Opinión

José Luis y Pedro, los hermanos Esdrújulos

Zapatero y Sánchez tienen similitudes que van más allá de las esposas rubias y angulosas y de su afición por el baloncesto

José Luis y Pedro. Pedro y José Luis. Tanto monta. No, no es cosa de mi imaginación. Pedro Sánchez es el calco de José Luis Rodríguez Zapatero. Su resurrección en carne rejuvenecida. Serán jugadas del destino, pero el último presidente socialista parece una copia del anterior, hecha con un pantógrafo que ha aumentado los defectos.

No daba esa impresión al principio. Los dos, sí, tenían en común la grisura de unas trayectorias anodinas. Carecían de la experiencia vital, la solidez intelectual e incluso de la brillantez de otros dirigentes veteranos del PSOE. Tanto que pocos, incluso en su propio partido, apostaban por verlos en el papel de presidentes. Vivimos tiempos de degradación de los liderazgos, dicen los expertos. Pero después de su llegada azarosa a Moncloa, ambos han mostrado curiosas similitudes, que van más allá de las esposas rubias y angulosas y de su afición por el baloncesto.

Para empezar, se sobrevaloran tanto como los subestiman los demás. Por eso son tan obstinados. Han demostrado que la tenacidad es la mejor palanca para alcanzar las metas, y llegar al poder les ha convencido de su condición de seres providenciales. En España y el Universo. Arropado por una extraordinaria conjunción planetaria, Zapatero hizo suya la Alianza de Civilizaciones, que al menos sirvió para alimentar la burocracia de la ONU y colocar a Miguel Ángel Moratinos. Y a lomos del Falcon, Sánchez visitó en apenas unos meses a la mitad de los líderes del mundo y trazó con Tim Cook, director ejecutivo de Apple, “los retos del futuro en el contexto digital”, según anunció en un tuit memorable.

Más intrépidos que nadie, al grito de ‘¡dejadme solo, que los arrollo!’, han querido desbrozar caminos forzando las costuras institucionales y dinamitando consensos

Pero es sobre todo en el solar patrio donde han desplegado un adanismo desconcertante. Ellos han descubierto las políticas sociales, el diálogo y la pólvora. Más intrépidos que nadie, al grito de “¡dejadme solo, que los arrollo!”, han querido desbrozar caminos nunca hollados por sus predecesores, aunque para ello hayan tenido que forzar las costuras institucionales y dinamitar consensos. Uno se embarcó en el Pacto del Tinell, se tragó la reforma del Estatuto catalán y desató el tornado amarillo. El otro, más osado, creyó que podía domarlo en su beneficio. Pero Torra y los del lazo son muy suyos, y al final, pese a las cesiones, acabó descabalgado, para alivio general.

Y mientras ejercían de aprendices de brujo en el desafío más grave de la democracia española, los dos encontraban tiempo para tramar estrategias de choque con la Oposición. A falta de proyectos apremiantes, blandían los colegios concertados, la mezquita de Córdoba, el lenguaje inclusivo o el uso de la historia como armas arrojadizas. Y Franco ha vuelto a apoltronarse en la sala de estar de los hogares españoles. Pero los que crispan y los que vuelven al pasado son los otros. Porque ellos son bondadosos. Son tolerantes. Son comprensivos. Y quieren mostrarnos el camino de la superioridad moral. Ponen el Estado y los recursos públicos a su servicio, ya sea con el Plan E o con los Viernes Sociales, pero siempre es por nuestro bien. Zapatero patentó el concepto de cordón sanitario, pero se erigió en el Hombre del Talante. Sánchez ha ido más lejos, al ligar su futuro con el independentismo y la izquierda radical, mientras ahora advierte solemne de que “no se puede ir a la vez con el sentido común y los extremistas”.

Con Zapatero y Sánchez pasa una cosa curiosa: llega un punto en que no se sabe bien si son visionarios o estúpidos; si son temerarios o viven en una realidad paralela; si se creen lo que dicen o son unos cínicos redomados. El caso es que los dos son mucho más listos que sus rivales. Tienen inteligencia táctica y manejan bien la comunicación. Logran vender su mercancía y cautivar a los corresponsales extranjeros.

Comparten la práctica de poner el Estado y los recursos públicos a su servicio, ya sea con el ‘Plan E’ o con los ‘Viernes Sociales’, pero siempre es por nuestro bien

¿En qué otras cosas coinciden? Son vengativos. Zapatero laminó al PSOE y Sánchez continúa con la poda. Pero mientras Zapatero era más de esconder los cadáveres en el armario, con Sánchez salpica la sangre, para que sirva de escarmiento. Ahora afila la cimitarra para segar la cabeza de Susana Díaz. Con ella, la que más le ha retado, no habrá clemencia.

Comparten además el amor por la terminología vacua. El supervisor de nubes tiende a Paulo Coelho (“La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento” o “Lo inteligente es acertar con la respuesta”). Pedro no tiene esa vena lírica y prefiere aferrarse a los eslóganes, que suelta como puñetazos. Del “no es no” a “el futuro nunca se ha conquistado dando pasos hacia atrás”.

Y a los dos les apasionan las palabras esdrújulas, aquellas que tienen el acento tónico en la sílaba antepenúltima. Máxima, oráculo, pone el diccionario como ejemplo. Pues a Zapatero y Sánchez les gusta esdrujulizar (la palabra existe, editor, no me la quites). “Sólidaridad”, decía Zapatero (bueno, decía sólidaridaz). “Génerosidaz”, dice Sánchez. “Cónstitucional”, dicen ambos, aunque luego la Constitución les moleste un poco, como la etiqueta de un jersey. Bien, pues esdrújula viene del italiano sdrucciolo. Que significa resbaladizo. Así son los dos. Esdrújulos y resbaladizos.

La principal diferencia es que a Sánchez aún le falta ganar unas elecciones. Quizás lo logre. Porque otra cosa que tienen en común es que ambos parecen haber nacido con un clavel en el culo.

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