No memorices un poema. No pretendas comprender un contexto. No profundices. No disfrutes desentrañando una traducción. No juegues con una etimología. No pidas silencio. No dediques más de diez minutos a una actividad. No intentes escribir mejor. No leas despacio. No trabajes solo.
Éste podría ser el decálogo básico de la nueva pedagogía, que, al igual que las tecnologías idem, es ya muy vieja. Si se invierten sus mandamientos obtenemos lo que se promueve: un mundo de atención distraída, ruido perpetuo, individualidad erradicada y conocimiento de consumo rápido.
“Todo está en Google”, repiten frecuentemente los apóstoles. Eran y son legión. Desde Manuel Castells, reciente y apático ministro de Universidades, hasta una ganadora española de los “Global Teacher Awards”, artefacto cultural perfectamente integrado en este empeño global desactivador. Hace unos años en una entrevista le preguntaban cuál era su metodología para impartir clase.
“Mi metodología es muy activa. Al año hago cinco o seis cursos de reciclaje. Estudio mucho las nuevas metodologías y las aplico mediante actividades cortas y divertidas, y cambiar constantemente, e intentar llegar al aprendizaje”.
La búsqueda en Google no es cómo la búsqueda en una biblioteca. Los alumnos están entrenados para conformarse con el primer resultado de la lista
Habla de aulas de Infantil pero sabemos que el enfoque no se queda sólo en esa etapa. Aún más interesante era lo que decía sobre el estudio. “Lo que vamos a estudiar da igual, está todo en Google”. Todo menos, curiosamente, los profesores en reciclaje permanente que no creen en los exámenes ni en los castigos ni en la enseñanza y no pueden ser sustituidos por un ordenador; ellos sí son, por alguna razón, esenciales.
Solemos pasar por alto algo relevante de este discurso pedagógico desmotivador y deshumanizador: Google es una empresa. Se habla de ello como si fuera una biblioteca infinita y universalmente accesible, pero la búsqueda en Google no es cómo la búsqueda en una biblioteca. Los alumnos están entrenados para conformarse con el primer resultado de la lista. No hay necesidad de contrastar, porque contrastar es malgastar el tiempo. Copiar y pegar el primer párrafo del primer resultado que ofrece el buscador es suficiente y deja tiempo para dedicarse a las tareas realmente divertidas durante el resto de la clase: escuchar alguna canción recién horneada, ver cuarenta microvídeos, engancharse con cualquier actividad que no suponga concentración y propósito.
Así que sería más correcto decir que todo está en una empresa, y el caso es que la anterior no ha sido precisamente una buena semana para los apóstoles de la tecnológica californiana. Durante algunos días hemos podido ver las maravillosas funcionalidades de Gemini, el generador de imágenes mediante IA de Google. La búsqueda de soldados alemanes en 1943 producía resultados asombrosos: mujeres orientales, oficiales negros o una india americana cuidando un herido. “Pareja en la Alemania de 1820” dejaba una conmovedora escena en la que un indio americano con el torso al aire, trenzas y plumas en la cabeza paseaba de la mano junto a su mujer por las calles de alguna ciudad alemana indefinida.
Finalmente la empresa emitió un comunicado en el que anunciaba la suspensión temporal del servicio hasta que pudieran afinar los filtros y corregir los errores. Las “inexactitudes”, decían en el comunicado. Pero la cuestión es que no se trata de fallos concretos en el diseño, sino que esas inexactitudes son el corazón del diseño.
A los alumnos ya no les pedimos que adquieran y refinen conocimientos, sino que se conviertan en creadores de contenido. Que innoven. Que pasen de puntillas por mil temas distintos y que construyan una aldea Potemkin de la enseñanza
El episodio es una muestra perfecta de un meme que comenzó a gestarse hace varias décadas en el ámbito de la programación y que hoy ya forma parte de la cultura popular. “It’s not a bug, it’s a feature”. O lo que es lo mismo: no es un fallo, es una característica. Normalmente se usa en sentido irónico o como excusa para desviar la atención de un fallo real, pero en este caso es absoluta y literalmente cierto. Google es una empresa, y las empresas las dirigen personas concretas. Con sus sesgos ocultos, sus mandamientos implícitos y sus intenciones públicas. El caso de James Damore aún debería sonarnos de algo, y de hecho cualquiera podría recordar los detalles con una sencilla búsqueda, pero volvemos a lo de siempre: para poder buscar algo primero es necesario saber que ese algo existe.
Es el diseño en el producto de Google lo que produce esos resultados, y no un fallo del mismo. Está diseñado para corregir la realidad, no para mostrarla de la manera más precisa posible. La IA del generador no remite a una Inteligencia Artificial neutra y fiable, sino a la Inclusividad Aberrante que se ha instalado en los dirigentes de la tecnológica.
La verdad es que encaja muy bien con los tiempos. A los alumnos ya no les pedimos que adquieran y refinen conocimientos, sino que se conviertan en creadores de contenido. Que innoven. Que pasen de puntillas por mil temas distintos y que construyan una aldea Potemkin de la enseñanza en los pasillos y salones de las escuelas.
Al comienzo de 1984, el protagonista duda al poner la fecha con la que va marcar el inicio de su diario. Sabe bien que cualquier certeza registrada puede ser la décima modificación de lo que alguna vez fue un hecho. Pensamos que sólo un Gran Hermano podría hacer algo así, pero cuando finalmente hayamos cruzado esa línea no encontraremos ningún dictador despiadado al otro lado.
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