Comienza un nuevo año y con la AntiEspaña en el poder, la crisis material y existencial a la que nos enfrentamos obliga a plantear algo más que unos propósitos por el cambio de año. Ya casi no queda tiempo. Van a toda velocidad. Las ideas en la vida pública son importantes, pero, ¿de qué sirve la mejor de ellas sin el valor de llevarla a cabo o ni siquiera el valor de plantearla y defenderla en el espacio público? En esta situación terminal el objetivo no puede ser únicamente detener la destrucción de la nación y de sus expoliados y ninguneados ciudadanos, porque aunque parezca suficiente, no lo es. España necesita algo más que un despertar. Necesita resucitar de la mentira, de la inconsciencia, del vacío y la falsa sensación de comodidad que proporciona la sumisión al mundo esquizoide, pútrido y antiespañol de la izquierda de todos los partidos que constituye las cadenas de un falso e impuesto consenso.
No se trata de llevar a cabo una revolución. Imposible. Eso podría implicar estar menos horas en el sofá sin beneficios inmediatos asegurados. Se trata de una liberación. De deshacernos de lo que nos asfixia, nos encierra en la pobreza, en la ignorancia. Denunciar lo que ha construido una sociedad en contra de sí misma, depauperada, degradada y perdida, en la que se premia odiar lo que somos, España. Se trata de acabar con el «consenso», cuestionarlo y desvestir todas las mentiras que han conformado la sumisión voluntaria al suicidio como nación para poder revertir la situación y construir un proyecto sólido y próspero.
El problema de España no es sólo el Gobierno de Pedro Sánchez, ni sólo el PSOE, sino la imposibilidad de cuestionar el consenso impuesto desde arriba sobre lo que ataca nuestros intereses y nuestra prosperidad como ciudadanos y como país
El problema de España no es sólo el Gobierno de Pedro Sánchez, ni sólo el PSOE, sino la imposibilidad de cuestionar el consenso impuesto desde arriba sobre lo que ataca nuestros intereses y nuestra prosperidad como ciudadanos y como país. No es casualidad que en España todos los problemas deriven de lo que se ha considerado consenso constitucional y democrático. El consenso impide cuestionar «las maravillas» de un país federalizado en autonomías, aunque nos haya llevado a la mayor de las desigualdades, injusticias, despilfarros y la peor crisis de disolución nacional. El consenso sobre la necesidad y las bondades de primar las lenguas regionales por encima de los Derechos Humanos de los niños y sus padres. No somos una democracia y nuestro sistema constitucional de representación lo imposibilita y nos deja indefensos frente a los secesionismos regionales. El consenso sobre la veneración a todo lo que ordene la Unión Europea o a la ONU. El consenso climático, de género, de diversidad. El consenso sobre la necesidad de llenar Europa de una inmigración incompatible que la desprecia aún más que sus gobernantes. Para mi generación la palabra «consenso» es una alarma de peligro, que significa mentira, asfixia, falta de libertad de expresión y de debate. Y sobre todo, sumisión a un proyecto contrario a los intereses del ciudadano y su nación.
El mito fundacional del régimen del ´78 está basado en una gran mentira que no tiene como base la Transición, sino la II República
Quizá el consenso tuvo para la generación de la Transición una connotación positiva de paz y convivencia, porque en vez de una segunda guerra civil «el consenso trajo la democracia». El mito fundacional del régimen del ´78 está basado en una gran mentira que no tiene como base la Transición, sino la II República. Blanqueada durante décadas en cada rincón institucional, universitario, académico y cultural del régimen como una época pacífica e idílica de democracia. Los años luminosos de prosperidad, paz y convivencia interrumpidos abruptamente por un golpe de Estado de fascistas que odiaban la paz. Un consenso sobre la gran mentira de la guerra civil que inexplicablemente ganó Franco, que era bobo y un mal militar, según lo difundido por la izquierda perdedora 80 años después. La gran mentira alrededor del Franquismo, que según el consenso fue peor que los campos de concentración de Camboya. Todo lo relacionado con aquella época ha de ser repudiado antes de ser conocido, no sea que alguien no le parezca Pol Pot. Desde hace 45 años «consenso» es lo que dice la AntiEspaña de dentro y fuera de nuestras fronteras. Y para el Partido Popular es lo que decía el PSOE hace tres meses.
Es necesario un proyecto nacional que rompa el consenso de la legitimidad de la izquierda, los secesionistas y las organizaciones supranacionales. Todos ellos con intereses contrarios a los nuestros como nación. No sólo porque sea lo moral, lo intelectualmente honesto y porque España esté falta de verdad. Es necesario acabar con el consenso del régimen porque es la única forma de poder derrotarlo.
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