José Félix Tezanos Tortajada nació en Santander el 5 de agosto de 1946, en el seno de una familia de clase media que pronto se trasladó a Madrid. Fue un estudiante brillante que ya desde joven, como tantos, estuvo vinculado a grupos cristianos, que fueron, durante el franquismo, uno de los escasos refugios que le quedaron a la izquierda. No quedan hoy vivos tantos militantes que se afiliasen al PSOE antes de la muerte del dictador; Tezanos lo hizo en 1973, en la Agrupación Socialista Madrileña que lideraba –en la clandestinidad subterránea, como es lógico– Pablo Castellano. Fue detenido varias veces, de chaval. También encarcelado en Carabanchel.
El joven José Félix comenzó Derecho pero acabó estudiando lo que le gustaba: sociología. Es uno de los “padres” de esa ciencia en la España contemporánea, porque se doctoró en Políticas y Sociología por la Complutense, fue catedrático de lo mismo en la Universidad de Santiago de Compostela y fue el impulsor (y primer decano, catedrático también) de la facultad de Políticas y Sociología en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Su mejor maestro fue Salustiano del Campo, que dirigió su tesis doctoral y le impulsó en los primeros años de brega académica.
Entre 1973 y 2017, Tezanos ha escrito más de 80 libros científicos y dos centenares de monografías sobre sociología en todas sus variantes. Sus enemigos, que tiene unos cuantos, dicen que no ha aportado nada académicamente relevante y que la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas rechazó su admisión en 2009, lo cual provocó que Gregorio Peces Barba, su presentador, abandonase la Academia. Sus amigos, alumnos y allegados, que también tiene bastantes, dicen que ha renovado esa ciencia en España y que es el maestro de muchos, como es natural. En 2011 Tezanos cometió pecado de literatura y publicó la novela La rama quebrada (ed. Salto de Página), que había comenzado a los 18 años. No reincidió.
La trayectoria de Tezanos en el PSOE es irregular y también, según las épocas, algo soterrada. En un principio fue guerrista pero luego dejó de serlo, lo cual no tiene nada de particular porque eso le ha pasado a muchísima gente. Fue el creador y director (desde 1981) de la Fundación Sistema, que presidía Alfonso Guerra, y dirige las revistas Sistema y Temas para el Debate, donde ha publicado muy buena parte de su obra. Felipe González le incluyó dos veces en la Ejecutiva del PSOE (1988 y 1990) como secretario de Formación. Antes, en 1980, fue miembro del Comité Regional del PSOE de Madrid y después lo sería del Comité Federal, en la segunda mitad de los 90. Nunca fue ministro, ni director general, ni subsecretario, ni cosa que lo valga. No por falta de oportunidades, que las tuvo, sino porque entre la política y la Universidad, prefirió siempre la Universidad, mundo más oscuro y laborioso a efectos de resonancia pública pero mucho más luminoso si uno busca el esclarecimiento personal. Casó de joven con Pilar Vázquez y tuvo tres hijos. Los tres brillantes, alguno quizá más conocido internacionalmente que su padre.
José Félix Tezanos regresó (asomó brevemente) a la primera línea de combate política en 2017, cuando escuchó la flauta hamelinesca de Pedro Sánchez (quien acababa de reconquistar la secretaría general del PSOE, perdida a manos de la conjura previa habitual) y accedió a ocupar la Secretaría de Estudios y Programas del PSOE, en la Ejecutiva. Ahí se enfrentó con Alfonso Guerra. Fue uno de los diseñadores tanto del programa de Sánchez como del propio Sánchez, si hay que creer a las voces del subsuelo del partido, que pueden no ser del todo creíbles pero desde luego sí abundantes.
Duró poco en el puesto. La entonces vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, le puso delante una tentación que Tezanos, sociólogo vocacional y experimentado, no podía rechazar: la presidencia del Centro de Investigaciones Sociológicas, el célebre CIS, caldero hirviente de la sociología práctica, aplicada, política y desde luego electoral de nuestro país. El sancta sanctorum de esa ciencia, fuera de la universidad. Tezanos supo desde el principio dos cosas: que era el momento de aplicar sus conocimientos, lo cual estaba muy bien, y que le iban a zurrar de lo lindo, cosa que empezó a ocurrir desde el mismo momento de su nombramiento y que no ha dejado de suceder hasta ahora mismo.
