Durante muchas generaciones se aceptó la premisa de que la libertad de prensa comenzaba y terminaba donde lo estableciera el dueño de la imprenta. El razonamiento es muy sencillo de comprender: quien disponía de la tecnología necesaria para imprimir periódicos podía vetar las publicaciones que le perjudicaran. Este fenómeno ha sucedido durante toda la historia: quienes patentaban grandes ingenios, adquirían una ventaja competitiva en la guerra, en la industria o en la batalla por legitimarse. ¿Por qué se obvió con la llegada de internet?
Seguramente, fue por ignorancia o por el brillo de las grandes empresas digitales, que ofrecían respuestas a las preguntas de los usuarios en milésimas de segundos y regalaban cuentas de correo electrónico y espacio para subir fotos. Los medios de comunicación también mantuvieron esa actitud confiada, hasta el punto que establecieron fuertes dependencias con estas compañías, sin reparar lo suficiente en lo que afirmaba en el primer párrafo de este artículo: que la última palabra sobre lo que se publica o no la tiene el dueño de la imprenta. Llámese minerva o buscador de Google.
El diario El Mundo publicó hace unos días un editorial que cuestionaba las prácticas de Alphabet. “Google se ha convertido en un coladero de titulares engañosos o directamente falsos que encumbra en el mercado a supuestos medios de comunicación dedicados al clickbait”. La cabecera de Unidad Editorial se refería con estas palabras al servicio 'Discover'. Es decir, al que puede acceder cualquier ciudadano al abrir la página principal del navegador Chrome. Ahí figura una lista de noticias que Google selecciona, en teoría, en función de las preferencias del lector y de su historial de páginas vistas.
El consejero delegado de Vocento, Luis Enríquez, avisó hace un tiempo -en un afilado artículo- sobre la incertidumbre que provoca el hecho de que una compañía con unos intereses determinados, y un centro de decisión demasiado alejado de España, tenga la posibilidad de configurar el menú informativo que recibe la mayoría de los ciudadanos a través de su dispositivo móvil. Todo, a partir de los contenidos de periódicos, libelos y pseudo-medios a los que -como bien señala El Mundo- Google trata la mayoría de las veces de la misma forma que los que difunden los medios de noticias. Por supuesto, obviando que el buen periodismo es mucho más valioso que la quincalla que sirve para engordar el dato de audiencia, pero que no tiene ningún valor informativo.
¿Hicieron caso los editores a las advertencias de Enríquez? En absoluto. La inmensa mayoría rubricaron acuerdos con Google para que esta empresa pudiera disponer del copyright de sus contenidos para colocarlos en Discover. El asunto estuvo a punto de partir en dos la patronal de la prensa (AMI). La contraprestación económica que entregó Alphabet a cambio fue muy escasa. A quienes señalaron los riesgos de establecer esa dependencia con la multinacional de Mountain View los situaron poco menos que en el terreno en el que habitan los excéntricos.
El periodismo de 'clickbait'
Así que las redacciones de todos los periódicos de España han reforzado las áreas que se dedican a redactar artículos que son más proclives a aparecer en este servicio de noticias. Por eso, los lectores encuentran cada mañana en Chrome un rancho de sensacionalismo gigantesco, que comienza con titulares sobre la información meteorológica exagerados y falsos (17 de mayo: Terror por lo que llega a España, la AEMET advierte de lo que va a ocurrir); y termina por la ración de morralla de diarios desconocidos o muy localizados, como Elnacional.cat, del independentista José Antich, que dispone de los mismos lectores en algunas provincias del interior de España que algunas cabeceras generalistas. ¿Por qué? Por su maestría en el manejo del clickbait.
Este tipo de medios saben muy bien cuáles son los mejores cebos para enganchar al anzuelo. Por eso, cada pocos días publican un artículo sobre el divorcio de los reyes. O sobre la última decisión rupturista de Florentino Pérez en el Real Madrid. Todo es mentira, pero eso a Google le importa un pimiento. O, al menos, así lo parece.
El fenómeno puede resultar anecdótico e incluso habrá quien considere que la denuncia del editorial de El Mundo sólo se basa en razones competitivas y económicas. Pero lo cierto es que la ola de sensacionalismo digital dispone de una peligrosa capacidad para nublar la visión de la opinión pública y desviar su mirada de lo importante. O para hacerle creer que se producen divorcios, despidos o catástrofes meteorológicas que en realidad no existen.
