Opinión

La radical inmoralidad de Basta Ya

Decidieron ser inmorales porque lo normal era agachar la cabeza, desviar la mirada y callar ante la normalidad del horror.

El trabajo de profesor es habitualmente -como muchos otros trabajos- frustrante, cansado y burocrático. Otras veces no; otras veces llega a ser todo lo que la pedagogía contemporánea pretende enterrar. Explicamos en el aula cuestiones difíciles y antiguas, preguntamos a los alumnos y comprobamos cómo la seriedad y la dificultad no sólo no son obstáculos insalvables para ellos, sino que les permiten crecer hasta alcanzar la altura que por defecto nos empeñamos en negarles. Basta con pedirles que comenten Matar a un ruiseñor para darse cuenta.

La de Atticus Finch es, como aciertan a comprender con doce años, la historia de un fracaso y un triunfo. Es el fracaso de un abogado y del propio sistema de justicia, con sus racionales e insuficientes mecanismos garantistas. Es también el triunfo particular de un padre que enseña a sus hijos, con su ejemplo, a practicar el bien y a combatir el mal que existen en el mundo. La verdad, la razón y la justicia son grandes ideales, pero no alcanzan; por eso Atticus lanza estas palabras a los miembros del jurado: “En el nombre de Dios, cumplan con su deber”.

Apuntan en la buena dirección pero tampoco sirven para nada, porque las sociedades son frecuentemente cobardes y dóciles. El olvido y la memoria son costumbres que hacen la vida más fácil, y la razón nos permite justificar o disfrazar nuestra cobardía. Por eso Atticus, como también aciertan a comprender los alumnos de doce años, es un personaje radicalmente inmoral. 

Pensaba en todo esto mientras leía la entrevista a Maite Pagazaurtundúa. “La sociedad vasca vivía bajo una dictadura del silencio, del miedo y la autocensura, incluso entre quienes rechazaban a ETA. Y en esas, ¡Basta ya! decidió tener descaro”. Decidieron ser inmorales porque lo normal era agachar la cabeza, desviar la mirada y callar ante la normalidad del horror. Ante el vecino asesinado, ante el conocido amenazado y sobre todo ante los asesinos, que siempre fueron los verdaderos protagonistas.

Hace veintitrés años el Parlamento Europeo otorgó a ‘Basta ya’ el Premio Sajarov, y la semana pasada se celebró en Bruselas un acto de recuerdo por el vigésimo aniversario. Íñigo de la Fuente y Jon Viar moderaron dos mesas presididas por Maite Pagaza y Fernando Savater. También se presentó ‘El túnel del odio’, obra de José Ibarrola en la que se recrean el acoso y los sonidos que acompañaban a quienes decidieron cumplir con su deber: “Gora ETA militarra”, “ETA, mátalos”. Un vídeo de veinte segundos permite recordarlo todo si no se borra nada, si se le ofrece al espectador la dureza de la realidad. 

Tiempo suficiente para contar lo único esencial en la historia de Miguel Ángel Blanco: que fue asesinado por la izquierda abertzale, y que esa misma izquierda abertzale es hoy una fuerza política absolutamente normalizada

Cuatro minutos es mucho más tiempo. Da para contar muchas cosas. Por ejemplo: “Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en Ermua, fue secuestrado y asesinado en 1997 por ETA, la banda terrorista de la izquierda abertzale. En el secuestro y asesinato participaron Francisco Javier García Gaztelu (Txapote), Irantzu Gallastegi Sodupe y José Luis Geresta. La izquierda abertzale, que actualmente se agrupa en las siglas de EH Bildu, reivindica hoy ese asesinato como parte de la legítima lucha de los presos vascos, aplaude a los asesinos y pide la excarcelación de todos ellos”.

Se necesitan treinta segundos para pronunciar estas palabras, y aún sobrarían más de tres minutos. Se puede decir mucho en ese tiempo, y se puede no decir nada. Es lo que hace siempre el Gobierno vasco a través de Gogora.

Una nada que se envuelve en las palabras preferidas de este nuevo consenso: “empatía”, “convivencia”, “coexistencia”, “paz”; todas leídas por niños a los que se les impide el conocimiento de la realidad

Hace unos meses, coincidiendo con el aniversario, publicaron un vídeo en recuerdo de Miguel Ángel Blanco. Miguel Ángel Blanco gogoan. Elkarbizitza eraikitzen. Memoria para la convivencia. Cuatro minutos y ocho segundos para contar la historia de un secuestro y asesinato. Cuatro minutos y ocho segundos en los que no se menciona ni el secuestro ni el asesinato. En los que, esto es lo esencial, no se pronuncian los nombres de Txapote, Gallastegi y Geresta; ETA; tabú. Podrían haberle dedicado una hora, una película o una serie en la ETB, pero decidieron dedicarle un vídeo. Tiempo suficiente, decíamos, para contar lo único esencial en la historia de Miguel Ángel Blanco: que fue asesinado por la izquierda abertzale, y que esa misma izquierda abertzale es hoy una fuerza política absolutamente normalizada. Y tiempo suficiente para no contar nada. Una nada que se envuelve en las palabras preferidas de este nuevo consenso: “empatía”, “convivencia”, “coexistencia”, “paz”; todas leídas por niños a los que se les impide el conocimiento de la realidad, y a los que lo único que se les ofrece es una reflexión masticada y sin sustancia. 

La moral del País Vasco ha transformado el silencio y la complicidad en olvido. Ha convertido a Miguel Ángel Blanco y a todas las víctimas de ETA en meras tragedias individuales sin más causa que el azar, y borrará de la historia los nombres de los asesinos. Seguirán diciendo y haciendo cosas que helarán la sangre, pero el fracaso y triunfo de ‘Basta ya’ permanecerá para recordarnos, como hizo ayer Maite Pagaza en Andoain, que ante una sociedad como la nuestra la única opción digna es la inmoralidad radical.

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