Opinión

La batalla del cinismo

Si concedemos el privilegio al gobierno de legislar también sobre el lenguaje, tendremos que rendirnos a la evidencia de que los jueces y fiscales que nombró Pedro Sánchez son "progresistas" y los que no "conservadores"

Pobres cínicos, qué mala posteridad les hemos dado. Aquellos filósofos griegos, singulares y temerarios, se convirtieron con el devenir de la historia en unos rufianes. Y todo fue gracias a la hegemonía incontestable del pensamiento reaccionario que nos llovió desde la dogmática escolástica. Por más que nos empeñemos en sobresaltar el valor de las individualidades estamos insertos en el mundo conservador, siempre dominante. ¿Debemos olvidar acaso que durante décadas el estalinismo dictaba lo que era progresista y lo que era reaccionario? Seguimos aun chapoteando en aquellas mierdas porque la gente tiene una capacidad infinita para ignorar y olvidar, olvidar e ignorar.

¿De verdad hay alguien que se pare a considerar qué quiere decir en la España de ahora mismo un jurista “progresista” y un constitucionalista “conservador? Pongamos nombres adecuados a su función. Hay un grupo de jueces a los que nombró el Partido Popular y otro al que designó el Partido Socialista. Lo demás son ejercicios malabares con el lenguaje. Existieron juristas progresistas de reconocido prestigio, quizá alguno haya entre los vivos, pero desde el momento en que es juez en ejercicio se convierte en conservador. Ahora bien, si concedemos el privilegio al gobierno de legislar también sobre el lenguaje, tendremos que rendirnos a la evidencia de que los jueces y fiscales -incluida la exministra Dolores Delgado- que nombró Pedro Sánchez son “progresistas” y los que no “conservadores”.

Como experto en banquillo de acusados debo confesar que los jueces autodenominados “progresistas” me dan más miedo aún que los “conservadores”. La primera vez que me condenaron se lo debo a una trampa de un juez de inmarcesible aureola progresista, el canario Eligio Hernández, más conocido en su tierra como “El Pollo del Pinar”, que llegaría luego a Fiscal General con Felipe González, donde se cubrió de infausta gloria.

Tanto o más escandaloso que el espectáculo del Tribunal Constitucional es el sesgo golfo de nuestras informaciones. Conservadores, renuentes a la renovación desde hace años, y progresistas designados por el gobierno para que avalen sus componendas políticas. Puro trumpismo. En lo único que coinciden todos se reduce a que los nombramientos dejen de hacerlos quienes mandan en el BOE. Aquí a un juez independiente se le trata de aventurero y por tanto tiene escasas posibilidades de llegar a tan alto tribunal. A menos que se convierta. Van en manada, o por hacerme menos audaz, “marchan en rebaño”; no se admiten animales sueltos.

Aquí a un juez independiente se le trata de aventurero y por tanto tiene escasas posibilidades de llegar a tan alto tribunal

El gobierno de Sánchez pretendía reformar la constitución -rebelión y malversación- porque así lo exigen sus socios parlamentarios. No hubiera pasado de ahí la cosa, si los miembros del Constitucional afines al PP, hubieran aceptado el trágala. Pero lo rechazaron con argumentos de peso constitucional y entonces salió el hermano mayor y dijo que deberían renovarse las vacantes -que llevaban cuatro años colgando y sin consenso- para poder cambiar el resultado y donde unos tienen 10 pasarían a 8 y ellos alcanzarían la mayoría de 11. Así, contado a calzón quitado, es inasumible para la ciudadanía porque debe conservarse de las máximas instituciones una imagen de seriedad y sentido de Estado, del que ambas partes se descojonan, pero que gracias al sustento público de su amplia artillería jurídica se asimila como una batalla entre conservadores y progresistas.

Pedir que se renueve el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial es una obviedad, pero rellenarlo de adictos al Gobierno no lo es, y el acertijo sin salida se reduce en que ambas cosas van juntas. El Constitucional y el CGPJ se suicidarían y aquí paz y después gloria al que manda. Abandonemos por un momento el relato -ese laberinto de jerga para profesionales- y abordemos el asunto desde la política. El presidente Sánchez había puesto la máquina a todo trapo para zanjar la herida de Cataluña -su herida, que apenas tiene que ver con la nuestra- y conceder la revisión de los atentados a la constitución. Sedición y malversación.

El presidente Sánchez había puesto la máquina a todo trapo para zanjar la herida de Cataluña

Los amanuenses de la judicatura “progresista” y los plumillas se pusieron a la tarea como por ensalmo: no hubo rebelión, porque no hubo violencia, ni sedición, ni golpe fallido. Es decir, que quienes lo vivimos hemos soñado una realidad distópica y solo el talento jurídico de los Martín Pallín y familia -los conozco desde 1976- trata de mostrarnos que lo nuestro fue un embeleco, una mala interpretación, que en verdad solo querían “fraternurizar”, que diría Cortázar. Lo interpretamos mal. Más o menos como antaño, cuando nos salvaban de nuestra ignorancia restringiendo nuestros derechos hasta hacerlos inexistentes. La clase política de Cataluña tenía un Parlament adicto a la rebelión. Qué importan unos casos individuales si el pueblo uniformado ha dictado ya la sentencia inapelable. ¡No hay constitucionalista que se atreva a tocarnos los cojones! 

Lo ha dictado Enric Company en “El País”, ese buque que amenaza desguace y que espera la brigada de salvamento que le aporte Pedro Sánchez. Lo que hicieron Puigdemont y Junqueras se redujo a “una colosal metedura de pata”. ¿O sea que metieron la pierna donde los demás vimos cómo sacaban la mano para hacernos desaparecer? Qué es eso comparado con la “inaudita mordaza del Parlamento que arroja a los ciudadanos a la orfandad en su derecho democrático”, escribe impertérrito Xavier Vidal-Folch. No para referirse a la “metedura de pata” de 2017 sino al Constitucional, que mal que nos pese, trata de defender una constitución que ellos con toda probabilidad no votaron, aunque su sociedad sí (la aprobación de la Constitución del 78 en Cataluña alcanzó el 90%, la más alta de España). No es que los “Bandera Roja” de antaño vuelvan, es que nunca se han ido; nacieron con un panfleto falaz que titularon “Contra el reformismo” y siguieron de reforma en reforma hasta su consagración. No se corten, pónganles nombres, desde Vidal-Folch, Xavier o “Porki”, hasta Josep Ramoneda y Enric Juliana. Un surtido.

No es que los “Bandera Roja” de antaño vuelvan, es que nunca se han ido; nacieron con un panfleto falaz que titularon “Contra el reformismo” y siguieron de reforma en reforma hasta su consagración

En paralelo a los rifirrafes de la clase política que se gana el sueldo a fuerza de saliva y fidelidad, lo de los comentaristas desciende de categoría hasta el ridículo. El portavoz oficial del presidente Sánchez, Carlos E(lordi) Cué ha dejado para la posteridad el mantra que alimentará a la abundante prole: “Una de las extrañas habilidades de Pedro Sánchez es la de convertir lo que a primera vista son sonoras derrotas en victorias a medio plazo” (El País del jueves de la vergüenza ajena). Así se escribe, chaval. Como hubiera exclamado Rafa Chirbes en una de sus mordaces expresiones de barra de bar: “que le pongan una ronda, paga la casa”. Cosas así suceden cuando a progresistas y conservadores los designa el Gobierno.

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