Todo esto sucede -y esto es muy relevante- en un momento en el que una parte de los medios de comunicación digitales han establecido muros de pago sobre sus contenidos más relevantes, lo que ha restringido su acceso al gran público. Por tanto, los ciudadanos que no pagan -inmensa mayoría- tienen mucho más fácil leer las tonterías informativas de Discover -gratuito- que las noticias de alcance. El resultado es evidente: el país está más desinformado.
Podría decirse que los grandes medios renuncian al clickbait, pero sería mentir. Todos lo buscan en una mayor o una menor medida. Nativos digitales que surgieron con manifiestos fundacionales en los que se subrayaba la necesidad de mejorar el periodismo patrio ostentan actualmente los primeros puestos de la lista quincenal de audiencia de GfK-DAM -sobre la que podría hablarse también largo y tendido- gracias a su esfuerzo sobrehumano por publicar artículos amarillistas cargados de bufonadas, anécdotas o estupideces de tiktokeros. Sus posibilidades de aparecer en Discover son mayores que las de aquellos artículos para suscriptores, evidentemente.
Ingresos institucionales
Sucede que la publicidad institucional -además de una parte de la procedente de empresas privadas- se reparte en función de las visitas mensuales que recibe cada medio. Así que se puede decir que con la política de Google de premiar a quienes escriben 'morralla informativa', el periodismo low cost está haciendo su particular agosto.
Algunos de los grupos que se sienten afectados por estas prácticas se han reunido en Madrid con los responsables en este país de la multinacional estadounidense. En estos encuentros, se les ha llegado a animar a publicar más artículos de este tipo para mejorar su dato de audiencia, según explican fuentes conocedoras de estas conversaciones.
En otra charla, el equipo de Google España se comprometió a trasladar las quejas a su matriz, que es donde verdaderamente se toman las decisiones. En otras palabras: que es donde se decide qué conviene más que lean los lectores españoles.
Entre los buscadores y las redes sociales aglutinaron durante el primer trimestre de 2023 el 43,6% de los ingresos del mercado publicitario
¿Es Google una empresa neutral, sin intereses editoriales ni afán por ganar dinero con el mercado de los medios de comunicación? La respuesta es evidente. Es la que ha sido silenciada durante muchos años por los editores de prensa, que son conscientes de que, en el fondo, para no caer en el anonimato, no les queda más remedio que adaptarse al 'algoritmo' que establece arbitrariamente esta empresa. O Meta. La diferencia entre ser relevante o insignificante no es actualmente el buen periodismo, sino la capacidad para adaptarse a los requerimientos del nuevo dueño de la imprenta. El cual, por cierto, acapara una parte cada vez más grande del mercado publicitario.
De hecho, según la consultora Arcemedia, entre los buscadores y las redes sociales aglutinaron durante el primer trimestre de 2023 el 43,6% de los ingresos de este mercado, frente al 23,2% de las televisiones, el 10,9% de los medios de comunicación digitales, el 4,4% de la prensa impresa y el 6,2% de la radio.
La última pregunta que cabe plantear es: ¿Google es un agente neutral en la política nacional? Sobra decir que ninguna empresa lo es. Quien quiere hacer negocio, suele situarse al sol que más calienta. Sería muy osado afirmar que esta compañía ha beneficiado al Gobierno, pero lo cierto es que en el PSOE no estarán especialmente intranquilos con que el jefe de lobby de Google España sea Miguel Escassi, quien formó parte del ministerio de Nadia Calviño y quien, anteriormente, fue secretario general del partido en Estados Unidos y en Chile. Y quien tomó hace no mucho la decisión de contratar a Harmon -Eduardo Madina es socio- como una de las empresas que ayudará a la multinacional estadounidense en temas de asuntos públicos en España.
Todas estas cosas son obvias y frecuentes. Siempre lo han sido. El problema es que hay quien pecó de inocente a la hora de evaluar las intenciones de las grandes compañías digitales. No sólo ocurrió aquí. También en su país de origen. Eso es lo que llevó a Mark Zuckerberg a tener que declarar ante el Congreso estadounidense para explicar el motivo por el que Facebook se había convertido en una plataforma idónea para los difusores de noticias falsas.
Actuamos con bisoñez. Los medios, los primeros. Pero la realidad es que el dueño de la imprenta todavía es quien más influencia tiene sobre los contenidos que se reflejan en el papel. Aunque sea en formato digital.
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