Hay una teoría de la conspiración en internet que alerta sobre la existencia de un proyecto gubernamental para cazar a los viajeros en el tiempo a través de los sorteos de lotería. Se entiende que hay cazafortunas que retroceden varios años atrás –en una máquina espacio-temporal o algo similar- para hacerse millonarios con apuestas cuyo resultado ya conocen. Esta creencia es entrañable y nadie le otorga la más mínima credibilidad. Ojalá ocurriera así en todos los casos.
Sucedió hace unos días que un usuario de la red social TikTok publicó un vídeo en el que aseguraba que había llegado al presente desde el año 3002. El individuo advertía de que el pasado 21 de diciembre iba a suceder una desgracia en el planeta que lo iba a cambiar todo. Quizás una guerra mundial. Quizás la enésima repetición histórica del mito del diluvio. El documento tuvo bastante éxito entre la audiencia, así que los medios de comunicación se hicieron eco de esa estupidez. Cualquiera que busca en Google las palabras "viajero tiempo año 3002" podrá encontrar una decena de artículos.
¿Qué había de verdad en las palabras de ese iluminado anónimo? Nada, pero las empresas periodísticas de nuestro tiempo consideraron que aquello le podía interesar a la audiencia, así que acudieron en tropel a su cita con el enésimo hecho irrelevante. Con otra anécdota que sirve para volver a comprobar que siempre ha habido tontos que reclaman atención.
Todo esto ha existido desde que se imprimió el primer periódico. La prensa siempre ha tenido una especial predilección por los excéntricos y por los locos. No cuesta mucho recordar aquel verano de 1999 en el que aparecieron multitud de noticias sobre el fin del mundo que había anunciado Paco Rabanne, con motivo de un eclipse del Sol. El problema es que el ecosistema mediático actual es mucho más grande y eso provoca que las estupideces se repliquen una y otra vez, de modo que si se pusieran en fila todas las noticias que se publican sobre los viajeros en el tiempo, los instagamers que hacen cosas sorprendentes y los últimos "retos virales"... podría recorrerse la distancia entre Madrid y Cincinnati.
Mentiras divertidas (supuestamente)
Es de suponer que algún día los editores de estas publicaciones caerán en la cuenta de que les puede suceder como al protagonista de Pedro y el lobo, que de tanto avisar en falso sobre la llegada de la fiera, hubo un día en el que atacó al pastorcillo y nadie le hizo caso. Es curioso porque los mismos que alzaron la voz en 2016 para reivindicar la importancia de los medios de comunicación frente a los creadores de bulos -los que procedían de Rusia y China-, se dedican a dar pábulo en sus diarios al primer memo que sube un vídeo a TikTok y anticipa números de lotería que no tocan o desastres que nunca llegan.
Es complejo abordar en toda su dimensión el fenómeno de las redes sociales porque es distinto al que se produjo cuando la tecnología permitió el auge de la cultura de masas. En ese momento, se industrializaron determinadas actividades artísticas -cosa necesaria para conseguir beneficio- y se vulgarizaron muchos mensajes, pero diría que el resultado fue positivo y se mantuvieron ciertos cánones. En cambio, Instagram, Twitter (con sus cosas positivas) o TikTok han supuesto la entrega de muchos millones de altavoces a otros tantos ciudadanos; y eso ha provocado que lo chabacano se extienda como un vertido tóxico que llega a un río.
Porque hasta que el smartphone se convirtió en la quinta extremidad del hombre, el nigeriano de turno repartía folletos en la puerta del metro en los que prometía curar el mal de ojo, tenía un alcance bastante limitado, al igual que los mesías que avisaban de la parusía o el apocalipsis -o las dos juntas- y los farsantes que se definían como "viajeros en el tiempo". Ahora, gracias a la prensa digital y a ese monstruo insaciable llamado Google, los oportunistas tienen una cuota de protagonismo enorme. La mayor de la historia.
Menú diario de estupideces
Google vive en buena parte de la publicidad, así que nunca faltan en su servicio Google Discover (el que ve usted cuando abre su navegador) las típicas noticias con chascarrillos, las cuales presenta con la misma importancia y jerarquía que aquellas que son importantes. Los medios de comunicación, a su vez, buscan audiencia masiva a través de este tipo de artículos, que difunden a toneladas entre su público, que se pirra por ellos... porque ya se sabe que en la masa no sobra materia gris.
Desconozco el efecto que esta enorme estupidez mediática ha generado en la opinión pública y las conexiones neuronales que habrá activado en los usuarios, pero, desde luego, quienes aspiren a manejar los hilos de todo esto con el colmillo afilado deben estar celebrando este mal uso -extendido- de la mayor herramienta de difusión de mensajes de la historia.
Lo mollar cuesta encontrarlo o es de pago, mientras que lo superficial es abundante. Se repara poco en este fenómeno y es normal. Tanto Google como los medios quieren ganar dinero y su estrategia es la búsqueda de audiencias a granel. Ahora bien, todo eso ha convertido al momento actual en especialmente propicio para los viajeros en el tiempo, los tarotistas caraduras y todos aquellos que hayan conseguido miles de seguidores a base de anécdotas, carne o "discursos que incendien las redes sociales".
Deberían los medios sobreponerse a todo esto -que no genera valor- y explorar vías de negocio que no impliquen el ofrecer a sus lectores información al peso y chorradas de tiktokeros. Pero claro, eso supondría pensar en el futuro y analizar las posibilidades que ofrece la poderosa tecnología con la que trabajan. E invertir en periodistas, y no en pobres hormigas del clickbait. Por lo tanto... ¡a meter más viajeros en el tiempo en la caldera de carbón para que alimenten el fuego!.
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