Opinión

La Cataluña del Nunca Jamás

Dice Torra que Puigdemont debería haber ido más lejos. Viven en un mundo totalmente irreal

Si de algo no puede tacharse al separatismo es de falta de creatividad. Han sabido montar un trampantojo perfecto, un Matrix a su medida en el que se han instalado cómodamente y ahí los tenemos, cobrando suculentos emolumentos a cargo del bolsillo de todos los españoles pero, eso sí, instalados en ese país de Nunca Jamás en el que son como la tripulación del Capitán Garfio. Sin mayores contratiempos que la ley que les inspira el mismo temor que el mismo tic-tac del cocodrilo que se comió la mano de Garfio, se permiten seguir chuleando, apostrofando, insultando y hablando de asuntos totalmente baladíes. Torra se metía ayer en Cataluña Radio con Puigdemont acusándolo de debilidad, con Aragonés por no buscar la independencia de manera abrupta y cuartelera al estilo de los hiperventilados de la estelada, con el gobierno y los partidos separatas por no mantener esa hoja de ruta que han cambiado tantas veces que no hay GPS que se aclare o con Rufián, al que achaca hacer declaraciones poco éticas y lamentables. Torra representa el sector más rabioso del separatismo, el ala más dura, la que azuza a los CDR a apretar, la que llama a la desobediència ante la sentencia del veinticinco por ciento del castellano, la que engloba al viejo convergente resabiado que prefiere el pronom feble a una economía próspera y las banderas antes que las personas.

En su isla de Nunca Jamás, porque saben que sus pretensiones no pueden ser llevadas a término, se sienten impunes y a salvo de cualquier contingencia. Ocultan que los condenados y luego indultados lo fueron por malversación de fondos públicos, que Pujol es un evasor confeso, que el edificio de corrupción edificado por el nacionalismo pujolista ha sido enorme y grotesco o que esta tierra está en bancarrota y depende de los fondos estatales para pagar nóminas.

Sonríen al ver a sus profesores gritar “Puta España”, se refocilan ante la opresión que sufrimos quienes estamos hartos de tanto cuento y sueñan con esa republiquita insignificante que consagraría de nuevo en Europa el gueto al discrepante, el carné de buen o mal ciudadano y el apartheid de todo lo que no consideran puro y catalán. Pero como ese supuesto paraíso estelado está en las nubes y, francamente, resulta de difícil acceso al común de los mortales, se pasan el día husmeándose lo unos a los otros. Ha empezado el tiempo del reproche interno, de ahí que los todavía socios de conveniencia en la generalidad estén buscándose por las esquinas de Nunca Jamás, buscando el momento más propicio para acabar con el otro. En medio estamos el resto, la gente que vive de su trabajo y no del presupuesto público, que ve mermada su capacidad adquisitiva a pasos de gigante y que sabe que todo el enorme aparato autonómico no sirve a nada ni a nadie que no sea a su propia parroquia. 

Que a la mayoría de catalanes no nos importe un adarve esa isla lejana y nebulosa es tan demostrativo de lo fantasmagórico del proyecto como lo es que el personal, incluso los separatistas de a pie, se haya cansado de la anormalidad que supone que te pretendan imponer un modelo que solo existe en las mentes enfebrecidas de las élites políticas de Cataluña. Para acabar con esa pesadilla existen soluciones y, por cierto, no demasiado difíciles. Córtese el grifo del dinero, aplíquese la ley común para todos, ciérrese el aparato mediático separata y verán como con tan solo eso el país de Nunca Jamás se desploma.

Si no se hace, los responsables sabrán las razones, que se me antojan todas mezquinas y torticeras.

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