Opinión

La esclerosis de Europa

Lo malo es que intentarán arreglarlo con más y más directivas negociadas entre gobiernos de naciones cada vez más irrelevantes

Una reciente encuesta de intención de voto en los Países Bajos prevé la posible e histórica victoria de un partido agrarista que ha abanderado la rebelión holandesa contra las interminables, excesivas y a menudo absurdas intromisiones de la Comisión Europea en la ejemplar agricultura del país de los pólderes, que se inventó a sí mismo ganando terreno al mar y no siguiendo planes y directivas de remotos comités. Toda Europa está llena de gente harta de las reglamentaciones europeas, de campesinos a industriales, que florecen con la exuberante y punzante inutilidad de las zarzas en una primavera lluviosa. La paradójica fe de la Europa liberal en la planificación a la soviética

¿Por qué tiene que reglamentar la UE desde la cría de gallinas a la fabricación de chips, consiguiendo que haya menos de todo? ¿Por qué esa norma de entrometerse, reglamentar, ordenar, planificar lo que funcionaba antes de que la eurocracia pariera un nuevo reglamento paralizante? Es necesario regular y ordenar el mercado, ¿pero por qué hacerlo mediante normas que se han revelado inútiles en multitud de casos, producto de mentes más propias de los Planes Quinquenales Soviéticos que del continente que descubrió las virtudes de la libertad económica, la libre iniciativa y la creatividad espontánea? Si la Revolución Industrial hubiera dependido de normas burocráticas como las que Bruselas emite a toneladas, seguiríamos montados en coches de caballos, aunque llevarían bragas ecofriendly y habría una Directiva de Derechos Equinos vigilada por numerosos comités y observatorios. Tal es el espíritu de parálisis de la iniciativa y corrección política dominante en la eurocracia bruselense.

¿Por qué esa norma de entrometerse, reglamentar, ordenar, planificar lo que funcionaba antes de que la eurocracia pariera un nuevo reglamento paralizante?

Uno de los primeros tropiezos serios del entonces Mercado Común fue intentar imponer los quesos de leche pasteurizada, soliviantando a millones de amantes del queso y provocando un solemne veto francés; también intentaron prohibir la venta de manzanas inferiores a cierto calibre, indignando a los daneses por una suya muy apreciada. Hay muchos ejemplos de patochadas similares: casi acaban con los buitres por la prohibición de abandonar cadáveres de animales en el campo, y los agricultores han perdido la libertad de cultivar o criar lo que quieran. 

La última de esta lógica burocrática invasiva fueron las recientes declaraciones de miembros de la Comisión advirtiendo a las grandes tecnológicas digitales, con cara de astuta satisfacción, de que para trabajar en la UE tendrán que respetar todas y cada una de las lentas e innumerables normas y directivas. Lo que no parece preocupar a la Comisión es que Europa no tenga ni una compañía comparable a Amazon, Google o Microsoft, ni a Twitter, Facebook o Tik-Tok, a pesar de que la computación se inventó en Europa y el primer teléfono móvil exitoso fuera obra de la finesa Nokia. Parecen contentos con ser los primeros del mundo en fabricar normas y regulaciones y con exportar la industria productiva a países menor mojigatos en la materia, porque la exagerada multiplicación normativa encarece y estorba el desarrollo industrial europeo y conseja a los emprendedores tecnológicos probar en Estados Unidos, Japón, Israel e incluso China. Si añadimos el freno del nacionalismo económico de cada país, que sigue tratando de proteger sus empresas decadentes, sin que haya verdaderas empresas europeas, la decadencia económica está servida. Es indispensable, pero la Unión está esclerótica y es pasto de burócratas

Entiéndame, creo que la Unión Europea es absolutamente necesaria. Pero sufre una esclerosis temprana que se manifestó al poco de nacer: excesiva burocracia, duplicación y triplicación de organismos -¿por qué tiene que haber una Comisión Europea y un Consejo de la Unión Europa, que se superponen en funciones y representación?-, escaso control y evaluación de resultados prácticos, demasiada lejanía de los intereses legítimos de las sociedades europeas, y además exceso de narcisismo cultural. Nos basta con imaginarnos los campeones del mundo de la regulación protectora de cualquier entidad real o imaginaria, del medio ambiente a los derechos trans, creyendo que un pasado glorioso como eje del mundo compensa la dependencia actual -¿qué habríamos hecho en Ucrania sin la OTAN y Estados Unidos?- y la tendencia imparable a ser la periferia del nuevo eje mundial del Pacífico que une y enfrenta a China y Estados Unidos.

La Unión Europea es uno de los más admirables inventos de la historia política: ha conseguido en muy poco tiempo vincular estrechamente a países con una larguísima historia de guerras y odios mortales, ponerlos a trabajar no solo en mantener la paz entre ellos, sino en hacer cosas juntos. Lástima que la proliferación de normas, directivas, comités, oficinas y demás parafernalia sea la cosa que mejor sabemos hacer. 

La Unión Europea es uno de los más admirables inventos de la historia política: ha conseguido en muy poco tiempo vincular estrechamente a países con una larguísima historia de guerras y odios mortales

La parte menos luminosa y más mezquina de la Unión Europea surge en las dificultades de ejecución de proyectos de verdadero interés general. Sigue dominando el nacional, y por supuesto el de las naciones dominantes: Alemania y Francia, con problemas internos muy graves. La UE no deja de ser un club de Gobiernos de Estados-nación que luchan por sus propios intereses y con una larga tradición estatista. Al fin y al cabo, la mayoría de españoles, italianos, franceses y alemanes están convencidos de que es mejor que el Estado se ocupe de sus vidas que ocuparse ellos del Estado y trazarle líneas rojas para que no se entrometa en las iniciativas privadas, no favorezca a la clase dirigente endogámica y no paralice la creatividad espontánea de la vida social, sin la cual democracia y libertad económica peligran.

Veamos, por ejemplo, los absurdos fallos de la estrategia de descarbonización energética: se dio por hecho que la transición a una economía electrificada era sencilla, que podía planificarse como si el azar y los cambios de ciclo económico no contaran, ni tampoco las grandes diferencias entre los países (¿cómo puede servir el mismo plan para Grecia y Suecia?). Los deseos quedaban resueltos y garantizados por el papeleo y los discursos Disney

Así, en el caso de la automoción eléctrica hay más voluntarismo y fe ciega en la planificación centralizada que otra cosa. Han bastado la pandemia y la guerra de Ucrania –que pilló totalmente por sorpresa a la UE pese a las advertencias de la OTAN- para que el castillo de naipes amenace desmoronarse. Y lo que es peor, la reacción europea ha sido… ¡Negociar una nueva directiva de prohibición del motor de explosión sin tener asegurado un relevo realista en tecnología (¿eléctrico, hidrógeno, hidrocombustibles, mix?)! Directivas que además ignoran olímpicamente las divergencias crecientes de poder adquisitivo de la gente de unos y otros países, y que de todos modos se han vendido pocos coches eléctricos incluso en los ricos.

Es obvio que la realidad se impondrá, los planes burocráticos e irreales fracasarán y que, como resultado, Europa será más dependiente de las industrias y tecnologías de terceros, especialmente de Estados Unidos una vez iniciada la Guerra Fría con China. Lo malo es que intentarán arreglarlo con más y más directivas negociadas entre gobiernos de naciones cada vez más irrelevantes, y que parecen haber olvidado de qué iba esto de crear una Unión política revolucionaria, vital, imaginativa y realista.

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