Opinión

La molestia de pensar

El verdadero debate inconcluso, aquel que algunos quieren evitar a toda costa, versa sobre cuándo comienza la vida humana

  • Miles de personas participan en una marcha por la vida y contra la nueva ley del aborto -

Desde 2010, año en que entró en vigor la conocida como “Ley de Plazos”, hasta 2021, último año del que se conocen datos oficiales, se habían practicado en España 1.203.513 abortos. Esto quiere decir que cada año se habían practicado en promedio más de cien mil.

La facilidad con la que se practica el aborto en España y sus magnitudes contrastan con las dificultades burocráticas y las raquíticas cifras de adopción. Miles de parejas que desearían tener hijos y que reúnen condiciones para hacerlo acaban renunciando después de un gran desgaste emocional. Si la adopción internacional es un proceso cada vez más lento y complicado, la nacional es casi imposible.

En un país que tiene una de las tasas de fertilidad más bajas del mundo, uno de cada cinco embarazos acaba en un aborto. Se estima que en el año 2050 un 30% de los españoles tendrá más de 65 años. En las próximas décadas, millones de ancianos españoles no tendrán hijos, ni nietos, ni compatriotas que se ocupen de ellos. Sus pensiones y sus cuidados dependerán de jóvenes nacidos en otros lugares del mundo.

Lejos de mostrar preocupación por esas causas asociadas a la desigualdad y la precariedad laboral, nuestros políticos parecen aceptar el aborto como una idónea “válvula de escape” social

La inmensa mayoría de los abortos se practican a petición de la mujer, sin motivos “concretos”. Los casos de violación, malformación del feto o riesgo para la salud de la madre son muy pocos. Esas situaciones extremas, que a menudo son esgrimidas en los debates, no son más que una rara excepción. Si aceptamos que el aborto es una decisión difícil, con posibles consecuencias negativas tanto físicas como psíquicas, deberemos concluir que muchas españolas abortan porque no les queda otra opción, porque la maternidad significa graves problemas laborales y económicos. Lejos de mostrar preocupación por estas causas, asociadas a la desigualdad y la precariedad laboral, nuestros políticos y líderes de opinión parecen aceptar el aborto como una idónea “válvula de escape” social.

Pero no solo abortan las mujeres pobres. El aborto está igualmente extendido en las clases medias y altas. En este caso, el “motivo” no es otro que mantener un estilo de vida, no renunciar a la carrera profesional o a las ventajas de la sociedad de consumo. El aborto se nos presenta como una “liberación” de la mujer. ¿Para qué, en este caso? ¿Para poder dedicarse a su carrera profesional, para disfrutar del ocio sin engorrosas limitaciones?

Tomando como referencia los datos del año 2021, aproximadamente una décima parte de las mujeres que abortan tienen menos de 20 años. Una mayoría de jóvenes no ha utilizado ningún método anticonceptivo. La “píldora del día después”, que se vende desde 2009 sin receta y sin limitaciones de edad, no parece haber tenido un impacto relevante. A juzgar por las cifras, nuestras políticas de “educación sexual” son un rotundo fracaso.

En un país tan aparentemente preocupado por los abusos, ¿nadie se pregunta por qué una mujer aborta varias veces? ¿Puede haber mujeres forzadas a mantener relaciones sexuales y después a abortar?

De las 90.189 mujeres que abortaron en 2021, 20.643 lo hicieron por segunda vez, 6.674 por tercera, 2.328 por cuarta, 884 por quinta y 723 por sexta, séptima o más veces. En un país tan aparentemente preocupado por los abusos, ¿nadie se pregunta por qué una mujer aborta varias veces? ¿Puede haber mujeres forzadas a mantener relaciones sexuales y después a abortar? Dado que el 85% de los abortos se realizan en clínicas privadas, ¿quién y cómo puede detectar esas situaciones?

Que la mayoría de los abortos se practiquen en clínicas privadas tiene mucho que ver con el derecho a la objeción de conciencia al que se acogen muchos médicos en la sanidad pública. ¿Por qué tantos médicos se acogen a ese derecho? ¿Son todos ellos católicos recalcitrantes? ¿O tal vez les repugna participar en una operación de la que conocen los detalles, y de cuya moralidad dudan en la intimidad de su conciencia?

Porque el verdadero debate inconcluso, aquel que algunos quieren evitar a toda costa, versa sobre cuándo comienza la vida humana. Ese diminuto embrión, que apenas 20 días después de la concepción ya forma un primitivo corazón que late con una frecuencia de entre 140 y 170 pulsaciones por minuto, no es una verruga que se pueda extirpar sin más. Pero nuestros políticos y líderes de opinión han decidido correr un tupido velo sobre el enojoso asunto, que se ha convertido en tabú para una sociedad cada vez más acostumbrada a que el poder político la libre de “la molestia de pensar y del trabajo de vivir”.

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