento de las mañanas, las tardes y las noches. Antena 3 ha logrado algo similar por las tardes y en algunas noches, desde su robusto liderato actual. Pero no dudo que los Berlusconi aspirarán a recuperar el terreno perdido. ¿Con otro modelo? No lo creo. Seguramente, todo esto culminará en un ejercicio de gatopardismo por el que se terminará en un lugar muy cercano al actual, pero con otros directores de orquesta. Entre otras cosas, porque esa audiencia que se ha quedado en la televisión (menor a la de años atrás) es lo que reclama.
Jorge Javier Vázquez tiene contrato de presentador con Mediaset España, pero ahora, sin la carga de Sálvame, seguro que tiene más tiempo para ilustrar con su interesantísima visión sobre la sociedad y la justicia social a esa España tan pequeña y tan ruidosa que es la de Más Madrid y derivados, con tanto afán por opinar en Twitter sobre los comportamientos reaccionarios de los demás, y con tanta vocación por las movilizaciones de baja intensidad. Las que consisten en solidarizarse con unos y con otros desde el sofá, con un ’like’ o un ’retuit’, en venerar a Yolanda por no sé qué... y en llenar un cajón con camisetas con mensajes.
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