Me puedo imaginar la escena que se vive en estos días en la sede central de Ciudadanos, en la madrileña calle de Alcalá. Albert Rivera y su equipo arremangados sobre una mesa llena de gráficos, cifras y porcentajes. Una pizarra blanca con escenarios garabateados en diferentes colores: círculos sobre ciudades, flechas que van de Madrid a Castilla y León y de ahí a Aragón y Murcia… El partido naranja puede determinar quién va a gobernar en esas cuatro comunidades autónomas y en una veintena de alcaldías. A muchos, semejante tesitura nos provocaría jaqueca, pero Rivera tiene aspecto de disfrutar, y mucho, con los juegos de estrategia.
Las demás formaciones andan en fregados semejantes: es el escenario abierto tras el recuento del 26-M, que por momentos pareció la noche de Eurovisión, con sobresaltos y puntos arriba y abajo. Todos menos Unidas Podemos. Lo único que Pablo Iglesias puede garabatear en una pizarra son argumentos para seguir “autocriticando” a sus antiguos socios y a la humanidad en general. Y para ver si Pedro Sánchez le lanza un flotador.
En esta fase no encajan el sectarismo. ¿Oportunismo? Claro. Y pragmatismo. No hay elecciones a la vista. Se agradece una etapa de mesura
Pero es en Ciudadanos donde se centran las miradas. Rivera soñaba con desbancar a Casado en el liderazgo del centro-derecha y no lo ha logrado. Muy decepcionante ha sido el resultado en las europeas (siete parlamentarios), y eso que la lista del PP, que ha sacado 12, era para salir corriendo. Con todo, los “naranjas” han saltado definitivamente las fronteras de Cataluña: con 57 diputados en el Congreso, 2.787 concejales (un 80% más que en 2015) y 81 diputados autonómicos, se ha consolidado como tercer partido nacional.
Por eso este juego de pactos a varias bandas que se abre ahora resulta tan interesante. Ciudadanos está en una posición tan halagüeña como comprometida. Todos tratan de ganarse sus favores. A lo mejor, por eso, los mismos que desde el PSOE los calificaban de fachas apestosos ahora les encuentran un irresistible atractivo liberal. Incluso un poco socialdemócrata.
El asedio comenzó desde el minuto uno. Dirigentes socialistas y medios afines repiten la misma admonición a Rivera: si das entrada “a la ultraderecha en las instituciones” te vas a condenar y tus socios liberales europeos no te van a querer. Sánchez intenta que Macron le apriete las tuercas. Y desde sus filas, Manuel Valls amenaza con irse (¿adónde?). Otra vez el espantajo de Vox, aunque su peso no es ni de lejos equiparable al de otras formaciones de la derecha populista europea.
En un reciente tuit, y como para dar ejemplo de responsabilidad institucional y alergia a los radicalismos, Carmen Calvo aseguraba que ellos no apoyarían a Bildu, y se explicaba: “Los socialistas, con nuestros defectos y virtudes, somos muy de fiar. Todo el mundo sabe a qué se puede atener (sic) con nosotros, cuáles son nuestros principios y las líneas que no pasamos”. Ellos, que no han aclarado su estrategia con el independentismo catalán, que ocultaron el documento que Quim Torra -“el Le Pen catalán”, según Sánchez- les entregó en Pedralbes y que no se han pronunciado sobre los indultos a los políticos presos.
La única salida de Pablo Iglesias es seguir ‘autocriticando’ a sus antiguos socios para ver si Pedro Sánchez se decide y le lanza un flotador
El equipo de Pedro Sánchez no puede dar lecciones de socios ni de coherencia. ¿Alguien se acuerda de que la palabra más repetida en los titulares informativos durante los primeros meses de su Gobierno fue “rectificación”? Nada se libraba de los bandazos: ni la política migratoria, ni el impuesto a la banca, ni el trato dispensado al juez Llarena, ni la derogación de la reforma laboral, ni la relación con Podemos y menos que nada, el “tema catalán”.
Ya se lo dijo Susana Díaz a Sánchez en aquel debate de las primarias socialistas, en mayo de 2017: “No sabemos qué defendemos. No es que seas voluble, es que cambias de opinión en función de lo que te viene bien. No puedes tener, Pedro, 17 visiones de España”.
En el otro lado están quienes esgrimen la promesa de Albert Rivera de no ir con Sánchez ni a heredar. Muchos votantes se van a sentir traicionados si Ciudadanos facilita una alcaldía o una presidencia autonómica al PSOE.
A unos y a otros, Ciudadanos ya ha anticipado su respuesta: se acabaron los cordones sanitarios. Al PSOE y a Vox. Su preferencia, por afinidad de programas, es el PP, ha dicho Inés Arrimadas, pero todo se analizará caso por caso.
Es un giro audaz. Ciudadanos necesita consolidar su poder territorial para seguir construyendo el partido, y aquí es donde entra el juego de pactos. Está claro que cada pueblo, cada ciudad, cada autonomía tiene sus peculiaridades. La política está mucho más definida por las personas, por los nombres propios, y más apegada a la vida cotidiana. En este contexto no encajan el sectarismo ni los pronunciamientos categóricos de la campaña. ¿Oportunismo? Claro. Y pragmatismo. Hacer política, en suma. Habrá sin duda rasgado de vestiduras, pero ya no hay elecciones a la vista. Se agradece una etapa de mesura.
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