Julia, mi amiga rusa recién llegada a Cataluña tras estudiar un máster internacional en Madrid y con trabajo –por suerte- en Barcelona, vive incrédula, con dolor, en ver cómo su país ha invadido, sin ningún tipo de justificación al país vecino, declarando así la guerra a Europa. Dos años lleva en España sin poder ver a su familia que vive en Moscú por culpa de la pandemia que ha conllevado las conocidas restricciones para poder viajar. Ahora, cuando se planteaba el reencuentro, vuelve a ser imposible ver a los suyos y mira a su país, mira las imágenes de guerra a través de las redes, con miedo. Habla con sus amigos y solo escucha desesperación, más miedo. Cuentas bloqueadas, vida paralizada en su tierra natal y miedo a decir que es rusa. Hay millones de vida en juego. Me decía antes de salir de casa el otro día que estaba pensando en decir si le preguntaban que era ucraniana para no ser señalada, para no tener problemas y me quiere justificar que, por mucho que la mayoría de los rusos estén en contra de lo que está haciendo el dictador, el criminal, Vladimir Putin, salir a la calle en Rusia a criticar al régimen y a decir no a la guerra les supone acabar en la cárcel.
Ocho días de guerra, de ver niños heridos, con la mirada perdida, caminando con sus mochilitas del cole huyendo con sus madres de las bombas y el fuego, del infierno y el apocalipsis
Todos debemos hacer un esfuerzo para no culpabilizar a los rusos porque sólo hay un culpable: Putin y la élite que le rodea. Somos una gran sociedad como para empezar a señalar a niños en nuestros colegios por ser rusos, como he escuchado, o criminalizar a una población que también está sufriendo la guerra. Estados Unidos y Europa deben asfixiar a Putin y a los magnates que le dan apoyo, no a los rusos. Joe Biden lo advirtió, avisó antes que nadie que Putin iba a invadir, Europa no le creyó y estamos actuando tarde, cuando ya tenemos demasiadas muertes, demasiado horror, cuando ya no hay marcha atrás. Ocho días de guerra, de ver niños heridos, con la mirada perdida, caminando con sus mochilitas del cole huyendo con sus madres de las bombas y el fuego, del infierno y el apocalipsis. De ver sótanos amontonados de gente, donde directamente se para la vida, de ver bombardeos, edificios destruidos, un rastro de angustia y dolor.
Julia, mi amiga rusa, no puede creer lo que está pasando. Su cara de desolación me recuerda a los estudiantes serbios y bosnios que conocí en un viaje a Sarajevo de colaboración entre la Universidad de Sarajevo y la de Barcelona para participar en un seminario sobre los Acuerdos de Dayton de 1995 tras la guerra de Bosnia-Herzegobina. Un viaje que marca, que no se olvida, que deja huella. Oírles narrar en primera persona cómo habían sufrido, cómo habían visto a sus mujeres violadas por militares enemigos, como habían plantado cara a la muerte en la trinchera, sus lágrimas de rabia, de frustración, de pena y de dolor por perder a los suyos, por ver sus vidas truncadas... estudiantes de bandos contrarios que se sentaban juntos para analizar el contexto histórico que les había llevado a la guerra. Escuchar el sinsentido del horror, ver la imponente Biblioteca Nacional de Sarajevo con el impacto de las bombas, la avenida en la que se situaban los francotiradores, ver una ciudad, recorrer un país, visitar Mostar, marcada por la guerra, recordar a cada paso que debíamos vigilar al andar por según qué zonas por peligro de minas antipersona, pero sobre todo escuchar a aquellos universitarios desgarrados por el sufrimiento, me hizo reflexionar en lo tarde que actuó, también entonces, como ahora.
No podemos dejar a nuestros niños sufrir o morir pretendiendo que sólo con la diplomacia vamos a ganar la guerra porque, por mucho que defendamos las vías pacíficas, ahora no sirven de nada
Toda Europa está en guerra, aunque por nuestras calles no veamos pasar los tanques del sátrapa asesino, estamos en guerra desde el compromiso que como país debemos tener con aquellos que se encuentran en una posición de debilidad como ahora lo está Ucrania. Siete días de guerra han hecho falta para que el Gobierno español se decidiera a ayudar a armar a Ucrania para defenderse, no se puede hablar con tanques, no hay diálogo cuando la diplomacia no es considerada vía de negociación. Hay que ayudar a parar el horror por muy pacifista que se sea. Pero ante amenazas de apretar el botón nuclear, ante los ataques a edificios civiles, no hay espacio para las dudas ni tiempo para titubeos. La paz no tiene nada de naif dice Ionne Belarra, claro que no, pero como madres que somos, tanto Ionne, como Irene Montero, como yo, no podemos dejar a nuestros niños sufrir o morir pretendiendo que sólo con la diplomacia vamos a ganar la guerra porque en este punto, por mucho que defendamos las vías pacíficas ahora no sirven de nada. ¿O quieren que se les siga enviando gel hidroalcohólico y guantes como le ha afeado a Sánchez Cuca Gamarra?. Hay frentes paralelos, hay ayuda humanitaria que ha estado desde el primer momento, pero es indispensable una mayor actuación e implicación europea.
Contra un tanque o un arma no hay negociación que valga y cada segundo que pasa sin armar al pueblo de ucrania más personas inocentes pierden la vida. Unidas Podemos recogerá los frutos en las urnas de su decisión errática. Zelenski, el presidente de Ucrania, no se ha preparado militarmente. Europa no está preparada nuclearmente para defenderse de la gran potencia rusa y a Putin no le va a temblar el pulso para apretar el botón, llevan años haciendo gala de ello. El valor de la vida para Putin es diferente al resto de los mortales de occidente. Solo apretar un botón, sólo eso. No cabe alarmar, cabe tomar las decisiones oportunas para poder defenderse de un dictador que irracional, disparatado. Sánchez advierte que la guerra va a ser larga, el petróleo y el gas se han vuelto a disparar: "Van a tener un coste y va a necesitar sacrificio. El principal problema será energético”. No estamos preparados, nos ha pillado en medio del final de una pandemia que ha hecho mella. Tiempos demasiado convulsos, difíciles, la guerra nos va a tocar los bolsillos a todos al comprar pan, harina o poner combustible, como si no los tuviéramos suficientemente tocados. Los últimos datos indican que rozamos los 100.000 muertos en España con la pandemia, la inflación disparada y nos espera una crisis humanitaria sin precedentes en Europa. De momento la ONU calcula que casi 900.000 personas han huido de la guerra. Cuídense.
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