Opinión

Juana Rivas y el aplauso de la España garbancera

Lloraba Juana Rivas cada vez que aparecía en un acto público y eso fue suficiente para que muchos situaran a esta mujer al nivel de una heroína. Son tiempos propicios

Lloraba Juana Rivas cada vez que aparecía en un acto público y eso fue suficiente para que muchos situaran a esta mujer al nivel de una heroína. Son tiempos propicios para el victimismo y siempre hay quien está dispuesto a utilizar el recurso del llanto desconsolado para alcanzar sus objetivos. Cuando se otorga más peso a un berrinche que a una sentencia judicial, es cuestión de tiempo que los bárbaros tomen el control de la vida pública. También de la privada. Las lágrimas pueden ser más corrosivas que el ácido.

Despertó hace mucho este país del sueño dogmático kantiano -si es que alguna vez lo vivió- y se entregó a la irracionalidad, hasta convertirse en un lugar garbancero, donde el sentimentalismo falaz se ha convertido en el mejor recurso posible, pues siempre hay alguien dispuesto a otorgarle verosimilitud por su propio beneficio. Es más rentable hablar de una mujer cualquiera, con uno o varios problemas personales, que del camino de las cuentas públicas hacia la quiebra técnica o de la escasísima competitividad de una economía aplastada por las clases pasivas y por las ideologías imperantes.

Se presta poca atención al papel de los medios de comunicación en este gran circo nacional, en el que los domadores dirigen tertulias televisivas y los tertulianos son fieros o manos según convenga. Pero es curioso el diferente tratamiento que recibe cada 'caso aislado' en función del provecho que la prensa sensacionalista -casi toda- espera extraer de sus protagonistas o de los condicionamientos editoriales que existan sobre el delito en cuestión. Fue muy repugnante el caso de La Manada de Pamplona, en el que las televisiones y los diarios digitales más escasos de escrúpulos convirtieron en auténticos personajes de opereta a los condenados. De tanto hablar de ellos, los caricaturizaron. Hace unas horas, el director de uno de estos periódicos, el de siempre -y mira que cansa el de siempre-, vaticinaba la próxima “edad de oro del periodismo español”. Menuda edad de oro...

Juana Rivas y la política chabacana

Sucede algo similar con los representantes públicos, especialmente, los de esta izquierda echada al monte. Extraen las conclusiones globales y redactan leyes a partir de sucesos cuidadosamente seleccionados para que no emborronen su catecismo ideológico. Hubo un padre que perdió a un hijo hace unos meses en Galicia porque unos criminales le pegaron una paliza en una zona de ocio nocturno. Quienes actúan en política como las hienas invitadas a un banquete comenzaron a utilizar ese asesinato para denunciar el problema de las agresiones homófobas. Molesto con la circunstancia, el progenitor de la víctima pidió respeto y, sobre todo, que no politizaran su desgracia. ¿Qué hicieron los sátrapas del dolor ajeno? Ponerle a parir. Menudo insolidario con la causa justa de turno.

Entre todos han conseguido que la sociedad se mueva a golpe de sensacionalismo, lo que permite obviar la gravedad de haber decidido conceder un indulto parcial sobre un caso que apesta a ideología feminista y en el que hay involucradas directamente algunas activistas socialistas que, en su día, decidieron aprovechar la circunstancia de Rivas, que hizo algo atroz al secuestrar a sus hijos. La medida gubernamental, por cierto, ha llegado justo a tiempo para que la condenada pueda defenderse ante la justicia italiana. Todo en España es un circo, pero los tiempos de la función están bien medidos.

Los indultos

El caso es que la figura del indulto debería generar un debate mucho más profundo del que habitualmente se plantea. Porque, en esencia, lo que implica es conceder al Gobierno un poder casi omnímodo sobre los actos de los ciudadanos. Es el as de oros que utiliza cuando los jueces han tomado una decisión que no le interesa. En este caso, los de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, a la que algunos medios progresistas se han cansado de atacar por lo poco que imputa y lo poco que condena a la derecha.

Los mismos que lanzaban ese argumento y se llevaban las manos a la cabeza ante la impunidad de los políticos han aplaudido el indulto parcial de Rivas. Cuando conviene, se otorgan al Consejo de Ministros plenos poderes, pese a los efectos nocivos que eso puede generar en el país. Llámese el beneficiado Juana Rivas, Oriol Junqueras o Alfredo Sáenz.

Nula responsabilidad demuestran quienes por aglutinar voto feminista o independentista utilizan el peligroso atajo del indulto, pero también escasa sesera exhiben quienes consideran que lo de Rivas es positivo, pues es una decisión que transmite cierta sensación de desigualdad ante la ley entre infractoras e infractores. También apesta a impunidad, entre otras cosas, porque resta importancia a hechos que afectaron a dos menores de edad.

Es todo un disparate. Es un hecho que acerca al país un poco más hacia el terreno de la irracionalidad, aquel en el que habitan las ideologías más sectarias y que cuenta como cancerberos con personajes de perfil similar a quienes anteriormente han ejercido esa función. Alborotadores de modales toscos y servidores de causas injustas. ¿Verdad, Antonio Maestre?

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