El CIS es un organismo público, independiente y científico que se ocupa, mes tras mes y barómetro tras barómetro, del análisis sociológico de la población española en todos sus aspectos y dimensiones. Es, por lo tanto, independiente de la política y de quién sea el presidente de turno. Esa es la teoría.
Pero es una teoría que jamás se ha creído nadie, sea cierta o no. Uno de los trabajos más llamativos del CIS es la realización de encuestas de intención de voto. Tiene unos medios y una experiencia infinitamente mayores que cualquier empresa de sondeos, exista o no (porque más de una y más de dos y más de tres son inventadas), pero la realidad es que las “encuestas electorales” del CIS suponen apenas el 15% de la actividad que desarrolla el Centro, muchísimo más compleja y científicamente apasionante. Da lo mismo. El CIS, a ojos de la mayoría de los españoles y de la práctica totalidad de los políticos, es el que predice qué es lo que vamos a votar todos cuando lleguen las elecciones, y esa es una información muy valiosa. Hace muy pocos siglos, a los del CIS les habrían quemado vivos por brujería, profecía y práctica de las negras artes de la adivinación. Hoy los queman vivos (en la prensa, por lo general) porque se equivocan o porque no dicen lo que cada cual quiere oír.
Desde la muerte de Franco para acá, el CIS ha tenido 16 presidentes. Los primeros se libraron porque, en la opinión general, la sociología electoral española pertenecía casi al mundo de los horóscopos, pero eso cambió pronto y, desde Julián Santamaría (1983-1987) hasta hoy, casi no ha habido presidente del CIS que no se llevase una buena ración de latigazos generosamente administrados por la prensa contraria al gobierno que hubiese. Presidentes del CIS han sido Rosa Conde (ministra con Felipe González), Pilar del Castillo (ministra con Aznar), Ricardo Montoro (hermano de Cristóbal Montoro, ministro con Aznar y Rajoy) y varios más. A todos les ha pasado lo mismo: que les han acusado de “cocinar” los datos y de manipular las encuestas en favor de su partido, o del partido que les había nombrado. A todos. Tezanos no es una excepción.
¿Mentían, en realidad? ¿Manipulaban? ¿Cocinaban? ¿Trataban de favorecer a los suyos? Pues eso es imposible de saber. Ellos, todos ellos, dicen que no. Sus rivales políticos dicen que sí. Pero el presidente del CIS es tenido por manipulador, y acusado de serlo, desde el momento mismo de su nombramiento hasta varios siglos después de su muerte, dicho sea esto en sentido figurado.
Tezanos, al llegar al CIS, dejó claro que su trabajo (el del Centro y el suyo) no era el de adivino. No consistía en adivinar qué íbamos a votar los españoles el día de las elecciones, sino qué votaríamos en el momento en que nos hacían la encuesta, que no es lo mismo ni mucho menos: el CIS sí ha demostrado que más o menos la mitad de los españoles no sabe a quién va a votar cuando comienza la campaña electoral. Pero hizo más cosas. Cambió el método por el cual se hacen los cálculos, y lo cambió, como él mismo dijo, “eliminando la cocina”: es decir, prescindiendo de datos como el “recuerdo de voto” y haciendo caso tan solo de otros dos: la simpatía y la intención directa de voto. Es decir, que las prospecciones electorales del CIS se presentan mucho más “en bruto” que otros sondeos, que siempre usan una muestra muchísimo más reducida y, por tanto, menos fiable. También mucho más “aliñada”, esto es incuestionable.
¿Por qué es importante esto? Por lo que se conoce como “efecto arrastre”. Muchos sociólogos, no todos ni mucho menos, sostienen que saber de antemano (o convencerse de) quién va a ganar favorece a los partidos a los que se da por ganadores. Pero otros sostienen lo contrario. También esto depende, en demasiadas ocasiones, de la preferencia electoral de quien mantiene una teoría o la opuesta.
