Opinión

La lapidación de Thierry Breton

Al ciudadano hay que tratarlo como si fuera absolutamente imbécil para protegerlo de todo aquello que los de arriba consideran que no va entender y que no le va a hacer bien

Estamos tan acostumbrados a que se pisotee la libertad de expresión, que la carta emitida por Thierry Breton, jefe de Mercado Interior de la UE, a Elon Musk, antes de emitir en su plataforma una entrevista en directo a Donald Trump, ya ni siquiera nos extraña.

Seamos claros, lo llaman carta porque 'aviso amenazante' no parece muy democrático. Y, en efecto, nada tiene de democrático tratar de censurar una charla, en el medio que sea, por el temor de que puede incitar a la violencia, puede incurrir en desinformaciones y, tal vez, incluso, fomentar el odio. Este aviso no tendría sentido ni tan siquiera después de haber tenido lugar esa conversación y haber comprobado que en ella se cometieron uno o más delitos, puesto que entonces hay que recurrir a lo que estipula la ley cuando se comete un delito.

Pero no es así como se actúa en Europa, ni es así como actúa el Ejecutivo comunitario nombrado por el presidente Macron para un segundo mandato en Bruselas.

Al ciudadano hay que tratarlo como si fuera absolutamente imbécil para protegerlo de todo aquello que los de arriba consideran que no va entender y que no le va a hacer bien. Ya ni siquiera se puede hablar de infantilización de la sociedad, porque hasta a un niño se le permite que se caiga para que aprenda a levantarse solo. Es la idiotización de la sociedad, donde se toma a todos por idiotas a los que hay que ocultar las opiniones que no son consideradas como adecuadas y donde hay que restringir su acceso a la información, otorgándose unos pocos el poder de decidir qué es información, qué es mentira, qué es bulo y qué no lo es.

Ningún derecho te ampara para cometer un delito, el derecho de libertad de expresión no te ampara para cometer un delito

Yo soy partidaria de la idea de que la desinformación se combate con más información, no con más prohibición, pero quizá mis ideas son demasiado fantasiosas y funcionarían solamente en un mundo idílico en el que, desgraciadamente, no vivimos. En el que sí vivimos, lo cierto es que una gran parte de la gente que nos rodea no tiene ni la más remota idea de lo que es la libertad de expresión, aunque está convencida de lo contrario y defiende conceptos tan equivocados como absurdos. Así es como tienes que escuchar día sí y día también que libertad de expresión es poder decir lo que a uno le dé la gana. ¿Que quiero decirte que eres un hijo de la gran puta y que estarías mejor muerto? Pues oye, es mi opinión, que expreso mediante mi libertad de expresión y todas las opiniones son respetables. Así es como hemos perdido realmente nuestro derecho a la libertad de expresión: no sabiendo ni lo que es.

No, señores, por enésima vez, la libertad de expresión no consiste en que yo pueda decir cualquier cosa. Al igual que si yo ejerzo mi derecho para manifestarme, ese derecho no me ampara para vandalizar coches en la calle, destrozar escaparates, quemar mobiliario urbano ni saquear comercios, porque ningún derecho te ampara para cometer un delito, el derecho de libertad de expresión no te ampara para cometer un delito. Hacer apología de la guerra es delito, hacer apología del terrorismo es delito y el discurso de odio también es delito, aunque gracias a estas nuevas formas de interpretar las leyes, prácticamente se nos dicta qué debemos amar y odiar, como si las emociones y los sentimientos más humanos se pudieran controlar. 

Aquí es donde llegamos al verdadero problema: la censura, que se trata de enmascarar en estados totalitarios como protección de la ciudadanía

Es bien sencillo: si cometes un delito, cometes un delito. No te puedes poner bajo el paraguas de ningún derecho, porque no hay derecho que permita infringir la ley. Ahora bien, llévenme ustedes ante la justicia y ante un juez, que será el que dicte si soy culpable o no y cuál es mi condena, después de haberlo cometido, no antes. Y aquí es donde llegamos al verdadero problema: la censura, que se trata de enmascarar en estados totalitarios como protección de la ciudadanía.

Quizá no hayan caído en la cuenta de que hace ya mucho tiempo que no existe libertad de expresión debido a esta censura. Seguramente muchos ahora se estarán preguntando: “Pero, Rosa, ¿cómo puedes decir esto cuando estás escribiendo en un medio lo que quieres?”.

Se lo vuelvo a repetir: escribir o trasmitir un mensaje o discurso, en el medio que sea, no es libertad de expresión. El derecho a la libertad de expresión debe garantizar que yo pueda expresarme cómo, dónde y cuándo quiera, sin miedo ni temor a sufrir represalias por hacerlo. Eso es realmente el derecho a la libertad de expresión. Ser libre para decir lo que pienso, sin miedo a que me amenacen, me insulten, me agredan, me echen del trabajo o cualquier otro disparate que se les ocurra a las masas ofendidas con sus antorchas en mano, dispuestas a incendiarlo todo.

Justicieros del planeta

De qué sirve recriminarle al señor Breton, a Reino Unido o a nuestro propio Gobierno que no respete el derecho de todo ciudadano a la libertad de expresión, cuando nosotros mismos somos los primeros que lo guillotinamos mediante Internet tratando de cancelar a quien dice algo que nos incomoda o pone en peligro nuestra forma de pensar. Estamos cansados de verlo: “Vamos a exigir que te echen del trabajo”, “voy a escribir a las marcas para que no te contraten”, “ojalá te maten a ti y a toda tu familia”... Señores, si tienen que denunciar, denuncien, pero dejen de tratar de joder la vida de la gente, que nadie les ha abanderado a ustedes como justicieros del planeta.

Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra a Thierry Breton.

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