La respuesta política que se está dando durante estos primeros días a la DANA está mostrando las disfunciones estructurales del sistema autonómico pero, sobre todo, está mostrando la incompetencia, la ineptitud y el sectarismo que caracterizan a nuestra clase política; o, por decirlo de manera más popular, está evidenciando la calaña de nuestros gobernantes. Como han explicado los expertos, para reaccionar a una crisis como la vivida especialmente en Valencia, ya hay un marco jurídico que permite coordinar los distintos niveles de gobierno. Así que, más allá de las ineficiencias (y las desigualdades) que el Estado Autonómico provoca y cuya revisión y reforma algunos llevamos pidiendo sin éxito casi dos décadas, lo peor es la ineptitud, la incapacidad y especialmente el sectarismo de la mayoría de nuestros representantes; puesto que, con el actual Estado Autonómico, la respuesta a la tragedia podría y tendría que haber sido otra, puesto que había recursos suficientes con los que hacer frente (mejor de lo que se ha hecho) a la tragedia: bastaría con que los representantes políticos atendieran a lo importante, se pusieran manos a la obra y trataran de resolver los problemas de la gente con honestidad y diligencia; pero no están acostumbrados a semejantes labores, dado que lo suyo es la publicidad y la propaganda a través de las cuales intentan ganar las próximas elecciones, objetivo prioritario (y casi único) de los partidos.
Nadie es infalible y todo el mundo puede equivocarse pero los múltiples errores que se han cometido han sido en su mayoría consecuencia de la ineptitud y el sectarismo políticos. Aparte de las políticas preventivas que no se abordan, ya desde un principio se cometieron errores. Se avisó tarde y mal de la llegada de la DANA, a pesar de toda la información de la que se disponía; tarde porque, cuando se envió el aviso Es-alert a los ciudadanos de las zonas afectadas, ya habían comenzado los desbordamientos y la gente ya estaba atrapada o moría en garajes, calles y carreteras; y mal porque la cuestión no era solo que la gente no saliera a la carretera sino que se quedara en su casa y se ubicara en zonas elevadas. Porque los ciudadanos tienen derecho a conocer el riesgo real al que se enfrentan y recibir la información apropiada en tiempo y forma, de modo que puedan tomar las mejores decisiones posibles para salvar su vida. Y hubo miles que no sabían a qué tipo de riesgo se enfrentaban. Mazón nos debe a todos una explicación, especialmente a los residentes de la comunidad autónoma que gobierna; y, cuando toque, deberá asumir sus responsabilidades políticas.
¿Puede el Ejército actuar en un país extranjero y no puede hacerlo en una comunidad autónoma? ¿Quién puede sostener semejante falacia? Solo un Gobierno que convive con la mentira
Además, en este tipo de catástrofes naturales, la respuesta del Estado en las primeras horas es clave para que los daños puedan limitarse y se pueda rescatar a la gente atrapada que está al borde de la muerte. Ya lo dijo la ministra de Defensa, Margarita Robles, con motivo del terremoto que sufrió Marruecos hace unos meses. Sin embargo, en lugar de obrar en consecuencia con la gota fría, nos dijo que "el Ejército no puede hacer las labores que le corresponden a la Comunidad Valenciana". ¿No puede? ¿Quién se lo impide? ¿Puede actuar en un país extranjero y no puede hacerlo en una comunidad autónoma? ¿Quién puede sostener semejante falacia? Solo un Gobierno que convive con la mentira. De hecho, ya está actuando sobre el terreno y ha vuelto a demostrar ser la institución más eficaz, aparte de la más querida.
Sánchez nos lo explicó de otra manera: "Si la Comunidad Valenciana necesita más recursos, que los pida", culmen del cinismo y la sinvergonzonería, frase que puede convertirse en su epitafio político. Como si fuera un ente independiente del Estado, y el Estado en su conjunto o el Presidente del Gobierno no tuvieran responsabilidad en esa parte del territorio. Como si pudiera permanecer sentado a la espera de una llamada de emergencia en lugar de tomar la iniciativa. Como si los ciudadanos no tuviéramos derecho a ser atendidos por el conjunto de las Administraciones Públicas en cualquier parte de España, especialmente en un caso de catástrofe.
Ante una situación tan límite como la DANA, hay que minimizar los errores, no escatimar recursos y dedicar todo el empeño político en proteger a los ciudadanos que se están jugando su bienestar y su vida. Quien no lo entiende debe dedicarse a otra cosa, pero no a la gestión de lo público. No es momento de disquisiciones competenciales, celos administrativos o luchas políticas miserables para tratar de sacar ventaja o perjudicar al adversario. Sus guerras no nos interesan lo más mínimo, sino que se ganen el suelo y cumplan su cometido. Y si no son capaces, y muchos no son capaces, deben irse cuanto antes a su casa.
Son más propensos a excusarse a sí mismos o a atacar al adversario que a estar a la altura de las circunstancias. Decir esto no es antipolítica sino denunciar lo que sí lo es realmente. El nivel de hartazgo es gigantesco
A los seis días de la catástrofe, Mazón, Sánchez y los Reyes llegaron a Paiporta, y una muchedumbre indignada les mostró su desesperación y su ira. En cuestión de minutos, Moncloa culpó a la extrema derecha y María Jesús Montero, esa eminencia, nos mandó su correspondiente vómito: "No permitiremos que grupúsculos radicales se aprovechen del dolor de la gente y nos desvíen de lo prioritario". Es lo que deberíamos hacer la gente decente, ciertamente: evitar que grupúsculos incompetentes y sectarios como los que nos gobiernan amenacen nuestro bienestar y nuestra vida. Y que nos tomen por idiotas, porque el comodín de la ultraderecha ya no vale. Los que recibieron a las autoridades fueron personas desesperadas, hartas y asqueadas de tanto sinvergüenza sin escrúpulos. Y en ese momento, cada cual actuó según su talante: mientras Sánchez huyó para asegurar su integridad física ante la violencia desatada, siempre condenable, los Reyes de España decidieron ejercer su responsabilidad, aguantar la bronca y escuchar a los vecinos. Los reyes de España volvieron a estar a la altura de las circunstancias. Y Sánchez nos hizo recordar que la cobardía es incompatible con la presidencia del Gobierno.
Por tanto, se ha evidenciado sobre todo una crisis de liderazgo político y de capacidad de nuestros dirigentes. La cuestión es que los partidos no tienen como objetivo prioritario mejorar la vida de la gente sino mantener el poder y ganar las próximas elecciones. Y son más propensos a excusarse a sí mismos o a atacar al adversario que a estar a la altura de las circunstancias. Decir esto no es antipolítica sino denunciar lo que sí lo es realmente. El nivel de hartazgo es gigantesco. Y ya nada volverá a ser lo mismo. Bastante cinismo e incompetencia hemos soportado. Es adonde nos ha terminado llevando principalmente Sánchez, el peor presidente de la democracia. Y para revertir la situación se necesita política, pero política de la buena.
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