Eran las ocho y veinte de la tarde del 23 de febrero de 1981. Jordi Pujol, presidente de la Generalidad de Cataluña, muy asustado y algo fuera de sí, puso todos los medios a su alcance para hablar con el Rey mientras el Congreso, tomado por Tejero, esperaba al llamado “elefante blanco”, criatura que hoy sabemos personificaba el general Armada. Y cuando Pujol lo consiguió, el entonces Rey de España -que luego diría que el presidente estaba “cagado de miedo”, le dijo esto: "¡Tranquilo, Jordi, tranquilo!". Tiempo después Pujol contó a un grupo reducido de periodistas que no encontró el sosiego que buscaba, y que el monarca resultaba poco creíble: sabía pero no sabía, hacía pero no hacía.
Lo cierto es que aquel 'tranquilo, Jordi, tranquilo' corrió como el rayo por todo Madrid, como si Juan Carlos hubiera hablado con todos aquellos que tenían miedo y posibilidades ciertas de irse a otro sitio si el golpe de Estado triunfaba. Hoy sabemos que uno de esos era el propio Pujol, que ya tenía sus millones, los de la herencia del avi Florenci y otras mordidas que hemos ido descubriendo recientemente de su infame familia. No era el único. Siempre se especuló que Juan Carlos tenía el riñón cubierto, por si llegara a triunfar una de las varios intentonas involucionistas que se vivieron. Cuentan que tenía el miedo en la piel por el recuerdo de los días aciagos que vivió su padre en Estoril, siempre pendiente de la ayuda económica de los monárquicos millonarios que por allí mamoneaban a cambio un pedigrí democrático que, ¡ay!, Juan de Borbón no podía dar porque nunca tuvo esa condición. Pero así se escribe la historia. La que no merece la H mayúscula.
Ni Juan Carlos era lo que la Falange en los 60 decía, el bobón, ni lo que la oposición clandestinas creía, el breve
Hoy Juan Carlos de Borbón y Jordi Pujol viven sus últimos días envueltos en el escarnio y la vergüenza. El Borbón nació en el exilio y puede morir en él. Caprichos de la vida. Lo de Pujol, su esposa e hijos conforma una saga cleptómana que convive con la estulticia separatistas del España nos roba. Allá ellos.
Lo del Emérito tiene otras consideraciones porque, a diferencia de su padre, este reinó y pilotó momentos de dificultad cuando España se jugaba su ser o no ser. Con lo que sabemos ni Juan Carlos era lo que la Falange en los 60 decía, el bobón, ni la oposición clandestinas creía, el breve. Ya era muy astuto, y pronto llegaron los primeros rumores de un rápido y poco claro enriquecimiento. Me pregunto si Santiago Carrillo viviera -él fue el que lo llamo Juan Carlos el breve-, sabiendo que el Rey padre no era un embajador de las empresas españolas sino un vulgar y avaricioso comisionista, volvería a afirmar que él no era monárquico, pero si juancarlista. Aquello de Carrillo ayudo y no poco a que la Transición no terminara antes de tiempo.
Juancarlistas ha habido a millones en este país. Hoy sólo los muy cafeteros ponen la mano por un Rey que el tiempo acabará descubriendo cuál fue su verdadero papel el 23-F. Para estos días, en los que hay más tiempo para la lectura, les recomiendo encarecidamente el libro de Javier Cercas, Anatomía de un instante (Ramdon House, 2009)
También se equivoca
El mismo Cercas decía ese año al diario El País: ”El Rey no organizó el golpe, está claro, lo paró. Nadie podía pararlo si no era él, que tenía el poder de hacerlo. Pero eso no significa que tengamos que santificarlo. El Rey también se equivoca, e hizo cosas que no debería haber hecho. La verdad es que lo facilitó y en eso se equivocó, como se equivocó gran parte de la clase política”. O sea que lo facilitó. Vale. Y a lo que se ve, y siguiendo el hilo del escritor extremeño, siguió haciendo cosas que no debía hacer. Hasta ahora.
Felipe VI hace lo que puede, pero la nómina de monárquicos y felipistas decrece entre la indiferencia y la indignación de los ciudadanos. Ya no hay lugar para los turiferarios. Después de lo de Urdangarín, ahora su padre. No hace falta que vengan los de Podemos, ni los de Bildu ni los de ERC, se basta la familia sola con esta tremenda capacidad y devoción para el suicidio dinástico. Gente vulgar que ha vivido en palacios.
Juan Carlos ha buscado abogado, lo ha encontrado en la persona de Javier Sánchez-Junco, un antiguo fiscal anticorrupción muy conocido en la década de los noventa por encabezar la causa contra Mario Conde en el caso Banesto. Su espacio en España es limitado. Con estas sospechas con tanto fundamento no puede ir a ningún acto sin que alguien, con razón, le recuerde sus fechoría financieras. Hay quien piensa que debe salir cuanto antes de su residencia en la Zarzuela, que debe renunciar a los beneficios que eso conlleva, y que mientras sale el juicio lo mejor es que se vaya de España. Y así lo creo yo. El mejor favor que le puede hacer a su hijo es desaparecer. Y que lo haga ahora que no se notará mucho, tan entretenidos como estamos con el Covid-19.
Felipe VI, un hombre que se ganas el sueldo a diario, razonable y discursivo, y por qué no decirlo, valiente a la hora de tratar a su sospechosa familia, no merece lo que le está pasando. Tampoco los que vemos en él un símbolo de estabilidad y unión en un país que carece de ellos. Pero debería ser muy inconsciente para no saber que, aún con el impoluto y oportuno comunicado que el domingo conocimos, esta factura la pagará él. La renuncia a esas supuestas comisiones millonarias no elimina el deterioro de la institución. Qué tiempos aquellos del 'tranquilo, Jordi, tranquilo'. Aquellos tiempos en que los dos parecían gigantes en época de extravío.
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