El Gobierno se ha cargado la Filosofía, se quejan, con razonada pesadumbre, los filósofos. No extraña. De hecho, no ha habido impugnación social alguna. Todo en España se acepta con resignación nihilista, al gusto del actual régimen autócrata, que ha introducido el placebo sociológico a modo de anestesia frente a la ignominia. Que los alumnos de la ESO no estudien Filosofía no es tan grave como que superen cursos habiendo suspendido materias troncales. Que no lean a Aristóteles, a Santo Tomás de Aquino o a Schopenhauer es irrelevante mientras sepan declinar el lenguaje inclusivo. Pensar ya no importa, porque ahora se resuelven los problemas pulsando el botón sentimental que corresponda. En los currículos del mañana, la competencia docente se evaluará en función de las destrezas acumuladas como animador socio cultural de activistas.
Asistimos a la representación de otra escena más, escrita por los burócratas estatalistas en su camino destructivo de toda excelencia educativa que busque construir una sociedad con estándares altos de conocimiento y critica. El poder siempre fue enemigo del saber, pero pocas veces a una democracia se le respetó tan poco como está haciendo el actual Ejecutivo incompetente, atribulado por tantas competencias.
Forma parte del método. Cautiva la tribu, se acabó la razón y con ella, el individuo y su libertad. La progresía, esa izquierda amante de la buena vida para sí misma, antigua luchadora de clase devenida en vividora clasista, ha decidido que el mundo no se cuestione. Lo que ahora suceda y se recuerde será lo que dicten sus leyes, publiquen sus medios y acepten sus verificadores a sueldo. No habrá más futuro que ellos y sus circunstancias. Primero se adueñaron de la historia, reescrita y reinterpretada por orden del buenismo mundial, tan subjetivo como sentimental, tan dañino como rentable. Han suplantado a los historiadores de verdad para imponer que, si algo es relativo, hasta que deja de serlo, es lo que sucedió antes de hoy. Estos paganos hipócritas (“hiprogresía cool”)no sólo se contentan con menoscabar a Clío, diosa pretérita que marca los tiempos con su reloj de arena, sino que ahora atacan las lenguas antiguas y valores firmes que civilizaron el suelo que hoy pisamos.
Que nadie olvide que un socialista, por muy moderno que se presente, siempre regresará a Lenin para enmarcar sus actos, a Gramsci para explicar sus narrativas y a la ingenua docilidad popular para justificar sus crímenes".
Deciden torturar el pensamiento sentenciando a muerte a la educación, no con cicuta socrática, sino con perversión sofista. Condenan al ciudadano a elegir entre crítica y razón, entre conocimiento y competencia. Para el docto burócrata socialista, convertir en sujeto de derechos ficticios a tribus creadas siempre será más provechoso que dotar de conciencia al individuo libre. No es que no les guste el mercado de las ideas, es que les asusta no poder imponer la suya y que el pueblo corte definitivamente las cadenas a las que ellos le someten como caudillos ideológicos.
La eliminación del otro mediante la negación de su derecho a discrepar es la nueva religión profesada por esta izquierda inquisidora. No hay espacio en la esfera pública para el que discrepe de los feligreses del Foro de Sao Paulo, el Davos totalitario de los utópicos ensoñadores, aquellos comunistas de viejo régimen que ahora comparten propósito con la izquierda esnob de cuello alto, esa que por la mañana te alza el puño y por la noche te levanta un Negroni. Que nadie olvide que un socialista, por muy moderno que se presente, siempre regresará a Lenin para enmarcar sus actos, a Gramsci para explicar sus narrativas y a la ingenua docilidad popular para justificar sus crímenes.
La nueva religión ya no se viste ni dicta en iglesias, ni en sanedrines ni en mezquitas, sino en los púlpitos mediáticos y en las cátedras académicas, donde la cultura de la cancelación globaliza su perverso mensaje igualitario. Ahora, todo pasa por el plácet de la generación post muro de Berlín, que en realidad son millenials atontados que buscan imitar a su padres del 68. Sin suerte, pero con éxito.
La historiadora Anne Applebaum, una de las analistas del pasado y el presente más brillantes de nuestra época, afirmaba en su reciente visita a España que “existe un autoritarismo de izquierdas”. Decir esta obviedad, empero, ha llevado a muchas democracias liberales a cuestionar su esencia para no incomodar al universal consenso progre, que viene a ser el perdón que la izquierda te da para sobrevivir en su ecosistema de valores perpetuos.
Ahora, eres sospechoso de no respetar la democracia, de ser un populista de postín y un reaccionario de bombín por el mero hecho de levantar la voz y cuestionar lo que te imponen. Hemos aceptado que el mundo es como es y sobre todo, como te lo cuenta la izquierda. El sentimiento ha degenerado en pastín de propaganda y fetiche de la causa oprimida, donde la identidad es la nueva lucha de clases, pero sin estilo. Ya no se queman tantas barricadas, aunque se siguen levantando los mismos muros: odio, sectarismo, intolerancia inquisitorial, valores perpetuos de esa socialismo indómito que necesita de una derecha extrema para justificar su aversión a la libertad.
Comencemos por denunciar su impostura iliberal. Que sepan que hay un modelo social, cultural y moral diferente, superior, que empieza y acaba en la defensa de las libertades civiles".
Urge que la sociedad, ese conjunto de individuos, despierte, y salga ya de ese ensoñamiento hacia el progresista de palabra, que seduce bajo autoritarismos leves pero constantes. No debemos pervivir en el inmovilismo, mientras nos imponen el derribo de la arquitectura constitucional resucitando el monstruo cantonal, perverso marco vividor que hará de España una plurinación de taifas taimadas, el sueño bolivariano de los trileros intelectuales de Somosaguas que el régimen sanchista ha adoptado como programa. Batallas de las ideas le llaman, guerra cultural, dicen. Hace tiempo que la declararon. Empecemos por no asumir su relato, por no adoptar sus marcos, por no comprar su propaganda. Comencemos por denunciar su impostura iliberal. Que sepan que hay un modelo social, cultural y moral diferente, superior, que empieza y acaba en la defensa de las libertades civiles. Frente a las masas adocenadas y la tribu subvencionada, la siempre decente y conveniente rebelión del individuo.
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