Opinión

La cochambre

Anda el viejo de aquí para allá, decrépito, engañado y melancólico; que si los barcos, que si los nietos, que si los juicios, que si las aburridísimas arenas del desierto

La cochambre
El rey emérito Juan Carlos I en las instalaciones del Real Club Náutico de Sanxenxo en su último viaje a España EFE

Pones la tele y tienes la sensación de que huele como olían los patios de luces de hace cincuenta años: a guisos mezclados, a ropa dudosamente limpia, a humo de carbón, a viejo, a triste, a lejía, también un poco a ingle, todo junto. La palabra que estoy buscando es cochambre.

Una señora ya bastante mayor, entrada en décadas y en carnes; una señora que cuando éramos pequeños era una belleza que salía por la tele y mostraba unas piernas larguísimas en los escenarios, anda otra vez en lenguas a causa de un novio que tuvo hace muchísimo. Novio, amante, “maquereau” (en buen castellano se dice de otra manera), viejo verde, lilón, apañado, cabrito, lo que ustedes quieran; ya ven que casi todas son palabras viejas y medio mohosas, buenas para una novela de Cela como La colmena u otras parecidas. Ese viejo encandilado por aquellas piernas interminables era el Rey de España. Eso es lo único que singulariza esta historia extraordinariamente vulgar de cuernos y contracuernos, secretos de colchón y cochambre. ¿De Cela, dije? Sí, o de Juan Marsé.

Un chantaje de lo peor

En la tele hay un alboroto que, de niños, solíamos ver en el gallinero cuando andaba cerca el perro. Alguien, en alguna parte, ha publicado unas fotos escandalosísimas en las que se ve a Juan Carlos comiendo paella como si aquello que tiene delante fuese una familia, o llevando una bandeja con vasos, o dándole piquitos a esa mujer, o yo qué sé. Esta dama, que resultó ser una dama de lance como la copa de un pino, encargó a su hijo (entonces un adolescente) que sacase esas fotos para tener lo que ella llama ahora, con una desvergüenza nada nueva en ella, un “seguro de vida”.

Hace falta ser desalmado. Un seguro de vida, en este contexto, es un chantaje de la peor especie: o me sueltas pasta, so lila, y me las sigues soltando hasta que yo te lo diga (y no te lo voy a decir nunca), o esas fotos verán la luz, y muchas cosas temblarán por culpa de tu manía de comportarte como si fueses una persona normal. El niño sacó las fotos. El chantaje funcionó. La desahogada volvió a encontrar trabajo en la tele y en otros sitios. ¿Huele esto a patatas hervidas y a zotal, sí o no?

Pero la dama (de lance) tenía dos problemas. Uno era el juego. Entraba en el casino, o en el bingo, o donde fuese, y perdía “la proporción”, que habría dicho doña Rosa, la dueña del café de La colmena. Se convertía en un pozo sin fondo, y razón no le faltaba porque el pozo del que sacaba las morusas tenía muchas cosas, pero fondo no. Ahora sabemos que eso es una enfermedad terrible, la ludopatía; pero cuando todo esto sucedió nadie lo llamaba así, todo el mundo lo tenía por un simple vicio.

Procuraba, a veces con éxito, que ninguna se enterase de que él andaba con las demás. Pero estas cosas se acaban sabiendo. Y la dama (de lance) montó en cólera cuando se enteró. No fue la única

El otro problema de la dama (de lance) eran, inauditamente, los celos. Su querido, conforme a una tradición bastante asquerosina de sus antepasados, no andaba solo detrás de ella; tenía, antes o después de que ella apareciese, o con frecuencia a la vez, otras entretenidas, querindongas o amigas con derecho a roce, que se dice ahora. Procuraba, a veces con éxito, que ninguna se enterase de que él andaba con las demás. Pero estas cosas se acaban sabiendo. Y la dama (de lance) montó en cólera cuando se enteró. No fue la única.

