Opinión

Juzgar la repugnancia

No hay manera alguna de conciliar los intereses de una justicia garantista con el deseo de la calle de que los integrantes de ‘La Manada’ se pudran en la cárcel. Porque no es otra cosa lo que se quiere, se diga o no

Cuando se hablan lenguajes diferentes es imposible entenderse. El de la Ley y el de la calle son lenguajes diferentes, por más que utilicen las mismas palabras y los mismos conceptos. Por eso tratar de explicar con lenguaje jurídico las decisiones relativas al caso de La Manada es inútil, porque las palabras no significan lo mismo y la exigencia de castigo de una sociedad justamente indignada nada tiene que ver con lo que diga ninguna Ley.

Por mucho que se intente, en este caso es imposible encajar la práctica jurídica con los sentimientos, porque cualquier código penal moderno está obligado a tipificar conductas concretas y no puede atender ni juzgar el horror, la indignación o la repugnancia, que no son hechos sino sentimientos, por muy intensos y compartidos socialmente que lo sean, como en este caso.

Quienes, abrumados por la cólera social desatada, tratan de hablar con ambos lenguajes a la vez, solo pueden fracasar. Es el caso de la alcaldesa de Madrid que ha dicho que le resulta “incomprensible que se desoiga la crítica social generalizada” y que “la decisión judicial sobre La Manada está alejada de la realidad social”. Por muy tono profesional que se les dé a esas palabras no se puede manifestar más claramente la deserción y olvido de todo el conocimiento jurídico de un Estado de Derecho que esta mujer ha tenido que atesorar a lo largo de su carrera como jueza.

Cualquier código penal moderno está obligado a tipificar conductas concretas y no puede juzgar el horror, la indignación o la repugnancia, que no son hechos, sino sentimientos

La ministra de Justicia, Dolores Delgado, un cargo en este caso más comprometido que el de alcaldesa, también lo pasó mal y trató de salir por la gatera, hablando de “cambiar mentalidades” y semiacusando a los jueces de no tener formación de género, lo que le fue replicado por Lorenzo del Río, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, diciendo que jueces y juezas "llevamos muchos años haciendo formación específica en violencia de género, siendo pioneros en Europa y América".

Lo que pasa realmente en este caso es que no hay manera alguna de conjugar una justicia garantista con el deseo de la calle de que estos individuos se pudran en la cárcel. Porque no otra cosa es lo que se quiere, se diga o no.

Por eso habrá quien entienda legítimo exigir un cambio legal retroactivo, precisamente para que les incrementen la pena a estos tipos, algo jurídicamente imposible.

Por eso, aunque en el Código actual no exista el delito de violación como tal, en la calle se repite con espanto que no fueron condenados por violación, porque es un término que todos comprendemos perfectamente, que entendemos como gravísimo y que es el que nos vale.

Por eso en la calle se grita “Yo sí te creo”, pese a que la sentencia hizo suyas y dio por buenas todas y cada una de las manifestaciones de la víctima.

Por eso se habla de “justicia patriarcal”, como si la jueza del tribunal hubiera traicionado su condición de mujer, en lugar de actuar como jurista al servicio de la Ley, le guste o no como mujer.

Se habla de ‘justicia patriarcal’, como si la jueza hubiera traicionado su condición de mujer en lugar de actuar al servicio de la Ley, le guste o no como mujer

Por eso en la calle se considera que la alarma es suficiente para que alguien sea castigado más duramente, ya que eso es lo que se entiende estos días por atender la voluntad del pueblo (ahora encolerizado) en nombre del que se aplica la justicia.

Por eso las opiniones, sin duda fundadas, de quienes abogaban por prolongar al máximo la prisión preventiva, por ejemplo la del presidente del Tribunal, no sirven de nada. Las protestas por su excarcelación hubiesen sido las mismas o parecidas si hubiesen salido hacia sus casas dentro de dos años en lugar de ahora.

La justicia y la calle hablan dos lenguajes diferentes y es imposible hacerlos coincidir en este caso. Mientras sigan vigentes el espanto, la repugnancia, el horror y la indignación que este caso nos ha causado a todos será inútil tratar de conjugarlos con ninguna Ley que no sea la del Talión. Es mejor no tratar de intentarlo.

Y ya que lo imposible no se puede ni intentar, lo que nuestros políticos, jueces y medios sí podrían hacer es evitar estos días echar más leña al fuego de la rabia. De momento, leo que desde finales de abril los magistrados del tribunal navarro han vuelto a llevar escolta, lo mismo que uno de los abogados. Así vamos mal.

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