Todo está en los griegos. Hasta el coronavirus. "Jamás se vio en parte alguna del mundo tan grande pestilencia, ni que tanta gente matase. Los médicos no acertaban el remedio, porque al principio desconocían la enfermedad, y muchos de ellos morían los primeros al visitar a los enfermos". Así, con esas palabras que sin duda encuentran ecos en la realidad actual, describía Tucídides la peste de Atenas en su monumental Historia de las Guerras del Peloponeso.
El historiador griego no habla de confinamiento alguno, pero sí remarca dos características que afectaron a los atenienses durante la epidemia y que, sin duda, debemos tener en cuenta para ahora y para lo que venga. La primera es que la enfermedad generó un enorme desánimo entre la población -"lo más grave era la desesperación y la desconfianza al sentirse atacados"- y la segunda es que, fruto de esa desesperanza, la gente se dio a un hedonismo enloquecido -"parecíales mejor emplear el poco tiempo que habían de vivir en pasatiempos, placeres y vicios"-. Los confinados ya estamos combatiendo la depresión como podemos y cuando esto termine, está claro que habrá que celebrarlo con grandes fiestas, pero sin llegar al extremo de los sufridos helenos.
Las comparaciones son odiosas. Y las históricas son aún más resbaladizas. Aquí y ahora, 25 siglos después de la Atenas de Pericles, lo único seguro es que saldremos de la reclusión con más kilos y con más paciencia. Esta vida sedentaria a la que estamos obligados está provocando un desajuste en la dieta que no es baladí. Apenas nos movemos de casa, nos damos a la cerveza o el gintonic cuando el niño duerme y el deporte está vetado. La consecuencia lógica es que engordaremos. Los gestores de gimnasios y clubes deportivos están pasándolas canutas ahora mismo, pero se consuelan frotándose las manos porque imaginan que pronto tendrán una avalancha de clientes. Los dietistas también están alborozados porque saben que muchos les visitarán para adelgazar tras el encierro. Igual algunos psicólogos piensan lo mismo.
Lo de que saldremos de esta con más aguantaderas puede parecer discutible, sobre todo en el caso de las personas impacientes, pero al menos para mí resulta una verdad inobjetable. No hay mejor escuela para aprender paciencia que esta reclusión obligatoria. Permanecer entre cuatro paredes junto a un retoño que solo demuestra sus inquebrantables ganas de jugar es perfecto como entrenamiento. Al igual que ese escritor que se refugia en algún lugar inhóspito con su ordenador y sin wifi para parir su obra, nos estamos volviendo más pacientes porque no nos queda otro remedio. Pura terapia de choque, en el fondo.
Aprendemos a superar nuestras carencias cuando nos enfrentamos a ellas con la mayor crudeza posible. A la fuerza ahorcan. En alguno de los miles de audios que todos hemos recibido por WhatsApp en los últimos días escuché a alguien, no recuerdo quién era el susodicho, decir que en Italia se habían vivido dos fases muy distintas en el confinamiento: una primera en la que todo era más difícil porque los transalpinos se estaban acostumbrado a la nueva situación, necesitaban asimilarlo, y una segunda, que aún dura, en la que, una vez cambiado el chip, todos estaban bastante más contentos, incluso mejor que antes, en su versión más zen.
Tal vez estamos viviendo algo a lo descrito en el audio. En nuestra casa hasta estamos haciendo ejercicios de meditación. Con filosofía india, música relajante y mantras incluidos en el lote. Esta experiencia no ayuda a evitar el desfase alimenticio que comentaba líneas más arriba, pero insisto en que sí abona el terreno para convertirnos en seres pacientes. Porque si alguien me hubiera dicho hace un mes y medio que iba a estar meditando a estas alturas, me habría apostado un millón de euros a que no podría ocurrir. Y así estamos. Claro que esto ha pasado con todas esas certidumbres nuestras que ahora están volatilizadas.
Saldremos de este drama con más kilos y más paciencia, por tanto. ¿Y con más luz? Puede que también. Volvamos a los griegos. Decía hace un par de días el filósofo Emilio Lledó, en una entrevista a El País, que deseaba que "después de esta crisis del virus intentemos reflexionar con una nueva luz, como si estuviéramos saliendo de la caverna de la que hablaba el mito de Platón, en la que los hombres permanecen prisioneros de la oscuridad y las sombras".
Quizás eso suena demasiado optimista y no creo que lleguemos a un extremo tan luminoso. Pero está claro que, como tenemos tanto tiempo para pensar, al menos sabremos algo más sobre nosotros mismos y sobre nuestra sociedad. Es imposible pronosticarlo, en todo caso. Sin embargo, como se recordaba a la entrada del templo de Apolo en Delfos a quienes iban buscando el oráculo, el primer paso para saber es aquello de "conócete a ti mismo".
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