Escribo hoy de un personaje con apodo de bandolero, El Campechano, que durante cuatro décadas reinó en España con inteligencia emocional suficiente como para ganar de calle, una y otra vez, aquella encuesta anual en la cual una conocida marca de cerveza preguntaba a los españoles: “Con quien se iría usted de cañas?”; triste y soltaria figura que, perdidos ya fama y honor entre esos compañeros de cañas por culpa de su mala cabeza con la entrepierna y el dinero -más por lo segundo que por lo primero, hablemos claro-, vaga hoy sus horas muertas por los pasillos de un hotel resort de lujo de las Mil y una Noches en el desierto de Abu Dhabi.
Hace dos semanas nos enteramos -Jesús Ortega lo contó aquí en Vozpópuli- que el desterrado ha expresado a su hija Elena, y ella transmitido a su hermano, Felipe VI, Rey de España, su deseo de volver a casa por Navidad, como El Almendro. Lo cual, en las fechas que estamos y teniendo en cuenta el frágil estado de salud de unos casi 84 años tan mal llevados, se convertiría en simple gesto de humanidad si no fuera porque el beneficiario en cuestión es el mismo no hace tanto se aparecía mucha Nochebuena a tomarnos el pelo con eso de “la Justicia es igual para todos” ; y si no fuera, también, porque ahora le toca a su hijo y no es cuestión de reventarle el discurso institucional más esperado del año.
Pues bien, después de la exclusiva de Ortega, este lunes contaba en El Confidencial José Antonio Zarzalejos, monárquico confeso y habitualmente bien informado de/por la Casa Real, que no se trata solo de que Juan Carlos I quiera volver por Navidad, es que pone condiciones. Sí, han leído bien, (nos) pone condiciones, sea cuando sea su vuelta… a su hijo, al Gobierno, a usted lector y a los 47 millones de españoles: quiere residir en su casa -la que pagamos a escote-, el Palacio de La Zarzuela, junto a los Reyes y sus nietas, la infanta Sofía y la princesa Leonor cuando vuelva de estudiar en Gales; y, ya puestos, exige que le paguemos una “asignación económica” (sic) cuya cuantía, seguro, será muy superior a la pensión de mil euros con la que malviven casi todos los españoles jubilados de 84 años.
Además, el Rey Emérito nos hace saber que no le gusta nada que el presidente Pedro Sánchez haya dicho que estaría bien a su vuelta diera una “explicación” a los españoles sobre esos cientos de millones de euros evadidos, por más que la Fiscalía vaya a archivar el caso y los tribunales miren para otro lado amparándose en su inmunidad constitucional como jefe del Estado cuando perpetró el latrocinio contra Hacienda somos todos. Presuntamente, insisto.
Lo de residir en La Zarzuela, donde Felipe VI podrá controlar la información, parece hasta lógico; mejor el hermetismo de La Casa que la finca de Albacete o el piso de su hija Elena en el centro de Madrid con decenas de cámaras y directos del Sálvame Deluxe
Vaya por delante que lo de residir en La Zarzuela, fuera del alcance de las cámaras de televisión, un lugar desde el que Felipe VI y su guardia de corps puedan controlar la información salga del desaguisado -y estoy siendo muy generoso en la descripción-, parece hasta lógico; mejor el hermetismo de La Casa que la famosa finca de un amigo en Albacete y, no digamos, el piso de su hija Elena en el madrileño barrio de Salamanca con directos de Sálvame Deluxe y polígrafos al acecho.
¿El resto? ¿Un “sueldo” para el Emérito -sin retención de IRPF, perdonen la broma- y su presunto cabreo porque los españoles le piden una explicación? ¿Volver a dar dinero público a quien no va a ostentar ningún tipo de representación de la Corona y ya le fue retirada la asignación por tener cuentas de dinero negro en Suiza? ¿Reclamará el Ministerio de Hacienda esos ingresos de la asignación en caso de descubrirse más cuentas en paraísos fiscales, para afrontar así una nueva regularización fiscal? En serio, ¿Se han vuelto locos él y su entorno?… Porque todo lo que no sea enajenación transitoria como explicación al “sueldo” parece un mal chiste.
Sinceramente, creo que estamos asistiendo a la caída en barrena de un hombre descontrolado que ha perdido el norte y lo que significa la institución a la que representó. Las últimas noticias de Vozpópuli y otros medios revelan lo errado que fue dejarle marchar fuera de España y lo urgente que es traerle de vuelta, pero sin “sueldo” y para que deje de hacer campaña por la III República en una sociedad la española muy proclive en el pasado a los enfrentamientos por un quítame allá ese monarca.
Juan Carlos I da señales de no ser consciente de que su delicada situación penal y política, si de algo requiere, es máxima discreción para que Felipe VI y el Gobierno puedan capear el malestar de una opinión pública que ya no le debe nada, al contrario
No se si es la distancia con la Península arábiga o, directamente, el consejo desaforado de mucho palmero Juancarlista a destiempo, pero Juan Carlos I se está jugando su epitafio y él ofrece constantemente señales de no ser consciente. Su delicada situación penal aquí, en Suiza y en Gran Bretaña, si algo requiere es máxima discreción y apartamiento del foco, para que su hijo y el Gobierno puedan capear el malestar de una opinión pública que ya no le debe nada. Más bien al contrario.
Felipe VI necesita de su padre, ahora más que nunca, la misma discreción que éste desplegó para reinar con mano izquierda y derecha, dando a España los mejores cuarenta años de nuestra historia en todo: una paz social inédita después de cuatro guerras fratricidas en 150 años -sí, cuatro, las tres Carlistas y la Civil-, estabilidad política, convivencia y tolerancia, y un crecimiento económico que situó al país como décima potencia mundial en la primera década de este siglo con 30.000 dólares de renta per cápita.
Aquel hombre que supo renunció al poder absoluto que le otorgó Francisco Franco a su muerte en 1975, hasta convertirse en cabeza de un sistema de monarquía parlamentaria constitucional moderna y equiparable a cualquiera del entorno europeo, no puede ahora echar por tierra ese legado con una rebeldía adolescente absolutamente disparatada exigiendo la paga.
Hablemos claro, señor, usted ya no es nada para muchos españoles y va camino de ser menos en la memoria colectiva si se empeña en mantener un protagonismo extemporáneo que nadie está dispuesto a darle fuera del que le tiene reservado el guión de la historia. Ese guión en el cual, tras la muerte que usted ya ve en lontananza, el tiempo hará de cedazo para separar el grano de su buen hacer político de la paja de los comisionistas a tanto la cuenta en Suiza, los primos descuideros, las Bárbara Rey y las Corinna Larsen Zu Sayn Wittgenstein, que aunque tiene nombre largo de princesa austrohúngara de cuento, usted ya ha descubierto amargamente que no lo es.
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