Opinión

La izquierda tramposa

El problema es cómo arreglas un protagonista fallido con un cuento inverosímil, cómo conviertes a un villano en víctima

Queridos niños, la Pasionaria no venía de París, venía de Moscú. De vuelta del exilio en 1977, fue aclamada por los suyos con un “sí, sí, sí, Dolores a Madrid”. Ocultaban la implicación de la presidenta del Partido Comunista de España (PCE) en las políticas criminales del camarada Stalin. Ahora su heredera y admiradora Yolanda Díaz organiza un nuevo frente popular,  disimulado como “amplio”, en comandita con el PSOE.

En eso se ha convertido el Partido Socialista, en muleta de otros. Los resultados ya se ven en País Vasco, Navarra o Cataluña, donde votos pedidos para el centroizquierda sirven a proyectos xenófobos contra la España constitucional, que califican como “progresistas”. Évole, de La Sexta, lo sintetiza en La Vanguardia: “soy de izquierdas por lo mismo que soy del Barça”. Todo por la tribu.

De esa trampa vive el sanchismo. Se mira en el espejo francés de “los insumisos”, suma de las izquierdas situadas en las antípodas de las reformadoras socialdemocracias del Norte. Los electores socialistas que escapan de este populismo decidirán en las legislativas el primer ministro entre la socialdemócrata macronista Borne, el izquierdista Mélenchon y la derechista Le Pen. Sánchez dirá que va con Macron, pero ató el PSOE a la “izquierda Mélenchon”.

El proyecto socialista surgido de aquel “hay que ser socialistas antes que marxistas” de Felipe González en el XXVIII congreso,  se ha degradado finalmente en este vodevil del sanchismo ungido al PCE. ¡Cómo disfrutaría Julio Anguita!

Éste no es tanto un debate -que también- sobre qué impuestos y qué porcentaje de recursos públicos sobre PIB, sino, básicamente, sobre eficiencia en el gasto público

Votos socialistas, ¿para hacer qué? Oigo a todas estas izquierdas en cohabitación repetir, como quien recita salmos, que los recortes ponen en peligro al Estado de bienestar. Pero lo que importa es qué dicen los hechos. Trampas aparte, éste no es tanto un debate -que también- sobre qué impuestos y qué porcentaje de recursos públicos sobre PIB, sino, básicamente, sobre eficiencia en el gasto público. Dos ejemplos.

Hace unos días, el Ministerio de Sanidad publicaba los datos de listas de espera por Comunidades Autónomas. La tardanza media para servicios hospitalarios es de 123 días en toda España, 156 en Cataluña, 73 en Madrid. El gasto sanitario por habitante, 1.679 euros de media nacional, 1.456 en la comunidad catalana, 1.300 en la madrileña.  La mitad de espera con menos gasto. No hay salmodia de tribu que cambie la realidad, aunque, para izquierdas fundadas en mitos de la tribu, la verdad importa poco.

Ocurre con la lucha contra pobreza y desigualdad, a la luz de la gestión del Ingreso Mínimo Vital. Pasados dos años, el estado actual de este subsidio para consecuencias de la pandemia no puede ser más deprimente. De los 2,3 millones de beneficiarios previstos por el gobierno, apenas a  la mitad les ha llegado la ayuda para situaciones de pobreza extrema. De los mitos no se come.

Esto no va de izquierda-derecha, va de buen o mal gobierno. Es la calidad institucional, como evidencian tantas investigaciones, lo que hace posible estados de bienestar sólidos. La promesa de ampliación de derechos es charlatanería, si se practican políticas económicas incapaces de producir recursos que los financien. Conocemos cómo el “Estado-comandante” de los anticapitalistas de pandereta lleva a los países a la ruina, y que productividad e inversión dependen de la calidad de las políticas.

Si EEUU alcanzó los niveles PIB pre-pandemia a mitad de 2021 y la Eurozona al final de ese año, España lo logrará, si nada se tuerce, “en el tramo final de 2023”

Está demostrado que fondos extras como el Next Generation europeo sólo sirven si se mejora la gestión pública.  El informe anual del Banco de España nos pone en situación. Si EEUU alcanzó los niveles PIB pre-pandemia a mitad de 2021 y la Eurozona al final de ese año, España lo logrará, si nada se tuerce, “en el tramo final de 2023”. ¡Dos años de retraso! Se necesita mucho relato para tapar tanta evidencia.

Para eso sirven las narrativas de ocultación de una poderosa armada mediática. Nada menos que Prisa, Roures y el grupo Godó se coordinan como santa alianza para sostener a la “izquierda Mélenchon” española. Pero, como demuestra la huida de Telefónica de El País y la SER, crece la desconfianza en lograr que la opinión pública se trague que Sánchez es el líder  que necesita el país.

Los técnicos en narrativa sostienen que en los relatos importa más el personaje que la trama. El problema es cómo arreglas un protagonista fallido con un cuento inverosímil, cómo conviertes a un villano en víctima. Mucho ingenio tendrán que aportar los Cue, Juliana, García Ferreras, para  convertir el agua en vino. A quien haya visto la impresionante intervención parlamentaria del portavoz de Cs, Edmundo Bal –“Sé lo que es anteponerse en su camino de ambición”-, y la respuesta de Sánchez, le quedarán pocas dudas.

Las palabras del jefe de gobierno, y su bochornosa gestualidad, solo se pueden esperar de alguien que carece de emociones morales, que es incapaz de ningún sentimiento de vergüenza. ¡Cuánta soberbia y desprecio por la dignidad de los demás! No hay storytelling capaz de maquillar a este epítome de la indecencia, y menos, de dotarle de auctoritas. El villano, villano queda, y el país lo paga.

De una izquierda así, uno solo puede sentirse avergonzado. Que se pretendan arreglos de guion con los cansinos “eso lo dice Vox” remite al  excomunista Arthur Koestler. Cuando denunciaba los crímenes de Stalin y era criticado por coincidir con la derecha, respondía: “Uno no puede evitar que la gente tenga razón por motivos equivocados”.

¿Salidas? Inutilizadas las del bipartidismo, PP-PSOE, un yin y un yang opuestos y complementarios,  ¡atención a la vía francesa!

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