Pero la realidad es tozuda. Desde que Tezanos es presidente del CIS (2018), todos los “barómetros” de la institución pronostican muchos más votos al PSOE que los que después obtiene en las urnas, y muchos menos a los demás partidos; esta equivocación “para menos” se ha notado con el PP, pero especialmente con Podemos y sobre todo con Vox, partido al que los resultados finales han otorgado, una y otra vez, muchísimos más votos y escaños que los que pronosticaba el CIS.
¿Por qué? ¿Mienten los ciudadanos cuando los encuestadores les preguntan? Eso dice Tezanos, que hay mucho “voto oculto” (y, cabe deducir, vergonzante) para la extrema derecha. Pero en las “adivinaciones”, siempre arriesgadas, es cierto que el CIS, cuando se ha equivocado, lo ha hecho siempre en la misma dirección. Una dirección que se toma con poca luz, casi a oscuras, por así decir en un túnel en el que cuesta trabajo ver los datos y colocarlos como es debido.
Ese es el motivo por el que Tezanos, hace muy pocos días, ha vuelto a corregir el método del cálculo. El resultado es que, de un día para otro, los tres partidos más votados (PSOE, PP y Vox) han sido bendecidos con un aumento más que notable en su intención de voto, mientras que los demás (Unidas Podemos, Ciudadanos et alii) parecen hundirse en las negras tinieblas del extraparlamentarismo. O casi.
Tezanos ha superado ya la edad de jubilación de los cardenales (los 75 años) y sin la menor duda estará deseando refugiarse en su jardín de Torrelodones (Madrid) para leer y escribir, que es lo que le gusta. Un día u otro lo hará. Pero no hay peligro: quien le suceda al frente del CIS, sea quien sea y del partido que sea, será objeto desde el primer minuto de las burlas, pullas, mofas, chacotas, improperios y desprecios que, desde hace décadas, destina la prensa al presidente del CIS. Con razón o sin ella. Eso jamás ha tenido la menor importancia.
Las imprecisiones del topo
El topo europeo (Talpa europaea) es una especie de la numerosísima familia de los tálpidos, que están presentes en medio mundo y que, en contra de la opinión más generalizada, no son roedores ni tienen nada que ver con las ratas.
Es un animal subterráneo y cavador, discreto y muy eficiente en su trabajo. Tonto no es; evita los suelos demasiado secos o demasiado fangosos, lo cual indica algo muy claro: una tierra donde hay topos es una buena tierra, casi siempre idónea para macetas.
Es verdad que ve muy mal, porque se pasa la vida bajo tierra. Se fía de su olfato de su tacto y, según los casos, de su oído. Excava larguísimas galerías subterráneas que se comunican con el exterior por característicos respiraderos, pequeños montículos de tierra en los que deposita lo que ha excavado, como si fuesen las conclusiones de un barómetro. En lo más oscuro y recóndito de sus galerías está el nido en el que el topo vive y se reproduce. Es un lugar tibio y cómodo, con la temperatura, diríase, de una cocina. Pequeña pero eficaz.
Las galerías de los topos, que a veces miden cientos de metros, con frecuencia se cruzan y entrecruzan, se comunican unas con otras, suben y bajan, van y vienen, y no es del todo extraño que el topo se haga un lío espantoso con ellas. A pesar de su buen sentido de la orientación, a veces se pierde, se equivoca, medio se marea y deja galerías sin terminar, hace otras que no sirven para nada y al final decide cambiar de prado y volver a empezar, lo cual no ayuda a que el resto de los animales le tomen en serio, a pesar de lo mucho que trabaja. Los seres humanos, sobre todo los agricultores y jardineros, consideran al topo una plaga, muy en especial si son de otro partido. No es, por lo tanto, un animal prestigioso, a pesar de que él se tiene por tal y se enfada bastante cuando se le afean los errores y las imprecisiones que comete.
Para poner las cosas aún peor, el topo está emparentado con las musarañas y con los desmanes (tálpidos acuáticos), lo cual, la verdad sea dicha, no ayuda mucho a su consideración pública ni al respeto que el topo, animal serio, cree merecer.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación