Opinión

La atonía española

España, aún con sus achaques, es un país más o menos próspero y más o menos funcional, así que este no parece ser el escenario para grandes proezas

La política española es un lugar excepcionalmente ruidoso. Vivimos entre gritos, discusiones y polémicas constantes. Todo el mundo parece estar en conflicto constante con todo el mundo; medio gobierno odia a la otra mitad, los dos principales partidos de la oposición están a matar, y la mayoría parlamentaria que sostiene el ejecutivo no sólo está peleándose con el presidente sin cesar, sino que cuando no lo hacen a menudo se dedican a atizarse entre ellos. Todo el sistema político tiene el aspecto de un edificio en llamas.

Este es un incendio, sin embargo, de los que produce mucho humo y poco fuego. Porque de todo este conflicto, furia y peleas, lo cierto es que nuestro sistema político ha producido más bien poco en tiempos recientes, y cuando lo ha hecho, ha sido casi por casualidad.

Pedro Sánchez vive en el particular infierno al que el diablo condena a los políticos ambiciosos, un gobierno de coalición con un partido que le odia y una mayoría parlamentaria sostenida por el equivalente político de una horda de minions locos de atar

Empecemos por Pedro Sánchez, uno de los políticos más vilipendiados del país. La oposición y derecha mediática, empezando por este periódico, llevan años criticándole como esta figura radical, tremendamente ideológica, aliada con todo lo malo de este mundo y trabajando sin cesar para destruir España. Es casi como un malvado de película de Bond, o de una película de Bond en la que el malvado es un actor guapo.

Si miramos con cierto detalle la producción legislativa real de este Gobierno, sin embargo, queda claro que esta imagen de Sánchez es completamente falaz. Pedro Sánchez vive en el particular infierno al que el diablo condena a los políticos ambiciosos, un gobierno de coalición con un partido que le odia y una mayoría parlamentaria sostenida por el equivalente político de una horda de minions locos de atar.

Todo, absolutamente todo lo que intenta hacer Sánchez como gobernante requiere una negociación a catorce bandas con un montón de gente que tiene como principal pasatiempo lloriquear. Incluso en eventos y decisiones que deberían ser motivo de celebración y unidad para defender la imagen del país, como una cumbre de la OTAN, tiene que lidiar con un puñado de chiflados que siguen viviendo en la guerra fría quejándose del imperialismo yanqui. Dice mucho del talento político de Sánchez y sus dotes de superviviente nato que este manicomio siga más o menos funcionando, y que incluso hayan sacado adelante los presupuestos e incluso una reforma laboral medio decente, aunque sea por pura chiripa.

La extraordinaria debilidad política del Gobierno, sin embargo, ha hecho que gran parte de estas leyes y reformas sean insuficientes. España sufrió una crisis económica descomunal hace 14 años que hizo evidentes los graves problemas estructurales de nuestra economía e instituciones. Ni Zapatero, en su momento, ni Rajoy (alguien que no tiene excusa, gobernó con mayoría absoluta) hicieron gran cosa para solucionarlos, confiando en el BCE, la irreprimible tozudez de nuestra burocracia y años de apretar los dientes y comerse una recesión descomunal a ver si arreglaban solos.

No lo hicieron, por supuesto, y la pandemia nos dejó otra vez con un agujero presupuestario inenarrable, una tasa de paro descomunal y una crisis económica mucho peor que la de nuestros vecinos. Un año sin hacer los deberes han traído una recuperación anémica y dejado los mismos problemas de desigualdad, estancamiento, productividad baja y desesperanza que antes. Salir de este atolladero, aprobar las reformas necesarias para arreglar todos estos problemas exige reformas complicadas, ambiciosas y bien dirigidas.

Siempre he dudado si Pedro Sánchez y el PSOE estarían por la labor de aprobarlas si no dependieran de otros o si son tan miopes como Podemos en lo que el país necesita, pero es una duda académica. Lo cierto es que sea porque no puede, sea porque no quiere, el gobierno de Pedro Sánchez no está haciendo lo suficiente para arreglar los problemas del país.

En el lado de Vox, mientras tanto, están demasiado ocupados intentando copiar a Trump sin que se note, oponiéndose a todo lo que suene woke

Lo desesperante es que la oposición no parece que vaya a ser capaz de hacerlo tampoco de ganar unas elecciones. La noticia positiva, en el lado del PP, es que el partido se ha librado de ese lastre ambulante que era Pablo Casado. La negativa es que Alberto Núñez Feijóo parece ser un digno heredero de la escuela de Mariano Rajoy de nunca haberse encontrado con un problema que no se puede dejar para mañana, y parece no tener demasiada urgencia para arreglar nada. En el lado de Vox, mientras tanto, están demasiado ocupados intentando copiar a Trump sin que se note, oponiéndose a todo lo que suene woke, e intentando decidir si son neoliberales o populistas en lo económico como para ofrecer ninguna idea decente.

Es muy, muy, muy dudoso que un gobierno conservador salido de unas elecciones ahora mismo no sólo fuera capaz de generar una mayoría estable. Es aún más dudoso que quisieran sacar adelante la agenda reformista decidida que el país necesita.

Sin embargo, no creo que todo sean malas noticias. Los sistemas parlamentarios con gobiernos de coalición como el que tenemos en España no son demasiado dados a sacar adelante grandes agendas reformistas fuera de situaciones excepcionales. España, aún con sus achaques, es un país más o menos próspero y más o menos funcional, así que este no parece ser el escenario para grandes proezas. Lo que sí hace bien el parlamentarismo, si los actores implicados entienden el sistema, es aprobar reformas incrementales y soluciones parciales a problemas existentes. Estas leyes quizás no son ideales, pero sí ayudan un poco y van en la dirección correcta. La reforma laboral es insuficiente, pero es una mejora, al fin y al cabo. El gobierno de Sánchez ha ido sacando cositas, pasito a pasito, parcheando donde puede y le dejan.

Las cosas irán más lentamente de lo que deberían, y todos esos meses y años perdidos son un desperdicio de energía, riqueza y talento

Este proceso de reformas-a-gotitas es increíblemente frustrante, y más cuando España tiene un buen puñado de problemas que no son complicados, pero difícilmente negociables, como las pensiones. Las cosas irán más lentamente de lo que deberían, y todos esos meses y años perdidos son un desperdicio de energía, riqueza y talento. Podríamos ser más ricos y no lo somos, y Dios nos libre de que nos pille otra crisis durante los próximos años. Pero el parlamentarismo es así, qué le vamos a hacer.

El otro motivo para el optimismo es que los redactores de la constitución eran gente bastante cruel. El sistema electoral español, con sus circunscripciones pequeñas, es brutal con aquellos partidos que quedan terceros o cuartos. La actual configuración del sistema de partidos, con cuatro partidos nacionales, es muy inestable; las consecuencias de caer por debajo del 8-10% de votos son muy, muy severas.  En un contexto en que todos los partidos tienes competidores adyacentes que pueden quitarle votos con facilidad, uno puede estrellarse muy, muy deprisa.  Es posible que el equilibrio actual persista más de una o dos legislaturas, pero la experiencia (y la aritmética) nos indican que el sistema electoral hará su trabajo, moviendo el parlamento hacia mayorías más estables y previsiblemente algo más ambiciosas.

Es frustrante, no lo dudo, y realmente estamos todos perdiendo el tiempo. Pero esto es lo que hemos votado, y estos son los incentivos del sistema. Paciencia.

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