Opinión

La guerra interminable

Putin no tiene intención alguna de desescalar el conflicto porque le va el poder en ello

Esta semana se cumplirán once meses desde que comenzó la invasión rusa de ucrania. Sólo civiles han muerto, según la ONU unos 7.000, 400 de los cuales eran niños, una estadística demoledora que ha de caer sobre la conciencia (y esperemos que también sobre la persona) de Vladímir Putin tan pronto como acabe esto. Ciudades y pueblos de todo el país, pero especialmente en el este y en el sur, como Mariupol, Bajmut e Izyum, han sido arrasados, hoy se encuentran medio despoblados y sus centros históricos han quedado prácticamente destruidos a causa de los combates y los bombardeos.

Los daños materiales son cuantiosos en todo el país. Han sido destruidas decenas de miles de viviendas y todo tipo de equipamiento urbano como escuelas, hospitales, teatros y edificios administrativos. Hace dos meses, en noviembre, la Escuela de Economía de Kiev, una prestigiosa institución educativa de la capital que imparte estudios de posgrado, calculó el coste que había supuesto la guerra hasta esa fecha. Sus especialistas estimaron que los daños en bienes inmuebles tanto residenciales como no residenciales y otros tipos de infraestructura (puentes, carreteras, vías férreas, etc.) en la Ucrania libre (la que no está ocupada por Rusia) asciende a 136.000 millones de dólares. Para que nos hagamos una idea de lo que significa esa cifra, el PIB nominal de Ucrania en 2021 fue de unos 200.000 millones de dólares, es decir, la destrucción material ocasionada por la guerra en la zona no ocupada constituye el 70% del PIB del país previo a la invasión. Teniendo en cuenta que la Escuela de Economía de Kiev hizo esa estimación en noviembre, en estos momentos el porcentaje debe de ser sensiblemente mayor, ya que a lo largo de los meses de diciembre y enero los ataques aéreos sobre la Ucrania libre se han recrudecido mediante operaciones con drones baratos de fabricación iraní.

Los principales centros urbanos, incluyendo a la capital, continúan bajo ataque continuo tanto por parte de estos drones como de misiles que se dirigen principalmente a la infraestructura energética para rendir al país por hambre y frío. A 31 de diciembre, en torno al 40% de la red ucraniana de alto voltaje, gestionada por la empresa Ukrenergo, se encontraba fuera de servicio. Esto significa que grandes áreas del país estaban a oscuras y los apagones eran constantes. Ninguna economía puede funcionar en semejantes condiciones. Esto ha llevado al Banco Mundial a estimar que la economía ucraniana se contraiga en torno a un 35 % en 2022. La agricultura representa el 20 % del producto interno bruto de Ucrania. Ahora casi una cuarta parte de ese sector está completamente parado. Hay muchos campos que ni siquiera se han sembrado, otros están dañados por los combates y se han destruido granjas y maquinaria agrícola.

Lo que está sucediendo allí siguen llevándolo las televisiones y los periódicos, pero ya no despierta la misma atención que hace unos meses, cuando se convirtió en tema de conversación recurrente

Todo esto está minando la capacidad de resistencia ucraniana, de ahí que los Gobiernos de EEUU y Europa se muestren escépticos respecto a la capacidad de Ucrania para sostener la guerra por su cuenta y expulsar a los rusos de su territorio. De tener que librar esta guerra a solas ya estaría perdida. Se habrían rendido ya o sería una cuestión de tiempo su rendición, pero Ucrania no está sola. Tiene de su lado a todas las potencias occidentales, cuya ayuda militar y económica si puede inclinar la balanza de su lado. Por ahora sus principales patrocinadores, que son EEUU, el Reino Unido y Polonia, parecen firmes, pero Zelenski, que el año pasado habló ante los parlamentos de medio mundo para pedirles ayuda, deberá ir renovando ese apoyo, algo que cada vez será más difícil porque cuando una guerra se cronifica (como está sucediendo con la de Ucrania) se va perdiendo el interés por parte de la opinión pública. Lo que está sucediendo allí siguen llevándolo las televisiones y los periódicos, pero ya no despierta la misma atención que hace unos meses, cuando se convirtió en tema de conversación recurrente.

Lo peor de todo es que esto no tiene visos de acabar pronto. Los ucranianos quieren resistir hasta el último hombre y no les podemos culpar por ello. Están defendiendo su país, sus ciudades, sus casas y sus familias, es normal que estén imbuidos de una moral de victoria a prueba de bombas. Los rusos, por su parte, sólo conocen hasta cierto punto lo que está sucediendo en Ucrania. La propaganda oficial les muestra una parte, aunque ya el Gobierno de Vladímir Putin no puede seguir fingiendo que aquello es un asunto menor que las fuerzas armadas resolverán en cuestión de semanas sin apenas bajas. Putin no tiene intención alguna de desescalar el conflicto porque se le va el poder en ello. Ha llegado demasiado lejos y si se retirase mañana lo pagaría caro a título personal. Hay rumores de que se prepara una gran ofensiva rusa de invierno, quizá con la participación de Bielorrusia, cuyo objetivo sería apoderarse en un golpe de mano de las dos principales ciudades del país: Kiev y Járkov, cercanas a la frontera rusa y que, de perderse, supondrían un varapalo para los ucranianos.

Ucrania ha logrado esto gracias a varias razones, desde el apoyo sostenido de Occidente a los errores operativos rusos, pasando por la determinación heroica de los ucranianos de a pie

Lo que acontezca de aquí en adelante es imposible de prever porque aún no han pasado muchas cosas que marcarán el devenir de los acontecimientos, pero, según está la situación, ahora sí que se pueden sacar algunas conclusiones.

