Beyond Utopia (2023) es un documental de casi dos horas dirigido por Madeleine Gavin, una experimentada realizadora estadounidense, que describe los múltiples riesgos que asumen quienes quieren huir de Corea del Norte. Incorpora hábilmente, dentro de los códigos del documental, las estrategias del suspense narrativo, razón por la cual se le ha colocado la etiqueta de docu-thriller. Lo que el documental enseña es absolutamente desgarrador. La degradación de la condición humana dentro del régimen comunista, que funciona como una monarquía hereditaria, es tan real como insoportable para una imaginación no pervertida.
Quienes consiguen huir sufren un calvario que no sólo les afecta a ellos, como desertores con miedo, sino que también implica a sus familias, las cuales son represaliadas, amenazadas, torturadas. Hay ficciones audiovisuales que no llegan a estos niveles de horror, un horror sistemático, implacable, sin resquicios apenas para que las victimas puedan siquiera llegar a concebir que la libertad existe.
Pregunta para una investigación: ¿El lanzamiento de determinados productos audiovisuales sobre distopías psicopáticas como la película canadiense Cube (1997) y sus muchas secuelas tienen como objetivo la normalización de la degradación humana? Ante estos fenómenos comunicativos que alcanzan notables audiencias es urgente la investigación multidisciplinar. Lo que la Academia debe hacer es desplegar toda su capacidad analítica y critica. Claro que esa Academia es hoy más una aspiración que una realidad operativa.
Sigamos, de momento, el camino que nos brinda el espectáculo de masas norcoreano. En el documental se explica que uno de los mayores logros totalitarios es precisamente ese, que miles de niños sean convertidos en accionadores de paneles de colores, a modo de píxeles, para crear imágenes enormes a mayor gloria del dictador. Les inculcan que eso que les obligan a hacer desde muy pequeños, con gimnasia repetitiva que mecaniza sus cuerpos, es la belleza absoluta. En Corea del Norte, son las masas las que deben proporcionar el espectáculo al gusto de Kim Jong-Un, que manda allí desde 2011.
Los liberados que van accediendo a cierto saber, cuando salen de la cárcel del norte, quedan asombrados de que les hayan conducido a la ignorancia por medio de una falsificación del relato cristiano
Ese control de los cuerpos infantiles está sustentado en la imposición de la ignorancia obligatoria. El documental contiene bastantes momentos impactantes, y me voy a referir a uno en el que, quienes han conseguido huir de Corea del Norte, explican su desconcertante descubrimiento de que habían vivido en una total ignorancia acerca de cómo es el mundo. No extraña que esa ignorancia se sustente en grandes falsedades. Por ejemplo, la mitología comunista que les han inculcado es una copia muy literal, a la par que muy tergiversada, de la Biblia. Los liberados que van accediendo a cierto saber, cuando salen de la cárcel del norte, quedan asombrados de que les hayan conducido a la ignorancia por medio de una falsificación del relato cristiano.
En las escuelas, a los niños se les dice que viven en una utopía y que el resto del mundo es un desastre absoluto y repulsivo. Sin embargo, el nivel de miseria y mezquindad de Corea del Norte es escandaloso. Una chica que consiguió huir cuenta que los extranjeros le preguntan “¿cómo los norcoreanos pueden vivir como robots humanos?” y ella responde que “cualquiera que naciera en Corea del Norte sería exactamente como nosotros porque no sabíamos que existía otra vida. Éramos presos en una enorme cárcel virtual”.
El documental invita a plantearse, una vez más, la estrecha relación entre mentira impuesta, ignorancia y totalitarismo. Resulta que Corea del Norte constituye un modelo de una extraordinaria pureza para eso que Klaus Schwab, el del Foro Económico Mundial, anhela con su macabra cuarta revolución industrial: una “conciencia colectiva”. Kim Jong-Un ofrece a los totalitarios del mundo una guía, un procedimiento que alcanza casi el 100% de eficiencia para disponer de unas masas alienadas por una conciencia única obligatoria, prefabricada y centralizada.
No tenemos más que fijarnos en cómo se ha ido movilizando la gente a partir de las mentiras de Sánchez, su familia y sus ministros. Por eso quiere acabar con la libertad de expresión
Uno de los rasgos más valiosos de la Civilización Occidental es el de que, con altibajos, se ha ido construyendo a sí misma combatiendo la ignorancia en aras de la verdad, la libertad y el bien común, sin prohibir la mentira. Así cada generación debería ser menos ignorante que la anterior. Si hay libertad, la mentira es un acicate, un estímulo para el pensamiento, la investigación y la crítica. No tenemos más que fijarnos en cómo se ha ido movilizando la gente a partir de las mentiras de Sánchez, su familia y sus ministros. Por eso quiere acabar con la libertad de expresión y no es el único en Occidente. Destruir todos los niveles de enseñanza e imponer la ignorancia es un hecho que va minando nuestros ya temblorosos cimientos. La invasión islámica es la apuesta más salvaje de la ONU y la UE para terminar de implantar un muy duradero estado de inopia en las masas.
Todos estos que imponen normas de censura dicen que hay que prohibir la mentira, porque la mentira es mala para la democracia. Y al decirlo, ya mienten pues sus prácticas políticas consisten en eliminar la separación de poderes, el fundamento de la democracia. Cierto que las mentiras Sánchez son muy chapuceras, del estilo Zapatero, y pronto se desmontan. Hay otras diseñadas en la ONU, la UE o la OMS que son más sofisticadas porque son mucho más gordas. Estas tardan más tiempo en ser descubiertas por las mayorías como mentiras manipuladoras. Algunas de las más recientes encaminadas a la implantación de la ignorancia gozan de enorme éxito: la especie humana es culpable del cambio climático; jóvenes africanos en edad militar vienen a pagar pensiones; las inyecciones de ARNm son seguras y protegen del covid. Es una obligación moral de la Civilización Occidental combatir la ignorancia. Colaboremos entre todos.
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