Opinión

La crisis de los partidos

Progresan los que saben mantener la boca callada, comulgar con ruedas de molino, construir coaliciones de intereses y obtener el favor de los jefes

La antigua República romana homenajeaba a sus generales victoriosos con una ceremonia conocida como “triunfo”. El general desfilaba por la ciudad seguido por sus soldados, los prisioneros y el botín de guerra, luciendo una corona de laurel y vistiendo una toga de color púrpura a imitación del dios Júpiter. Para evitar que todos esos honores se le subieran a la cabeza, la costumbre dictaba que un siervo debía situarse detrás del general para repetirle “¡vuelve la vista atrás, recuerda que eres un hombre!”. El memento mori fue durante siglos un tema recurrente en el arte, una advertencia contra la soberbia y una exhortación a practicar las virtudes de la prudencia y la moderación.

El liderazgo es una condición necesaria para que cualquier organización política, empresarial o de otro tipo funcione eficazmente. Pero la historia nos enseña que “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente” (Lord Acton). Así pues, debemos esforzarnos para limitar el poder de los líderes y rodearlo de los contrapesos adecuados. Un líder sabio comprenderá que “allí donde todos piensan igual, nadie está realmente pensando”. Por eso se rodeará de personas con puntos de vista diferentes. La diversidad y el contraste de pareceres mejora la toma de decisiones.

Pablo Casado no tuvo quien le advirtiera de sus errores, en especial del que lo condujo a la defenestración. La hibris se apoderó del joven dirigente y lo llevó a secundar el ataque suicida contra Isabel Díaz Ayuso que pergeñó su secretario general. La prepotencia e indiscreción de éste sobre los asuntos internos del partido sorprendían a los periodistas con los que se reunía. Todos se preguntaban “¿a dónde quiere ir a parar Teo?”. Pero los mensajes de Whatsapp que se han filtrado a la prensa estos días indican que nadie de la dirección del PP se atrevió a contradecir la estrategia y los métodos del presidente y del secretario general. Al contrario, estaban rodeados de un grupo de aduladores que jaleaba cada paso que daban hacia el desastre.

Nadie se puede sorprender ahora de que el gallego modifique la posición del partido sobre el aborto o cualquier otro asunto, sin necesidad de someterlo a debate

Para substituir a Casado, el PP realizó un simulacro de Congreso en el que se aclamó a quien había sido previamente designado por un grupo informal y reducido de dirigentes. Feijóo no se molestó ni siquiera en presentar un programa o una ponencia política. Nadie se puede sorprender ahora de que el gallego modifique la posición del partido sobre el aborto o cualquier otro asunto, sin necesidad de someterlo a debate. Muchos militantes populares comienzan a comprender los riesgos que asumieron dándole un cheque en blanco a su Presidente (y muchos españoles, por hartos que estemos del Gobierno Frankenstein, no estamos dispuestos a hacer lo mismo).

Desafortunadamente, todos los partidos políticos nacionales y sus líderes presentan los síntomas de las mismas enfermedades: la capitanitis y el pensamiento de grupo. Los cuadros y dirigentes, muchos de los cuales no tienen otra profesión o medio de subsistencia alternativo a la política, no se atreven a contradecir al líder o a la opinión dominante por miedo a ser apartados, perder su puesto y sus prebendas. Progresan los que saben mantener la boca callada, comulgar con ruedas de molino, construir coaliciones de intereses y obtener el favor de los jefes. En la democracia configurada por la Constitución del 78, los partidos políticos juegan un papel fundamental como medio casi exclusivo de participación y acceso al poder. Las listas cerradas, la falta de transparencia, meritocracia y democracia interna están causando un daño enorme a todo el sistema. Pedro Sánchez no es un accidente, sino el producto de un sistema defectuoso. Y mucho me temo que reemplazarlo por otro sólo supondrá un alivio temporal y superficial de nuestros graves problema

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