La primera y más importante es el sorprendente y completamente inesperado éxito de Ucrania en el campo de batalla. Su ejército ha tirado por tierra las previsiones de muchos, que pensaban que se derrumbaría en cuestión de días o semanas. Kiev no solo no cayó, ni el Gobierno del presidente Volodímir Zelenski colapsó y tuvo que exiliarse, sino que el ejército ucraniano ha lanzado en los últimos meses sus propias contraofensivas, recuperando con ellas una porción de territorio significativa en regiones importantes como la de Járkov o la de Jersón. Ucrania ha logrado esto gracias a varias razones, desde el apoyo sostenido de Occidente a los errores operativos rusos, pasando por la determinación heroica de los ucranianos de a pie, que desde el primer día no han escatimado sacrificios para repeler la invasión. La combinación de todo ello nos ha conducido hasta el momento presente, un escenario en el que Putin no se veía hace once meses.

La feroz resistencia de Ucrania ha obligado al Kremlin a cambiar su estrategia inicial de varias maneras. A principios de abril las fuerzas rusas se retiraron desordenadamente del frente norte, centrándose en el sur y el este de Ucrania, como puente entre sus posiciones preexistentes en Crimea y el Donbás y el territorio de la Ucrania libre. Pero esa operación también le salió mal porque desde entonces los rusos no hacen más que retroceder en el este. Putin tuvo que recurrir en septiembre a algo que no tenía previsto, una movilización militar parcial y la anexión de cuatro regiones ucranianas, Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, para apuntalar el relato en casa de que todo marcha bien y, ya de paso, poner sobre una posible mesa de negociaciones el hecho de que eso ya es parte de Rusia y como tal debe ser respetado. Pero ni Zaporiyia ni Jersón están en manos rusas, por lo que su reclamo se da de bruces contra la realidad. Estos reveses en cadena han provocado que Rusia apunte cada vez más a la infraestructura energética de Ucrania mediante ataques con misiles y drones. Ya que no pueden avanzar en el campo de batalla, tratan de infligir el máximo daño económico para convertir el invierno ucraniano, que ya de por sí es duro, en un auténtico infierno para la población civil.

Occidente ha prometido más de mil millones de dólares en ayuda para el invierno y nuevas armas como los misiles Patriot, que serán de gran ayuda para los sistemas de defensa antiaérea

De cara a los próximos meses, Ucrania está bien posicionada desde el punto de vista militar para seguir avanzando. Por ahora sólo tienen un frente que atender y su capacidad ofensiva ha mejorado mucho. Tras casi un año de guerra, el ucraniano es un ejército de veteranos con la moral por las nubes. Pero todo dependerá del apoyo que reciban de Occidente en términos de asistencia militar y ayuda financiera. Lo primero les permitirá defenderse y atacar, lo segundo reconstruir la infraestructura destruida por los ataques rusos. Occidente ha prometido más de mil millones de dólares en ayuda para el invierno y nuevas armas como los misiles Patriot, que serán de gran ayuda para los sistemas de defensa antiaérea. Zelenski, por su parte, estuvo en Washington el mes pasado y arrancó a Biden 45.000 millones más de ayuda militar.

Que EEUU o la Unión Europea apoyen a Ucrania queda fuera de duda, al menos en el medio plazo. Pero no sucede lo mismo en el resto del mundo. Países como China, India y Turquía se han negado a participar en el paquete de sanciones y han intensificado incluso sus relaciones económicas con Rusia, lo que le ha permitido capear el temporal y evitar un colapso económico. Pero que se hayan mantenido fuera de las sanciones no equivale a un apoyo total a la invasión de Rusia. Si bien los medios estatales chinos siguen siendo prorrusos, el país no ha tomado partido oficialmente y la India se mantiene neutral. Estos países tienen un interés esencialmente práctico. Quieren gas y petróleo a buen precio y, en el caso de China, le permite mantener el antagonismo frente a Occidente. Pero si la cosa fuese a más y el Kremlin se decantase por el uso de armas químicas o nucleares, estos países seguramente reconsiderarían su actitud. Los salvavidas de los que depende la economía rusa también son factores que limitan lo que pueden hacer en el campo de batalla.

Una victoria clara

Por último, tenemos la situación política interna de cada país. Hasta ahora, incluso bajo la presión de una leva enormemente impopular, Putin ha demostrado su capacidad para eliminar la oposición a la guerra en el interior del país mediante censura y represión. Zelenski también ha demostrado su capacidad no sólo para permanecer en el poder, sino también para asegurarse apoyos de todo el espectro político ucraniano. Pero si ninguna de las partes puede lograr una victoria militar total, lo que parece poco probable en esta etapa, el coste humano, económico y político del conflicto aumentará con el tiempo y una vía diplomática podría volverse más atractiva. Esa vía hoy por hoy no se atisba. El Kremlin continúa fiándolo todo a las operaciones militares y los ucranianos quieren que esto se resuelva en el campo de batalla, obligando a Rusia a retirarse con el rabo entre las piernas. La mayor parte de ucranianos están a favor de continuar con la guerra hasta que se recuperen todos los territorios, incluida Crimea y las partes de Donbas que perdieron en 2014.

En resumidas cuentas, la guerra de Ucrania va para largo. Se avecina otro año difícil, con giros inesperados, ya sea en forma de nuevas ofensivas, cambios políticos e iniciativas diplomáticas. De un modo u otro esto tendrá que acabar, ya sea por una victoria clara de uno de los bandos o por una negociación entre las dos partes agotadas, pero no tenemos ni idea qué sucederá ni cuándo lo hará.

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