Conozco desde hace muchos a Oscar López, un político que conoce tanto el PSOE como la Administración General del Estado, como la palma de su propia mano, un tipo sobrio y discreto a quien Pedro Sánchez ha encargado una misión imposible, la de desinfectar de unicornios, trampantojos y fuegos de artificio el gabinete de la Presidencia del Gobierno y convertirlo en lo que siempre fue y nunca debió dejar de ser: una oficina técnica de apoyo a la labor del presidente y de coordinación de los engranajes internos del Gobierno, los del gobierno con el Parlamento y los del Gobierno con el partido (o los partidos) que lo han llevado hasta allí.
Pero lo que se va a encontrar Oscar López cuando entre en su nuevo despacho en La Moncloa tiene muy poco que ver con ese modelo, que es el de los países de nuestro entorno europeo occidental. El problema no es fácilmente solucionable porque tiene su origen en el decreto de estructura del Gobierno, el primero perpetrado por el ayer finado aparato monclovita que, de hecho, elevó a Sánchez desde su papel constitucional de primer ministro a la europea hasta el estatus de un jefe de Estado mientras que otorgaba a su destituido jefe de Gabinete casi todas las atribuciones de un primer ministro, y todo esto sin cambiar una coma de la constitución.
Información y poder
A partir de ese momento se desencadenó la locura y a los mandos de ese nuevo primer ministro nunca elegido por los ciudadanos y sin obligación alguna de comparecer en el Parlamento a dar cuenta de su gestión, Moncloa se convirtió en una consultora de comunicación política, agitación y propaganda con un solo cliente y sin límite presupuestario alguno. Una empresa con centenares de profesionales en nómina dedicados 24 horas al día a acumular información, poder, poner zancadillas a enemigos internos o externos y sobre todo, a engrandecer la figura de su jefe, del tipo que los contrató y para el que realmente trabajaban, y no hablo de Pedro Sánchez sino de su ya ex-jefe de gabinete.
La misión imposible de Oscar López por tanto van a ser en realidad tres:
En primer lugar, decreto a decreto, devolver al gobierno de España tanto a un modelo constitucional de funcionamiento, con un Consejo de Ministros responsable y realmente ejecutivo bajo la dirección y coordinación exclusiva del primer ministro, sin intermediario alguno, y con una comisión de secretarios de estado y subsecretarios eficiente y autónoma.
Habrán de desterrarse las enfermizas relaciones establecidas desde el finiquitado gabinete con los medios de comunicación y adoptar unas formas limpias y transparentes
En segundo lugar, dado que, excepto los escasos militantes del PSOE contratados para la “war room” monclovita, el resto solo responde al que fue su verdadero jefe y no les liga al Gobierno y al partido que ganó las pasadas elecciones más lealtad que la nómina de final de mes, López va a tener que acometer una verdadera escabechina de despidos para evitar filtraciones, chivatazos, zancadillas y todas las bombas de espoleta retardada que a buen seguro le han dejado escondidas por pasillos y despachos.
Y en tercer lugar, y quizá lo más importante, va a tener que generar una nueva cultura política del trabajo, desterrando las enfermizas relaciones establecidas desde el finiquitado gabinete con los medios de comunicación y adoptando unas formas limpias y transparentes que eviten el clientelismo y el tribalismo que hasta ahora lo han enmarcado… con el pobre resultado que además hemos podido ver en las últimas encuestas para el presidente y los partidos que sustentan su gobierno además.
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