De nada le ha servido a Oriol Junqueras su legendario liderazgo y acrisolada hoja de servicios al frente de ERC en los tumultuosos años del procés : Pere Aragonés, el nieto del alcalde franquista de Pineda de Mar, volverá a ser el candidato del partido a la presidencia de la Generalitat en las próximas elecciones autonómicas. El propio Junqueras, haciendo de tripas corazón, se felicitó de la decisión adoptada por el Consell Nacional de su partido reunido en Barcelona el pasado día 20 y tomó la palabra para decir, “Es el mejor candidato y el mejor president que puede tener Cataluña”. Ni siquiera pudo procesar la patada en silencio, fue necesario que la refrendase delante de todos sus correligionarios en uno de esos espectáculos tan humanos a fuerza de crueles que nos recuerdan constantemente a todos el por qué ustedes y yo no estamos en política: Porque hay que tener un estómago a prueba de bombas.
Me imagino todo lo que le fue pasando por la cabeza al amigo Oriol en el propio Consell y en todas las reuniones que le precedieron viendo como se consumaba poco a poco la traición a su persona. De nada le sirvió la tozuda defensa de sus ideas, ese quedarse para afrontar las consecuencias judiciales de sus actos, los años pasados en prisión. Es muy fácil quitarle importancia al tiempo que ha pasado privado de su libertad y considerar que el indulto era innecesario y llegó demasiado pronto. Pero cuatro años son cuatro años, y más cuando se tienen niños pequeños. Un padre se pierde momentos fundamentales de las vidas de sus hijos que ya no volverán. Y él, hay que reconocérselo, no se fué dejándolo todo atrás en el maletero de un coche como hicieron otros, en una fuga tan vergonzante como, ahora se está viendo, acertada.
A los indepes que antes del 155 le daban por la noche a las cacerolas y por las tardes a las manifestaciones, les encantaba tenerlo en la cárcel para sentirse mártires por persona interpuesta
Las traiciones amargas empezaron muy pronto. Ya su cuñado, Francesc Ribera, se quejó amargamente en una entrevista concedida a TV3 de que el prófugo Puigdemont no se había puesto en contacto ni una sola vez con la mujer de Junqueras para interesarse por él. Silencio absoluto desde Waterloo. También es cierto que esperar otra cosa del fugado denotaba una gran ingenuidad por parte de la familia. En ese momento de la entrevista, los espectadores de mayor edad, por aquello de que la experiencia es un grado, empezaron a entender que el supuesto heroísmo de Junqueras no se iba a ver recompensado y que el ganador de la partida iba a ser el listillo. Cataluña no es territorio de héroes y el idealismo del lider de Esquerra empezó pronto a hacerse muy incómodo y pesado. A los indepes que antes del 155 le daban por la noche a las cacerolas y por las tardes a las manifestaciones, les encantaba tenerlo en la cárcel para sentirse mártires por persona interpuesta, ponerse un lacito amarillo y mirar por encima del hombro, con enorme superioridad moral, a cualquier persona con la que se cruzasen por la calle que no lo llevara. Las reinas de la opinión pública sustituían el lacito por flores o mariposas (estas últimas signo distintivo de la condenada por corrupción Laura Borrás), que lucían con la convicción de Juana de Arco mientras los pobres presos se morían de aburrimiento en Lledoners. Incluso tenían que soportar que noche tras noche, un iluminado que se hacía llamar Joan Bonanit, se plantara delante del centro penitenciario con un megáfono para darles las buenas noches, tortura psicológica del género gota malaya de un refinamiento tal que no se le hubiera ocurrido al más malvado cerebro constitucionalista por mucho que se pusiera a ello.
Al sustituto Aragonés se le vió muy pronto sueltísimo en su desfilar por los coches oficiales y los pasillos alfombrados. No iba a ser fácil que permitiera que el presunto liderazgo moral de Junqueras, al que con tanta devoción parecía servir, le arrebatara el sillón presidencial. Era cuestión de ir dejando de hablar del personaje, de arrinconarlo en la categoría del símbolo, en una estatua abandonada en el jardín del independentismo al albur de las palomas, en una figura siempre alabada pero ya no tenida en cuenta en el día a día. La gente no tiene memoria más que para lo suyo y su nombre fue dejando de pronunciarse tanto para bien como para mal, y por fin el sábado se consumó la operación con la limpieza en la ejecución que denota al buen político y al buen asesino. Aragonés se cargó a Junqueras. Puigdemont, que lo dejó tirado en aquel Consell de govern al que no asistió porque se le interpuso una fuga no prevista, se presentará de candidato por el partido que ganará las elecciones y sin haber pagado ningún precio por sus acciones pasadas, porque la política es despiadada y en Cataluña mucho más.
El peor y más fácil engaño
No sé si Junqueras, volviendo la mirada a su alrededor en el Consell Nacional de su partido, se sintió defraudado por lo que veía o si no esperaba ya nada de aquellos por los que pasó cuatro años de su vida en la cárcel. O puede que, como hombre leído que es, recordara lo que escribió Baltasar Gracián en su Arte de la prudencia: “No hay que engañarse sobre la condición de las personas, que es el peor y más fácil engaño… tan necesario como haber estudiado los libros es conocer la condición de las personas”.
No cabe duda que para esos amargos estudios no hay mejor escuela que observar la forma en que el independentismo trata a los mejores entre ellos. Triste espectáculo.
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