Opinión

La antiespaña orgullosa

Siempre supone un avance cuando el antagonista se anima a hablar a las claras

Santiago Alba Rico, uno de los filósofos de referencia de nuestra izquierda, tuvo hace poco la cortesía de hablar sin tapujos en un artículo titulado "Odiar el fútbol": "No importa lo que realmente ocurra en las calles y en las casas, cuánta diversidad abriguen nuestras lenguas y nuestros cuerpos, 'España' sigue catalizando una visión particular, interesada y excluyente, del mundo. 'España', quiero decir, se enorgullece de su pasado imperial, maltrata a los inmigrantes, odia a los más débiles, se burla del feminismo, rechaza la democracia; vota a Vox o a Alvise o, en todo caso, a la derecha. Ni siquiera un triunfo deportivo, como el que se acaba de vivir, consigue reunir 'España' y los españoles; enseguida hay un grupúsculo sectario y viril que deja fuera de 'España' a buena parte de sus habitantes", escribió en Eldiario.es.

No parecen molestarle, por ejemplo, las pintadas amenazantes contra Oyarzábal y Merino en la iglesia de Elorrio, con símbolos nazis y mensaje de rechazo a la selección. Tampoco menciona que el saludo de Lamine Yamal a Pedro Sánchez fue tan frío y rutinario como el de Carvajal, seguramente porque eso le rompe el relato. Por último, lo mínimo exigible, tampoco menciona qué país no está orgulloso de su pasado imperial, qué nación no tiene tensiones con los migrantes tras acogerlos ni en qué territorio faltan os cuestionamientos al feminismo, una ideología divisiva con tantos defensores como adversarios. Pero no vengo a regañarle, sino a felicitarle por una columna que confirma la intuición histórica de que gran parte de la izquierda sólo puede ser patriótica cuando se acepta íntegro su programa político.

La vida sigue igual, pero la izquierda un poco peor: que no decaiga el muermo.

El problema de Alba Rico está claro: España no le merece porque no se le parece. En su favor se puede decir que este narcisismo crónico no es solo problema suyo sino de casi toda la izquierda del PSOE. "Si Alvise, Vito Quiles y Abascal son los españoles, nosotros no queremos serlo, de manera que reivindicamos con orgullo la condición de antiespaña y de antiespañoles que el discurso histórico de las derechas excluyentes ha forjado contra la realidad misma de nuestro país", declara Alba Rico en este artículo revelador.

Atrapados en los setenta

También nos confirma que la izquierda se ha quedado anclada en los años setenta, melancólica todavía por la larga victoria del franquismo. Creen que Gramsci es suyo cuando hoy el mayor experto (en la teoría y en la práctica) se llama Viktor Orban, que dirige el país más peleón de la Unión Europea. Mientras tanto, Pablo Iglesias vomita bilis en su podcast y su examigo Iñigo Errejón se siente importante soltando peroratas previsibles para lo micrófonos de Efe, Cope y La Sexta. El director de cine Fernando León se pasa su carrera haciendo publirreportajes de Podemos y hagiografías de Sabina porque no comprende nada posterior a los noventa, cuando llegó la música alegre y plebeya, desde el techno al reguetón pasando por el eurobeat. Si no suena "A galopar", no es mi revolución.

Qué diferencia con la mirada que encierran estas palabras de Antonio Machado: "En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva".Y también con estas otras: "Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer (…) Por eso yo siempre que advirtáis un tono seguro en mis palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo”, explica.

Antes los izquierdistas decían a la derecha "vosotros cabéis en mi país pero nosotros no cabemos en el vuestro". Hoy es justo lo contrario: la izquierda de aquí no es solo excluyente, sino que se niegan a compartir país con cualquiera extramuros de su asamblea política. Las feministas han vuelto al tono regañón de la contracultura: un día criticando a Chanel por cantar sobre sexo y otro llamando 'fascista' a la tiktoker Roro por cocinar un plato rico a su chico. Ya solo se aguantan ellos y su núcleo más duro de seguidores. La vida sigue igual, pero la izuqierda un poco peor: que no decaiga el muermo.

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