Unos ciudadanos intentan retirar el lazo amarillo colgado del balcón del ayuntamiento de Barcelona. La Guardia Urbana se enfrenta a ellos y uno les increpa con el grito de “¡Franquistas!”. Todo eso, de uniforme.
Permítanme que hoy discurra por senderos de reflexión cercanos al concepto de milicia, conceptos que me son muy gratos y de los que tenemos a grandes maestros como mi general Rafael Dávila, del que lo mejor que puedo decir es que es un legionario de los pies a la cabeza y sin parangón.
Evocando las ideas del servicio, la lealtad, el honor, ideas todas recogidas en el Credo Legionario, me viene a la memoria un personaje histórico controvertido del que se habla muy poco. Me refiero al general Escobar. Es un ejemplo dramático de lo que ha supuesto llevar uniforme en este país. Este guardia civil al que el 18 de julio pilló en Barcelona al mando del Tercio Urbano era conservador en lo político, católico en lo religioso - era terciario franciscano -, viudo y padre de tres hijos: uno falangista, una hija monja adoratriz y otro hijo también guardia civil. Pero Escobar, tragándose todo lo que sentía como persona, mantuvo su juramento de obediencia a la República. Su fe y su carácter militar le impelían a ello. Los “suyos”, en agradecimiento, atentaron contra su vida en varias ocasiones. Al final de la guerra, y antes de entregarse a las tropas de Franco, que lo fusilaría en Montjuic tras un consejo de guerra, mantuvo una entrevista con el también general Yagüe, su enemigo en la contienda en aquel sector del teatro de operaciones. Escobar era, a la sazón, jefe del ejército de Extremadura de la República y se puso en contacto con Yagüe para acordar los términos de la rendición. El general africanista lo citó en un lugar apartado, y, como un caballero, puso a su disposición un avión para que se fuera a donde mejor le acomodase. Escobar, negándose con una sonrisa, dijo con gallardía “Alguien tiene que quedarse, porque las guerras hay que saber perderlas”. Entonces Yagüe, con la mirada sombría, le contestó “Ya, mi general, pero ¿quién le dice a usted que nosotros sabremos ganarla?”.
Escobar, paradigma de caballerosidad, honestidad y espíritu de milicia, se quejaba de que los integrantes de la Benemérita no eran robots a los que se les ponía un uniforme, se les daba cuerda y se dejaban sueltos para que funcionasen solos. Lo mismo podríamos decir de los legionarios, si a eso vamos. ¿Qué pensaría aquel hombre íntegro si viviese hoy? Creo que su ánimo estaría por los suelos. Es dolorosísimo ver a policías que han jurado defender la ley convertirse en represores, verbigracia, de quienes, con buena intención, quieren retirar un símbolo partidista impropio de una institución que debería acoger a todos los barceloneses y no solo a una parte. Es más triste aun que uno de esos agentes espete “¡franquistas!” a los que llevaban a cabo esa acción que, no lo olvidemos, estaba de acorde con lo dictado por la Junta Electoral Central. Se les puede acusar de tomarse la justicia por su mano, de echaos p’alante, si quieren, pero a Colau o a Torra también se les puede acusar de no hacer caso a la justicia ni a sus disposiciones, que es bastante peor. Es ya desesperante que, en medio de todo esto, otros agentes del orden, los Mossos de Escuadra, hayan participado en la ordalía del intento del golpe de estado, como se conoce ahora por las sucesivas declaraciones de diversos mandos del cuerpo autonómico ante el juez Marchena.
Si se jura algo, una de dos, o se mantiene el juramento como hizo el general Escobar, aunque suponga desgarrarte por dentro, o te das de baja allí
Resulta vergonzoso escuchar al Mayor Trapero decir que el conseller Forn era un inconsciente, que sus órdenes se recibían con desgrado, que él tenía un plan preventivo para detener a Puigdemont, que ya se veía venir, como si su condición fuese el de un simple flâneur parisiense, un mero paseante, un observador de la historia, en lugar de ser la del responsable de un cuerpo uniformado de policía con más de diecisiete mil efectivos. Haberse plantado en su momento, caballero, que lo jurado vale tanto como quien lo jura.
¿Ya no existe el honor del uniforme que vistes?, preguntamos con angustia. Porque esos policías, locales o autonómicos, juraron defender la Constitución, España, el Rey, y nada ni nadie puede ni debe impedirles cumplir con su obligación, a saber, defender la ley, proteger al ciudadano, perseguir al delincuente, restaurar la paz.
Si se jura algo, una de dos, o se mantiene el juramento como hizo el general Escobar, aunque suponga desgarrarte por dentro, o te das de baja allí. No hay más. Sentido del deber, sentido del honor, sentido de responsabilidad, cosas que uno quisiera ver siempre aparejadas con cualquier cuerpo uniformado en España, sea el que sea.
Honrar un uniforme es honrar a la sociedad a la que este sirve, porque sin sacrificio en favor de la gente, piense esta como piense, no hay ropa, por más bonita, colorida y vistosa que sea, que tape la terrible mancha del deshonor y de la ignominia.
Señores separatistas, señores comunistas podemitas, señores socialistas paniaguados, las guerras hay que saber perderlas. Lo mismo digo a sus oponentes.
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