La elevada inflación ha llevado a muchos bancos centrales de todo el mundo a cambiar sus políticas monetarias. Por su importancia, destaca la decisión de la Fed de subir los tipos de interés. Tras 39 meses sin hacerlo, lo hizo en marzo en 0,25 puntos y, de nuevo, en mayo -esta vez en 0,50 puntos, algo que llevaba 22 años sin hacer- y han anunciado nuevas alzas los próximos meses. Interrumpió, además, sus compras de activos y empezará a reducir su balance. Esto implica menos dinero en el sistema y a un precio más caro, algo que esperan pueda frenar la subida histórica del IPC.
Hasta ahora, el BCE lo único concreto que ha hecho es finalizar -al cierre del primer trimestre- el PEPP o programa de compras de emergencia frente a la pandemia. Pero el mercado primero, y finalmente la propia Lagarde, han dado por hecho que los cambios serán más profundos. Después de ver cómo el Euribor subía a máximos de ocho años -fiel ejemplo de que los propios bancos ya descuentan el movimiento- este lunes Christine Lagarde confirmó la intención de subir en 0,25 puntos los tipos en julio, algo que no ocurre desde la polémica decisión de Trichet de 2011, y otro cuarto de punto en septiembre. Con todo, quizás lo más relevante de sus declaraciones sea esta frase: "Espero que las compras netas bajo el programa APP terminen muy temprano en el tercer trimestre”.
El APP es el programa de compra de activos que BCE viene desarrollando desde antes de la pandemia y que viene reduciéndose desde este trimestre (en abril fue de 40.000 millones, en mayo de 30.000, en junio será de 20.000…). Una vez acabe, hay muchas dudas sobre a qué precio podrán colocar su deuda los emisores que inspiran una menor confianza entre los inversores, y entre ellos hay varios países. Países que han aprovechado el paraguas de BCE para no ajustar gastos con ingresos, disparando con ello los déficits presupuestarios y, por tanto, aumentando su volumen de deuda. ¿Habrá demanda suficiente y, sobre todo, a un tipo de interés razonable, a partir del verano para tantas emisiones de bonos soberanos? El mercado ya se está adelantando a esas posibles dificultades y, por ejemplo, si el Tesoro español pudo llegar a colocar algo por debajo del 0% bonos a 10 años en diciembre de 2020, en la última subasta realizada hace unos días tuvo que ofrecer un 2,046% para poder encontrar suficiente demanda a su papel.
Con la llegada del euro, la prima de riesgo llegó a ser cercana a cero durante algún tiempo, comienzos del actual siglo, cuando España era calificada como Triple A por su baja deuda y alta solvencia
La prima de riesgo es el sobreprecio que un emisor de deuda paga en comparación a otro, en este caso referido a países. En Sudamérica, por ejemplo, suele usarse para describir el diferencial respecto a la estadounidense. En Europa la referencia es el Bund, el bono a diez años alemán. En 2012, tras la intervención de Bankia, el bono español hubo días que llegó a negociarse más de 600 puntos básicos por encima de como se negociaba el alemán (7% contra 1%), algo que sólo se había visto cuando aún existían la peseta y el marco y los tipos de interés de ambos países eran diferentes. La prima de riesgo, con el euro, llegó a ser cercana a cero a comienzos del actual siglo, cuando España era calificada como Triple A por su baja deuda y alta solvencia. Su economía crecía más que la alemana y la deuda soberana de emisores de la Eurozona ni siquiera era considerada como activo de riesgo en los balances de los bancos. La historia de cómo toda esa confianza en nuestro país se perdió tras el estallido de la burbuja inmobiliaria primero y con la crisis de deuda pública que inició Grecia después, es de sobras conocida.
La prima de riesgo ha estado muy contenida los últimos años porque al estar BCE comprando deuda por gran cantidad mes tras mes, y con unos tipos de interés en negativo, los inversores se “peleaban” por encontrar emisiones con las que obtener una rentabilidad positiva (recordemos que estos años muchos han comprado deuda a tipos de interés negativo https://www.vozpopuli.com/opinion/powell-activos-riesgo.html ) lo que ha beneficiado a países como Italia y España, con una gran cantidad de papel a colocar y unas cuentas públicas muy desajustadas que, sin esas acciones del banco central, hubieran tenido que pagar mucho más por colocar sus bonos, especialmente los de más largo plazo. Esta semana la prima de riesgo española superó los 110 puntos, algo que también pasó hace dos años en lo peor de la pandemia (se llegó a casi 150) y que supone casi el doble del nivel en el que estaba en febrero de 2021. Italia -con mucho mayor volumen de deuda y más elevado ratio deuda/PIB que España- supera ya los 200.
Todos (desde el FMI hasta la Comisión Europea pasando por casas de análisis nacionales y extranjeras) coinciden en que este año se crecerá menos de lo previsto hace unos meses
Son precios aún contenidos pero la tendencia es al alza, y es de suponer que, sin las compras de BCE y con nuestro gobierno empeñado en ganar votos con más gasto cara a las elecciones del próximo año, la confianza de los inversores hacia la solvencia de nuestras cuentas públicas empeorará. Es cierto que el impacto directo en las cuentas del mayor coste de las nuevas emisiones es pequeño en relación al tipo reducido del saldo vivo de la enorme cantidad de deuda emitida por España en los últimos años, más beneficioso aún si lo comparamos con la alta inflación actual. Pero es una piedra más en el camino de un año que va empeorando por semanas, al menos si hacemos caso al aluvión de cambios en las previsiones entre los que se incluye la de nuestro propio gobierno. Todos (desde el FMI hasta la Comisión Europea pasando por casas de análisis nacionales y extranjeras) coinciden en que este año se crecerá menos de lo previsto hace unos meses, y el IPC será bastante más alto.
La subida de tipos de interés es lógica con tanta inflación, y debería ser asumible, pero el alza de la prima de riesgo, que se puede acelerar este verano, no sólo encarece la colocación de bonos soberanos, también los de la deuda privada de empresas y consumidores españoles. Como ya vimos en 2012, el efecto de la desconfianza se puede extender y perjudicar a la economía en su conjunto.
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