Tras el zapatazo a là Krushev de Aragonés con el cese del vicepresidente Puigneró está claro que la ex Convergencia carece de peso específico en la política catalana. Hasta hace muy poco no se movía una hoja sin que los herederos del pujolismo dieran su asentimiento. Todo en Cataluña, ese brutal campo de concentración en el que estás obligado a pensar como el rebaño o a ser un paria en tu propia tierra, se decidía como siempre. Los de arriba mandaban y se aceptaba como artículo de fe. Eso funcionó, y de qué manera, con Pujol, que sabía conectar muy bien con los más bajos instintos de una parte de catalanes, aquellos que creen que la señora que les quita la mierda de sus casas debería estarles agradecida porque le han dado trabajo y lo menos que puede hacer es hablar catalán, ver TV3, ser del Barça y ponerle a sus hijos Jordi o Montserrat. Con Artur Mas, aquel tupé pegado a una cara con mandíbula kennedyana y sonrisa de anuncio de colonia, también les funcionó, aunque no tanto. Después, la caída fue inevitable. Ni Torra, Puigdemont ni mucho menos Turull o Borrás son equiparables. No impresionan, como Pujol; no dan miedo, como Pujol; no son hábiles en el regate corto y el chantaje inteligente, como Pujol. Es decir, son más ineptos, tontos, vulgares y, por tanto, no dan miedo. Si acaso, risa.
Aragonés, que tiene a Junqueras hablándole al oído constantemente, sabe que la neoconvergencia de hoy no es nada. Menos que nada, es un grupúsculo de gente que no está en el siglo, que se ha radicalizado hasta extremos patológicos para distinguirse de Esquerra y que tienen que demostrar que son los más separatistas, aunque suponga un ridículo nunca visto en Cataluña, lo que no es poco decir. De ahí lo de poner sus consejeros el cargo a disposición del partido o la consulta a las bases a ver si se van del gobierno o no. Insistimos, todo eso carece del más mínimo peso. Esquerra sabe que tiene en socialistas y comunes dos sólidos aliados para gobernar siempre que no se salga del guión, guión que Pedro Sánchez está trabajándose con la única intención de conseguir un referéndum que lo parezca y no lo sea. Es la política que más le conviene a Esquerra, fingir que son separatistas sin tener que asumir el menor riesgo. No es baladí que dirigentes republicanos comenten en privado “Ser unos Esbojarrats, unos alocados, ya ves a dónde nos llevó: a Junqueras en una celda, a Puigdemont viviendo como un San Dios en Bélgica, a tener que pechar con una generalidad en bancarrota y, encima, a que Junts nos tilde de traidores”. Tienen razón. Pero no pueden decir que no fueran avisados de casa. Cuando se pacta con la derecha más racista, mezquina, elitista, impresentable y corrupta de Europa es inevitable que acabes mal. Ese cálculo debió hacerlo Esquerra en su día y no ahora, tras diez años de convivencia con ese monstruo llamado Junts. Cualquiera veía que un día u otro los traicionarían, como a Aragonés con Puigneró que, sabedor del navajazo que le iban a pegar con lo de la cuestión de confianza, se calló como una puerta. Pero cuidado, porque en un hipotético tripartito entre ERC, PSC y Comuns lo realmente interesante será ver quien traiciona antes a quién, que si los de Esquerra tienen experiencia en el asunto, los de Illa y los morados ni les cuento. Pero todas esas cábalas para señoritas tomando el té son también, como Junts, gigantescamente irrelevantes ante la que se nos viene encima en lo económico. A ellos les da igual, claro. Cobrando lo que cobran, así cualquiera. Aun veremos a Colau como vicepresidenta de la generalidad y a Ernest Maragall de alcalde de Barcelona, todo con el beneplácito del PSC.
Cosas más raras se han visto
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