Opinión

La obscenidad en política

Donald Trump es un tipo obsceno. Lo demás es analizable

  • El presidente de EEUU, Donald Trump -

La gente con memoria tiene experiencia de todo lo que se puede dar en el mundo del poder. El cinismo o la perversidad. La tontuna y la megalomanía. La mediocridad aliada con la vanidad. Lo que no conocíamos es la obscenidad como forma de manifestación política. Una mezcla de sexualidad exhibicionista y actitudes físicas y mentales que provocan tanta repugnancia como miedo. Un temor vinculado a la irresponsabilidad de quien muestra sin pudor alguno una naturaleza deleznable. Donald Trump es un tipo obsceno. Lo demás es analizable.

Imaginen la escena de Humphrey Bogard con Ingrid Bergman en “Casablanca” (1942) cuando evocan la entrada de los alemanes en París mientras se abrazan. “El mundo se desmorona mientras nosotros nos enamoramos”. Pues háganse a la idea de volver a rodarla de nuevo en el set de la Casa Blanca con otros dos protagonistas estelares, Donald Trump y Benjamin Netanyahu. Nada de una distopia, es flagrante realidad recién acontecida por más que a los espectadores les resulte un encuentro escasamente glamuroso. Puestos a la labor de explotar los sentimientos para cubrir las necesidades perentorias de dos líderes que si dejan de pedalear no podrían mantenerse en la bicicleta, ahí los vemos, desnudos pero arrogantes y dispuestos a llevárselo todo por delante, menos a ellos mismos.

Entre ambos no existen problemas de aranceles que impidan lo que es “el comienzo de una bonita amistad”, en frase definitiva de “Dick” Bogard, que por cierto se añadió a la película bastante tiempo después del rodaje y por exigencia del productor de Hollywood Hal Wallis, que entendió el juego de complicidades entre un gendarme corrupto y un dueño de garito con piano. Nuestro mundo se desmorona, pero sin distraernos de cómo acaba -además de mal- “el campo de exterminio de Gaza”, en palabras del secretario general de la ONU, António Guterres, y la guerra en Ucrania que cada vez se decanta más como un riesgo geopolítico de Europa; a diferencia de Trump a quien le basta con cubrir la inversión realizada y garantizar nuevos insumos. ¿Puede un israelí ser un exterminador?, era una pregunta para el sillón del psicoanalista histórico, que nunca nos habíamos hecho quizá por escrúpulos. Thomas Mann tampoco se planteó que yo sepa cómo su mundo que había dado una de las sociedades capaces de iluminar a sus grandes, desde Goethe a Heine, podía alimentar también el huevo de la serpiente que lo envenenó a partir de 1933.

La tontuna no es como la belleza, que depende de los recursos

Todo lo contrario de lo que nos enseñaron durante siglos. La tontuna no es como la belleza, que depende de los recursos. Los avances en terrenos como la cirugía han hecho verdad que sean feos los que además son pobres, aunque esté prohibido decirlo, que no publicitarlo. Trump está poniendo a prueba muchos de los tópicos que conforman el universo de los ricos distinguidos que además se jactaban de ver crecer la hierba. Para eso tenían un equipo de asesores muy sensibles, decían, a todo lo que se movía en forma de inversiones de futuro. Apostar por Trump era jugar sobre seguro, pero aprendemos muy poco y queriendo liberarse de un mal se lanzan ciegos a una catástrofe. Sabían que era un tramposo nato, delincuente multireincidente, un matón procaz, pero formaba parte de “los nuestros”. Cuando se dieron cuenta que estaba jugando con lo suyo y que podía ponerlo en peligro, volvieron a ponerse la corbata y colocaron el pañuelo bien punteado en la chaqueta. Creo que puede ser ya demasiado tarde y que la sociedad norteamericana se haya metido en una senda de difícil retorno. 

De momento la credibilidad está por los suelos y nuestras sociedades viven sobre todo de créditos en todos los ámbitos. “¡Agárrense fuerte, no podemos perder!”, dijo Trump en vísperas de su “Día de la Liberación”.  Lo que nunca se aclara en este tipo de declaraciones es a quiénes se refiere; quiénes deben agarrarse y quiénes podemos caer; de lo único que estoy seguro es que no están dirigidas a ninguno de nosotros. Estamos fuera de campo; meros clientes. Lo dijo de manera expresiva: nos da 90 días para que “le besemos el culo”. Es cita textual del hombre más poderoso del planeta y blanquearla con perfumes semánticos sería sumar al vasallaje del dependiente la cobardía del subalterno cómplice.

Sucede con los megalómanos; no son conscientes de los límites de su fatuidad; como tiene a muchos que se la cobran, acaban pensando que son méritos y no abonos

Todo se puede hacer menos correr. El que se precipita por adelantarse a los acontecimientos y demostrar que es el más listo de la cuadrilla se arriesga al ridículo; porque los valientes nunca hacen el ridículo pero los buscavidas sí. Antes que cualquier otro, nuestro Gran Líder se lanza a servir de puente en la Agenda de Viajes de la empresa Zapatero. Sucede con los megalómanos; no son conscientes de los límites de su fatuidad; como tiene a muchos que se la cobran, acaban pensando que son méritos y no abonos. Sánchez Pérez-Castejón se subió a la escalera que le preparó su agente de viajes y de pronto se encontró con la brocha en la mano; queda por ver cómo desciende sin que se nos venga encima. Trump ha declarado la guerra, digamos comercial, a China, pero también a Dinamarca, a Panamá, a Canadá y México, y al mundo entero, menos a Israel y a Rusia que entiende van a ser grandes negocios de futuro. Como todo agresor compulsivo además insulta. Un tipo que cambia los mapas geográficos para rebautizar a su gusto el Golfo de México es un peligro para la humanidad si además pretende hacer lo mismo en todo lo que desea, desde los flujos económicos a las duchas (el pautado consumo de agua no le hacía cómodo el lavado de su extravagante cabellera).

En una carta a una persona muy querida, Martín Heidegger, el filósofo del ser, escribía para atemperar las críticas a Adolfo Hitler, ya en el poder: “fíjese en las manos”. Contemplar las manos de quien lograría la difícil primacía de ser el mayor provocador de muerte del siglo XX le parecía una muestra de su tenacidad y delicadeza interior. Nuestro problema no está en frivolizar sobre las similitudes de Trump con el paradigma del dictador; nuestro problema consiste en si aceptamos el papel que representó Heidegger, sin necesidad de mirar la cotización bursátil. Cuando el banquero Morgan se enteró de que su limpiabotas de la Quinta Avenida estaba feliz porque acababa de descubrir cómo podía ganar mucho dinero comprando bonos en la bolsa de Nueva York, lo primero que hizo al llegar a su despacho fue dar la orden de deshacerse de acciones. Aún no existían las criptomonedas; eran las vísperas del crac del 29.

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