El próximo domingo hay una frase que es probable que escuchemos en boca de militantes progresistas: “Por favor, id a votar, que la derecha es muy disciplinada; van todos a misa y luego a votar de la manita”, advierten. Esta formulación tiene un matiz despectivo, como de ‘vaya panda de borregos’, cuando sería más saludable poner tono de admiración: la derecha española ha hecho de la religión católica un lugar de vínculo y encuentro desde el que defender ciertos valores amenazados. A comienzos del siglo XX, la izquierda decidió no disputar ese espacio y el resultado ha sido casi un siglo de derrotas. Las matanzas de curas y monjas, por el motivo que sea, no fueron una gran estrategia política.
No tendría por qué haber sido así. Me quedó muy claro cuando entrevisté a Frei Betto, sacerdote brasileño amigo de Fidel Castro y asesor político de Lula. “En la historia de la humanidad no hay sociedades ateas. La religión es como la política: sirve para oprimir o para emancipar. Es una pena que la izquierda no tenga una visión dialéctica de la religión. Engels lo entendió perfectamente, como demuestra su ensayo El cristianismo primitivo. Marx dijo que ‘la religión es el opio del pueblo’, pero también que es ‘el grito de los oprimidos’ y ‘el corazón de un mundo sin corazón’. Creo que en España no hubiese triunfado la dictadura de Francisco Franco si la izquierda de los años veinte y treinta hubiese entrado en las iglesias en vez de quemarlas”. Más claro, agua.
Gran parte de la izquierda ha llegado a unos niveles de narcisismo que les llevan a menospreciar cualquier lazo comunitario
Votar contra los vínculos
Todavía quedan izquierdistas capaces de reconocer el error. El psiquiatra Guillermo Rendueles, de tradición y militancia política comunista, explica que le parece más interesante pasar un domingo por la mañana en una iglesia, un lugar donde te hablan de fraternidad y apoyo mutuo, antes que viendo pantallas o paseando por un centro comercial (que son las opciones de la mayoría de habitantes de la sociedad consumista). Carlos Fernández Liria, en su defensa del populismo, admitió que le daba envidia una organización como la iglesia católica, capaz de tener un centro de reunión y difusión de su pensamiento en cada barrio de España. Fernando Broncano, filósofo próximo a Más Madrid, ha recordado en alguna de sus entrevistas la importancia de las parroquias obreras para la organización de la lucha antifranquista y las reivindicaciones materiales en los años setenta de los barrios de la periferia, dejados de todas las manos menos de la de Dios (perdonen el chiste).
Se culpabiliza toda forma de vínculo, también el ligado a la cultura y a la identidad”
No es casualidad que en nuestra época la filósofa igualitaria Simone Weil, que se alistó en nuestra guerra civil por el bando republicano, sea más citada por la derecha que por la izquierda. Así lo explicaba Marion Marèchal, sobrina de Marine Le Pen: “Hay una frase de Weil que afirma que ‘el desenraizamiento destruye todo salvo el deseo de pertenencia’. Hemos llegado a un momento en el que existe un sentimiento de falta de raíces porque a la gente se le ha desposeído de su Historia, o como mínimo, se le ha encerrado en una forma de arrepentimiento que hace que muchas personas se sientan desposeídas de una herencia material e inmaterial que les pertenece. Porque se culpabiliza toda forma de vínculo, también el ligado a la cultura y a la identidad”, señalaba en 2018. Un lustro más tarde, la izquierda cada vez desconfía más de ciertos vínculos esenciales, sobre todo la familia, el patriotismo y la religión. Ese enfoque, por supuesto, no está desconectado del largo horizonte de derrota que tienen por delante.
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