Estaba convencida de que los asesinatos no prescribían. Seguramente es culpa mía exclusivamente, porque veo demasiadas películas y documentales estadounidenses en los que resuleven crímenes de hace 50 años.
En España no queremos resolver crímenes tan antiguos. Al menos, eso es lo que parece indicar la Fiscalía, que ha apoyado archivar la causa abierta contra tres ex jefes de ETA, por el asesinato del edil del PP en Ermua, Miguel Ángel Blanco, en 1997. Según la defensa de los cuatro exdirigentes de ETA que están siendo procesados por su presunta responsabilidad en el secuestro y asesinato de Miguel Ángel, el crimen ya ha prescrito, porque han pasado más de 20 años desde que sucedió hasta que se dictó una resolución en su contra.
El fiscal explica que no tiene lugar la aplicación retroactiva de la reforma de 2010, que declaró imprescriptibles los delitos de terrorismo que hubieran causado la muerte de alguien. Por otro lado, nos dicen que esa reforma se aplica a todos los delitos que, en el momento en que cada Estado incorporó esta norma, estuvieran aún sin prescribir.
Últimamente tengo la sensación de que vamos a tener que sacarnos todos la carrera de Derecho para entender qué pasa en nuestro país y porqué. Aunque quizá nos podamos ahorrar todo ese esfuerzo si simplemente nos acordamos de las palabras de nuestro amado líder: “¿Y de quién depende la Fiscalía?”.
Entendiendo de quién depende la Fiscalía y a quién se deben los fiscales, se ve todo mucho más claro. La Fiscalía quiere que se archive el asesinato de Miguel Ángel Blanco porque dice que ha prescrito. Me temo que lo que pretende es que prescriba nuestra memoria, en la que manos pintadas de blanco se alzan al cielo al grito de “¡Basta ya!” y se llama “hijos de puta” a los terroristas, a cara descubierta, por primera vez en España. Lo que no entiende esta Fiscalía, este Gobierno ni el mismísimo Sánchez, es que muchos no podemos dejar que prescriban nuestros recuerdos, para disculpar que ellos estrechen ahora la mano de los mismos que asesinaron a tantos inocentes y sembraron el terror durante décadas en nuestro país.
A la vez que nos dan la matraca, un día sí y otro también, con los muertos de la guerra civil, sus cuerpos en las cunetas y el resarcimiento de unas familias que hace casi 100 años perdieron a uno de sus miembros
No pueden ustedes, por mucho que se esfuercen en retorcer las palabras, conseguir que haya un mínimo de coherencia en no exigir justicia para todas las víctimas de los terroristas, en no solo no perseguir hasta el último aliento a quienes se niegan a colaborar en la resolución de los cientos de asesinatos aún pendientes de esclarecer, sino además estrechar lazos y pactos políticos con ellos, con tal de seguir en el Gobierno de este país, a la vez que nos dan la matraca, un día sí y otro también, con los muertos de la guerra civil, sus cuerpos en las cunetas y el resarcimiento de unas familias que hace casi cien años perdieron a uno de sus miembros.
Cualquiera podría decir que solo les importan los suyos, ya que en una guerra hay muertos en los dos bandos y su obcecación se debe solo a uno, pero no es eso, pues hemos visto a miembros de su partido portar ataúdes de compañeros, asesinados por la misma gente con la que hoy se sientan a firmar documentos. Documentos de pactos, políticas y presupuestos que son vitales para el futuro de los españoles, consensuados con quienes desprecian España y a los españoles.
Si creen ustedes que una mente cuerda y medianamente sana es capaz de vislumbrar en esos actos un atisbo de coherencia y de interés por este país, los que no están medianamente cuerdos son ustedes. Puede que tal vez se conformen con el aplauso y los votos de los irracionales, los pusilánimes, los que no tienen orgullo ni dignidad y cuyos recuerdos se limitan a qué cenaron ayer.
Rabia, pena y frustración
Les voy a pedir a ustedes que recuerden aquel 13 de julio de 1997, un día después de que los etarras descerrajaran dos tiros en la cabeza del concejal de Ermua, cuando todos aquellos españoles se lanzaron a la calle, llenos de rabia, pena, frustración y odio, a plantar cara a aquellos asesinos y que, por primera vez y para variar, fueran ellos los que pasaran miedo. Deberían saber que, de todos esos españoles, somos muchos los que tenemos una memoria que no prescribe, porque si dejamos que los recuerdos caduquen, lo que conseguiremos es que prescriba la decencia.
Aunque bien es cierto que hay recuerdos que bien merecen ser desterrados de nuestro pensamiento. No hay daño más grande que olvidar a quien quiere ser recordado con vítores y laureles. Me parecería ese un futuro justo para el señor Sánchez, no para Miguel Ángel Blanco ni para el resto de víctimas asesinadas por ETA.
Pueden ustedes archivar el delito y decirnos a todos que no se hizo ni se hará justicia porque la justicia viene con fecha de caducidad, pero yo no dejaré que prescriba mi decencia por las ansias de poder de un sátrapa.
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