El tercer problema de esta pobre mujer ha sido siempre su falta de fondo, que suele llevar a la exageración, a la vocinglería, a la conspirandez y al folletín. Lleva años diciendo que la persiguen, que está en peligro, que sabe que la van a matar, pero que se llevará por delante a quien haga falta; y el primero de la lista, como es natural, es su antiguo amigo entrañable, que hace muchos años que ya no lo es porque no hay bobo que cien años dure y, además, porque en el mar hubo siempre suficiente número de pescadillas rubias, monas de cara y de piernas largas, que fueron siempre su debilidad.

El resultado es que las fotos de la paella y de la bandeja de vino blanco, y grabaciones con frases que parecen sacadas de radionovelas de los años 60 (Guillermo Sautier Casaseca, Matilde Vilariño, Pedro Pablo Ayuso; recuerde el alma dormida) se están filtrando con cuentagotas para mantener encandiladas a las gallinas del gallinero televisivo y a las maris que ven estas cosas. El antiguo Rey, o rey pretérito, comiendo paella, Dios mío de mi vida, dónde vamos a parar. El viejo Rey diciéndole ternezas a esa dama (de lance), esto es el acabose.

Con aires de coronela

Parece que las fotos las ha hecho circular el niño, que ya no lo es en absoluto. Bueno. Necesitará dinero. Su ya anciana madre hace lo que es costumbre en estos casos, nada infrecuentes: se pinta como una puerta, se esconde detrás de unas gafas de sol que tienen el tamaño de los faros de un camión y se baja la calle, al principio no se sabe bien a qué pero pronto queda claro que baja a no hacer declaraciones. Los reporteros la persiguen, que para eso les pagan, y ella, con aires de coronela, repite: “No voy a hablar, no voy a decir nada”. Entonces, hija, ¿para qué bajas? ¿Para que te dé el aire? A veces vuelve a su vieja monomanía: “Me matarán, me matarán, pero con la cabeza muy alta”.  No, mujer. Cuando a uno lo matan rarísima vez tiene la cabeza alta. Ni antes tampoco. Y tú hace muchos años, muchísimos, que bajaste la cabeza hasta donde hubo que bajarla. Pura cochambre.

¿Y el otro, el antiguo amante regio? Pues muy bien, gracias. Cabreado como un macaco, como es comprensible, porque el chantaje al que se sometió no ha funcionado y el dineral que se le fue en extorsiones amatorias inocultablemente cutres ha resultado insuficiente. Más que nada porque el número de cutres que interviene en esta anécdota es numeroso, y así no hay garantía ni palabra ni pacto de granujas que aguante. Anda el viejo de aquí para allá, decrépito, engañado y melancólico; que si los barcos, que si los nietos, que si los juicios, que si las aburridísimas arenas del desierto. Seguramente se ha hecho a la idea de que ya no es nadie, que es el último de una larguísima serie de monarcas “voluptuosos” (es eufemismo) que comienza con Fernando VII y que acaba con él, porque su hijo ha salido una persona decente que se casó con quien quería, no con quien le escogieron otros, y eso que hemos salido ganando todos.

Hay un Borbón en este asunto idiota, por más viejo y obsoleto que sea ese hombre; y eso, y solo eso, despierta el morbo de las anarrosas y de la gente que las ve

La pregunta que me hago es esta: ¿De verdad es tan interesante todo esto? Esta historia vieja, vulgar, que tiene tufo a cuarto con derecho a cocina, ¿realmente le importa a tanta gente como para llenar horas y horas de televisión de cacareos y presuntas “exclusivas”? Si no hubiese un Borbón de por medio, este asunto parecería sacado de una conversación entre sorches y modistillas, hace siglo y medio. Pero hay un Borbón en este asunto idiota, por más viejo y obsoleto que sea ese hombre; y eso, y solo eso, despierta el morbo de las anarrosas y de la gente que las ve. Porque ya se sabe: en televisión hay que darle a la gente lo que pide, ese es el pretexto. La realidad es que le dan a la gente lo que quieren los programadores, y luego se encargan de convencer al personal de que lo han pedido.

Uno que fue Rey hace muchos años vestido con una camisa a rayas y revolviendo una paella junto a su dama (de lance). Eso es todo. Yo no veía semejante cochambre desde Gran Hermano.

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