Opinión

La autoridad de sus prejuicios

Si del generoso propósito de sumar aquí pasáramos a explorar los estragos del ánimo vengativo de excluir podríamos asomarnos al acto teatral presentado en Sevilla

Las conmemoraciones convocadas para celebrar los cuarenta años cumplidos de la primera victoria electoral del PSOE, el 28 de octubre de 1982, han venido a probar las oscilaciones de los dirigentes socialistas entre el generoso propósito de sumar y el ánimo vengativo de excluir. A la primera tendencia parecerían ajustarse las palabras de Felipe González al saberse triunfador, que pueden encontrarse colgadas en la página web de su fundación, donde entonces hacía “un llamamiento a las fuerzas políticas, a las instituciones, a las comunidades autónomas, a las diputaciones y a los ayuntamientos; a los sindicatos, a las organizaciones empresariales, a los medios de comunicación y, en fin, a todos los sectores de la vida nacional para que se sientan integrados y presten su apoyo participativo en la tarea común de consolidar definitivamente la democracia en España, superar la crisis económica y concluir la construcción del Estado de las Autonomías”.

Aseguraba allí que todos encontrarían por su parte “una actitud de diálogo y de cooperación para avanzar en la solución de los problemas de nuestra patria, de acuerdo con los intereses y aspiraciones de la mayoría de los españoles. Quería que ningún ciudadano se sintiera ajeno a la hermosa labor de modernización, de progreso y de solidaridad para la que reclamaba la colaboración de cada español dentro de su ámbito, considerándola imprescindible en aras del objetivo de sacar a España adelante. De modo que por encima del ánimo que pudiera embargar a cada uno, proclamaba que “quien gana, más que un partido concreto, es la democracia y el pueblo español”. Y concluía llamando a la serenidad, a continuar con ese magnífico ejemplo que se había dado durante la jornada electoral ante las urnas, necesario para evitar cualquier tipo de equívoco, cualquier tipo de provocación y reconociendo que “tenemos un gran pueblo, el pueblo español, que se merece todo nuestro sacrificio. Gracias.”

Sabemos que el modo y forma de aplicación del aparato de propaganda en los distintos países atestigua que no se quiere cambiar o ilustrar a los hombres, sino llevarlos como séquito.

Otra cosa es que en el Novum Organun de Bacon aprendiéramos que “el espíritu humano, una vez que lo han reducido ciertas ideas, ya sea por su encanto, ya por el imperio de la tradición y de la fe que se las presta, vese obligado a ceder a esas ideas poniéndose de acuerdo con ellas; y aunque las pruebas que desmientan esas ideas sean muy numerosas y concluyentes, el espíritu o las olvida o las desprecia o, por una distinción, las aparta y rechaza, no sin grave daño; porque le es preciso conservar incólume la autoridad de sus queridos prejuicios”. Además, sabemos que el modo y forma de aplicación del aparato de propaganda en los distintos países atestigua que no se quiere cambiar o ilustrar a los hombres, sino llevarlos como séquito. Y tenemos bien averiguado que sólo una nueva conducta puede crear un nuevo pensamiento. Pero si del generoso propósito de sumar analizado hasta aquí pasáramos a explorar los estragos del ánimo vengativo de excluir podríamos asomarnos al acto teatral presentado en Sevilla donde se prefería poner todos los avances en la cuenta del PSOE y negar a los demás al que acudió Felipe echando de menos a quien le sostenía la mano en alto aquella noche de la victoria cuando se asomaba a la ventana del Hotel Palace, ante la que se agolpaba una multitud contenida, porque así se les había prometido a las autoridades en fase de eclipse. Hace cuarenta años, visto que a los tejerinos el caldo de Calvo Sotelo les parecía inaceptable, los electores saturados de gobiernos en minoría, sometidos a exigencias crecientes por cualquier grupúsculo, dieron las dos tazas de la mayoría absoluta con 202 diputados a Felipe González. Aparecía por la puerta grande un líder que había sabido renunciar a la definición marxista del PSOE para ganar el centro y con él la victoria y que tuvo enseguida la decencia de tragarse el lema de OTAN, de entrada no para salir a los caminos pidiendo el “si” a nuestra permanencia en la Alianza Atlántica cuando tuvo constancia de que era más acorde con los intereses de España. Continuará.

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