Desde que Adam Smith publicara en 1776 su memorable ensayo An Inquiry into the Nature and Causes of The Wealth of Nations, los economistas posteriores asimilaron la creación de riqueza con los recursos naturales, la inversión productiva y el trabajo. Hacia mediados del siglo XX, la suposición de Smith fue enriquecida por el premio Nobel (1987) Robert Solow, al demostrar que menos de una cuarta parte del crecimiento económico de EEUU provenía de la acumulación de capital y del trabajo, mientras que más de tres cuartas partes tenían su origen en la innovación tecnológica. Desde entonces la ciencia económica ha asumido dicha tesis.
Esta vigente teoría económica se vio completada más tarde con otra desarrollada por el también premio Nobel (1993), Douglas North, que junto a otros economistas ponía el acento en las instituciones o reglas de juego –legislación y prácticas sociales– que condicionan las decisiones de los agentes económicos, para entender mejor y casi plenamente por qué unos países son ricos y otros pobres. El consenso doctrinal actual, tan robusto argumentalmente como empíricamente contrastado, conjunta ambas perspectivas para concluir que la riqueza de las naciones es el resultado del cambio tecnológico que hace posible el aumento de la productividad del trabajo, y que solo puede desarrollarse por completo en presencia de marcos institucionales que favorezcan el libre ejercicio de la función empresarial.
Numerosos ensayos han demostrado como, no solo ahora, sino a lo largo de la historia, la creación de riqueza siempre ha estado asociada a la libertad y reglas de juego apropiadas: Estado de Derecho, derechos de propiedad, seguridad jurídica, legislación concursal, libres mercados, etcétera, mientras que la pobreza siempre ha coincidido con su ausencia. El fracaso histórico del imperio chino en el remoto pasado y el del comunismo mas recientemente, son dos ejemplos de pobreza por carencia de marcos institucionales adecuados. Japón, por lo contrario, basó su excepcional despliegue durante el siglo XX en la adopción de las instituciones de los países occidentales mas relevantes.
Tras el corto periodo de recuperación de la convergencia con la UE con Rajoy, la España de Sánchez sigue empecinada en la cuesta abajo que iniciara Zapatero
El formidable éxito económico –sin par en Occidente- de España, desde mediados del pasado siglo hasta la llegada de Zapatero a la presidencia del Gobierno, que acabó con él, corrió parejo en toda su trayectoria con una mayor libertad económica y la adopción de marcos institucionales y políticas favorables a la creación de riqueza. Tras el corto periodo de recuperación de la convergencia con la UE con Rajoy, la España de Sánchez sigue empecinada en la cuesta abajo que iniciara Zapatero.
Tal empecinamiento se centra ahora en la política energética, que no puede ser más desastrosa. La máxima autosuficiencia y los más bajos costes posibles de la energía, sin perjuicio del cumplimiento de compromisos internacionales, debieran ser el principal objetivo de un gobierno responsable de la prosperidad económica y social de la nación; algo que los eco-social-comunistas desprecian.
Siendo el modelo que maximiza el crecimiento económico sostenido y sostenible muy seriamente estudiado, doctrinalmente incuestionado, empíricamente contrastado y en ningún caso repudiado claramente, ni siquiera por los economistas progresistas,: ¿cómo se explica la obstinación de nuestro socialismo del siglo XXI, representado por Zapatero & Sánchez, en hacer todo lo contrario para eludirlo y en consecuencia empobrecer España?
Un país como México estableció en su disparatada Constitución que los recursos naturales solo podían ser explotados por el Estado -puro comunismo-, algo que se llegó a modificar, para volver a recuperarlo de nuevo
La única explicación racional posible es replicar los modelos de Argentina, México y Venezuela basados en la conservación del poder sobre la base democrática de la extensión de la pobreza, a través de la dependencia del Estado. Por supuesto que se conforman solo con hacerlo, porque a postularlo no se atreven.
En tiempos de penuria energética, es oportuno recordar que un país como México estableció en su disparatada Constitución que los recursos naturales solo podían ser explotados por el Estado -puro comunismo-, algo que se llegó a modificar, para volver a recuperarlo de nuevo, con consecuencias tales como: disponer de centrales eléctricas físicamente asentadas sobre reservas de gas que no pueden explotar y si importarlo de EEUU para producir electricidad. Una razón, entre otras muchas institucionales, que explican que un país sea rico, otro pobre y que la distancia entre ambos sea cada vez mayor.
España es un país deficitario en energía, que siguiendo prácticas populistas comenzó por limitar la producción de energía eléctrica de base nuclear por imposición política de una banda armada y ha terminado por prohibir la explotación de las enormes reservas de gas de nuestro subsuelo, dando así lecciones tercermundistas, como México, a EEUU el país más rico, innovador e institucionalmente desarrollado del planeta.
Otro importante recurso natural, el agua, que siendo también escaso estábamos en vías de administrar racionalmente en beneficio de la nación toda, gracias a un proyecto integrador y articulador de las cuencas hidrográficas, concebido y planificado por un gobierno socialista del siglo XX -con Borrell como responsable del proyecto- y financiado con recursos de la UE, fue abortado por Zapatero al llegar al poder.
La fácil y ridícula excusa de las crisis: financiera de 2008, el covid reciente y la guerra de Ucrania, solo sirve para la propaganda social-comunista entre acérrimos progresistas
Por lo visto, nuestro socialismo del siglo XXI, ha hecho todo lo que ha estado en sus manos para cultivar la pobreza -afortunadamente, sólo relativa hasta ahora-: estrangulando nuestra riqueza energética, infrautilizando recursos naturales como el agua, desincentivando las inversiones productivas, pauperizando la educación, bloqueando –al estilo de Cuba, con la prohibición del despido– el mercado de trabajo, gravando con los mayores impuestos de la OCDE a la propiedad, amén de oponiendo todo tipo de obstáculos al libre ejercicio de la función empresarial. Es decir, todo lo contrario a lo que desde Adam Smith a nuestros días, pasando por los más grandes economistas de nuestro tiempo, resulta evidente que hay que hacer para facilitar la creación de riqueza.
Zapatero y Sánchez han batido hasta ahora los peores registros históricos de España en: crecimiento de la renta per cápita, desempleo, deuda y déficit públicos, y ahora incluso en inflación. La fácil y ridícula excusa de las crisis: financiera de 2008, el covid reciente y la guerra de Ucrania, solo sirve para la propaganda social-comunista entre acérrimos progresistas poco o nada interesados en conocer la verdad: los pésimos resultados del socialismo del siglo XXI lo son en términos comparativos con los demás países también sujetos a los mismos problemas.
¿Serán capaces los españoles, en unas próximas elecciones, de poner freno a la enmienda a la totalidad del pensamiento económico creador de riqueza que han venido practicando, al alimón, Zapatero y Sánchez?
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