Opinión

La otra epidemia

La izquierda se distinguió siempre por ser crítica con el presente, mientras la derecha tenía por marca de la casa su benevolencia con formas y modos inclinados a la conservación.

La izquierda se distinguió siempre por ser crítica con el presente, mientras la derecha tenía por marca de la casa su benevolencia con formas y modos inclinados a la conservación. Pues ahora no. Todo eso se ha ido al carajo y la izquierda se muestra desdeñosa con las instituciones que le permiten gobernar, mientras la derecha está arrebatadamente descontenta. ¿Qué es lo que ha motivado este cambio? ¿El virus? ¿La crisis económica? Nada de eso. Lo que ha variado es el poder. El que lo disfruta no tiene ni la menor intención de cuestionarlo en serio y menos aún que se lo cuestionen. Estamos metidos en una inversión de los valores que creíamos seculares. Más exactamente, nos han metido en un lío del que los analistas no salen ni aunque les paguen.

Tiempos curiosos estos; interesantes, que dicen los chinos. Los encargados de defender el orden público y las instituciones legales se manifiestan contra el gobierno que se ocupa de mandarles. Es la más grave quiebra del estado de la que tengo noticia reciente, pero nadie quiere darse por aludido. Bertolt Brecht ante un caso similar ocurrido en el Berlín ocupado por los soviéticos sugirió una humorada muy suya: si el pueblo se rebelaba, sus líderes siempre podían cambiar de pueblo y continuar como si no hubiera pasado nada. Los jefes seguirían mandando y el personal aguantando. Las palabras se han transformado en chicles para hacer globos. ¿Cuántas veces han escuchado ustedes el vocablo inasumible? No hay líder ni grupo político que no lo haya incluido en sus declaraciones más tajantes. ¡Eso es inasumible por nosotros, como partido o según mis principios! Sin embargo todo lo inasumible se acepta en tan breve espacio de tiempo que no da tiempo ni a recordárselo.

Quizá eso tenga algo que ver con la inclinación de los fracasados políticos por firmar libros expiatorios. Manuela Carmena, Cayetana Álvarez de Toledo, hasta Mariano Rajoy, publican textos que con toda probabilidad no escribieron, hago la salvedad de Álvarez de Toledo porque ha editado alguna cosa que confirma que sabe construir frases y en ocasiones agudas, ¡pero Mariano Rajoy! Bastó su presentación apelando a Pablo Casao para confirmar lo abundante de su sintaxis. Pero la importancia está en los gestos. En política se escriben libros cuando es necesario explicar una derrota; no pudieron librarse de ello ni Romanones ni Azaña. A Churchill le concedieron el Premio Nóbel de Literatura porque no había premios nóbel de la política y le tocó de rebote quizá por sus Memorias; nadie quiso recordar que había hecho sus pinitos en el mundo literario con una novelita que leí en la adolescencia, “Savrola”.

Hay tiempos muy inclinados a la retórica, el nuestro está inmerso en el cinismo que también es una forma de vivir en política. Además de lo inasumible que se asume siempre, están las situaciones dramáticas que no puede utilizarse “como arma arrojadiza” por más que todos lo hagan. Es un guiño a la parroquia. El terrorismo, los muertos allá donde los haya, la epidemia, la emigración, la pobreza mendicante en la que estamos inmersos. Todo se ha convertido en arma arrojadiza, pero ha de saberse que unos tienen la patente para darte con ella y tú la de aguantarte, porque de no ser así es inasumible que tú la utilices “como arma arrojadiza”. La filología ha dejado de ser una disciplina científica para devenir un arte de prestidigitación. No se pregunte de dónde proceden las palabras si no de los efectos que produce en los oídos receptivos.

Los jefes de prensa de los partidos políticos que conforman el gobierno y sus aledaños han firmado una carta colectiva en un estilo que involuntariamente, quiero pensar, evoca a los obispos en aquella Cruzada española del siglo XX. En ella piden a la “canallesca” -denominación hoy en desuso por políticamente incorrecta, aunque sea tan actual como antaño-, que se comporte de manera “cordial y decorosa” en las ruedas de prensa que ofrecen sus patronos, los mismos que les pagan para ejercer de socorristas. La cordialidad y el decoro son rasgos de la buena educación pero nunca se me había ocurrido pensar que la izquierda institucional, es decir toda la que toca poder, osara exigir a la derecha en la oposición que se comportara con el modelo que fue patrimonio de la gran burguesía arcaica. Es como si los papeles se hubieran invertido y quizá lo único que cambió es la instrumentalización del poder. Lo que ayer era echar un saco de cal viva a un gobernante o insultar con payasadas a líderes asentados, incluso negándoles el uso de la palabra, ahora se ha decretado que quien lo intente estará “alimentando la crispación”. Conclusión: la crispación es reaccionaria porque nosotros gobernamos, porque si no manejáramos el poder la radicalidad sería una bendición y crispar la sociedad una exigencia.

Creo que la sociedad española no está inclinada a la filología y va acumulando una irritación provocada no por la extrema derecha sino porque la vida se sale de madre mientras los nuevos dirigentes ejercen de Testigos de Jehová; mucha fe y apelar a la palabra. Vamos tan bien que nos envidian en Europa, por las vacunas, por la economía que supera todas las crisis, por el equilibrio de nuestra sociedad cada vez más igualitaria y pluriforme -¿Qué significa “pluriforme”? Tu sigue y no preguntes-, por nuestra multiplicidad de recursos...en fin, por todo. Si me creyera una sola palabra de los discursos presidenciales entraría en un frenopático o pediría el ingreso en algún comedero societario.

Todo está bajo control o mejorando, pero nada está controlado y además empeora a ojos vistas. ¿Se dan cuenta estos gañanes de que la crítica se ha convertido en un recurso de uso peligroso? Hay que aguantar hasta  2023, como sea y a costa de lo que sea. Luego en campaña electoral ya haremos recuento de nuestros efectivos. De momento no hay piedad para que el que se ponga en frente, ni siquiera de perfil. Hay que hacer como si nos avalara la historia; el presente y el pasado. Es la madre de todas las batallas. Quien se apropia del pasado lo convierte en arma; tenemos experiencia tras cuarenta años de franquismo. Los medios hostiles recibirán su merecido, la historia nos respalda.

Malos tiempos para la lírica, menos aún para la épica; tampoco hacen falta. Este país nuestro acumula muchas historias que no se cuentan y que hacen referencia a cierta atávica inclinación al miedo y a la servidumbre; en quienes mandan y en los que obedecen

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