El historiador Howard Zinn estrenó en 1999 la obra de teatro Marx en el Soho, donde el pensador alemán desciende desde el cielo hasta Nueva York para defender que sus tesis tienen poco que ver con la versión deshumanizada que aplicaron muchos regímenes comunistas. En uno de los momentos más divertidos de la obra, el filósofo afirma que ya no se considera marxista, una conclusión que puede sonar delirante pero que tiene su explicacion.
El texto recuerda que Marx escogió Londres como lugar de residencia porque el sistema de libertades individuales británico -o sea, el liberalismo político- le protegía de las persecuciones que sufría en otros territorios de Europa. "Los ingleses son admirables en su tolerancia con los refugiados e insufribles cuando fanafarronean sobre ello", bromea Marx en escena.
Tampoco hace falta recurrir a la ficción para imaginar un Marx distinto al que la mayoría tenemos en la cabeza. En 2018 el pensador cubano Rafael Rojas firmó un brillante artículo en la revista Letras Libres donde se mencionaba la cercanía del filósofo comunista con el presidente republicano Abraham Lincoln. "A fines de 1864, un mensaje de la Asociación Internacional de Trabajadores, redactado por Marx, felicitaba al presidente de Estados Unidos por su reelección, luego del triunfo sobre las fuerzas esclavistas de los estados confederados sureños. Allí decía Marx que los obreros europeos 'sentían instintivamente que los destinos de su clase estaban ligados a la bandera estrellada'".
Rojas continúa remarcando que Marx "reconocía la importancia de la 'idea de una república democrática', personificada por Estados Unidos, cuyo límite fundamental era la esclavitud recién abolida. Y concluía que así como la Revolución de Independencia había dado inicio a la dominación burguesa, el triunfo del abolicionismo en la Guerra Civil, de la mano de Lincoln –'hijo honrado de la clase obrera'–, conduciría a la 'transformación del régimen social' y a la 'nueva era de la dominación proletaria'".
Esta profecía no se cumplió, pero quizá hoy fuera posible entrevistar a un Marx titular del carné del partido republicano, centrado en hacer cumplir los principios de la democracia estadounidense y arengando por igual a las bases de Bernie Sanders y a las del Tea Party (que comparten más de lo que la izquierda occidental está dispuesta a admitir).
Marx en nuestro tiempo
En un prólogo claro y al grano para la nueva edición de El capital (Akal), el sociólogo César Rendueles señala que para Marx la lucha contra las desigualdades nunca fue una cuestión de renunciar a nuestras libertades, sino de profundizar en ellas. "El mercado de trabajo se creó a sangre y fuego aprovechando coyunturas históricas favorables con el objetivo de crear una clase social mayoritaria con libertades embridadas: lo suficientemente independientes como para que los empresarios se desentiendan de su subsistencia, lo suficientemente subordinados y desarticulados políticamente como para garantizar una provisión suficiente, apropiada y a buen precio de fuerza de trabajo cada mañana", resume Rendueles.
¿Cómo valoraría hoy Marx el sistema autoritario chino, hábil mezcla de '1984' y 'Un mundo feliz'?
Más claro todavía: "Realmente a Marx le preocupaba la ausencia de libertad en las sociedades capitalistas tanto o más que la desigualdad. Es absurdo llamar liberal a una sociedad en la que al menos ocho horas al día las personas adultas se ven materialmente obligadas a permanecer en instituciones –los centros de trabajo– en las que las normas democráticas y la autonomía ciudadana quedan en suspenso. Es ridículo fingir que es soberana una sociedad en la que las grandes empresas tienen un voto implícito que pesa más que el de sus parlamentos nacionales", remata. El actual auge del populismo soberanista tiene bastante que ver con esto.
Las preguntas sobre Marx en 2022 son muchas. ¿Qué pensaría hoy de la miseria de países presuntamente socialistas como Cuba, Venezuela y Nicaragua? ¿Qué adjetivos dedicaría a una figura como Vladimir Putin? ¿Qué análisis podría compartir de la izquierda independentista catalana subordinada a la burguesía en su quimera separatista? ¿Cómo valoraría China y su sistema autoritario, hábil mezcla de 1984 y Un mundo feliz? ¿Estaría Marx cancelado por una izquierda woke por la relación inapropiada con su criada y sus textos con enfoques eurocéntricos?
El segundo de los prólogos a esta nueva edición de El Capital lo firma la joven filósofa Elizabeth Duval, que recibió cientos de mensajes de rechazo en redes por el mero hecho de aceptar el encargo. El texto de Duval, en realidad, es la crónica de una agitada militancia juvenil donde Marx solo es uno entre muchos referentes de unos izquierdistas universitarios que conforman un ambiente similar a una subcultura. Seguramente Marx coincidiría con Duval en repudiar el creciente divorcio cultural entre la izquierda académica y las clases populares, que retrata bien en sus artículos de prensa y en su novela Reina (2020). "La militancia universitaria se ha aburguesado: parece un teatro de la revolución", explicaba Duval en entrevistas durante su estancia en la Sorbona.
El tercer y último prólogo de esta nueva edición de El Capital lo firma Slavoj Zizek, uno de los intelectuales de la izquierda actual que mejor ha criticado las opresiones de los régimenes soviéticos, que el mismo sufrió de joven. Su texto subaraya la creciente insatisfacción que proporciona nuestro sistema, donde el capitalista "en su ilimitada avidez de placeres imaginarios renuncia a todos los placeres". De hecho, hoy puede ocurrirnos a cualquiera el engancharnos a espejismos digitales como Instagram o el Metaverso.
¿Sería Karl Marx de izquierda en 2022? Es imposible saberlo pero él siempre estuvo con los de abajo y estos huyen cada vez más de esa etiqueta política. Además, como nos recuerda el mencionado artículo de Rafael Rojas, "hoy las izquierdas hegemónicas no son mayoritariamente marxistas", así que es probable que tampoco se entendieran del todo bien con Marx.
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