Opinión

La soberanía de los españoles, en peligro

La democracia española avanza hacia el autoritarismo populista a costa de la integridad constitucional, la seguridad y las libertades

El Congreso ha gastado 2,12 millones en viajes nacionales este año, un 22% más que el anterior
Congreso de los Diputados Servimedia

Políticos y periodistas suelen referirse al Parlamento como la sede de la soberanía popular, esto es, el lugar donde se ubica el poder de la Nación de ciudadanos en las sociedades libres. No obstante, pese a su reiteración en el discurso político y mediático es un error confundir soberanía con representación pública. La representación obtenida mediante el voto, con condiciones y a plazo, no sustituye ni mucho menos suplanta la soberanía del representado. El parlamento es institución de representación pública, pero no sede de la soberanía. La sede real de la soberanía es el pueblo como “sujeto colectivo imaginado”, formado por todos los ciudadanos que integran la Nación dentro de unos límites geográficos, históricos y culturales.

La soberanía política de la Nación y la libertad personal constituyen el sistema “individuo-sociedad”, escorado a los extremos o en tensión entre ambos, como acredita la historia del pensamiento sociopolítico. Remarcan la individualidad, la actitud vital socrática de razonar frente a las convenciones sociales, y su actitud cívica al asumir la injusta condena a muerte; el énfasis en el individuo del epicureísmo (defensa de la vida y felicidad ante la contingencia y el miedo); la autonomía moral de Kant, en el marco de la ley moral…

En sentido opuesto, el Platón viejo de Las Leyes desconfía de la virtud individual de los hombres y se inclina por la ley como factor de racionalidad comunitaria, vinculante para los ciudadanos; y pasados los siglos, desde una posición idealista, Schelling y Hegel afirmarán que el individuo (el espíritu subjetivo) se abre a lo social (el espíritu objetivo) a través del Derecho, la moralidad y la eticidad; o en Marx, la dialéctica de la lucha de clases lleva a subordinar y dominar al individuo en la sociedad comunista (Lenin-Stalin-Mao…), actualizada en el totalitarismo chino, síntesis colectivista de marxismo y confucionismo (Xi Jimping).

Ética y estoicismo

En el punto medio, encontramos la relación entre la ética individual y la social en el estoicismo (primacía de la virtud y la razón sobre la voluntad y el deseo); el carácter personal (bien particular) fundado en la moral pública de Aristóteles que le lleva a definir al hombre como “animal político” (ζῷον πολιτικόν) por su naturaleza social (diálogo, búsqueda del bien y la justicia); y siglos después, la posición de Jaspers que se decanta por lo individual (la subjetividad trasciende la cultura social) y la crítica de Heidegger que enfatiza lo social frente al individualismo de Jaspers.

En consecuencia, sistema abierto sujeto a las luchas hegemónicas de ideologías y liderazgos de distinto y contradictorio signo con impacto en las libertades y la soberanía ciudadana. Así, en el mundo actual, amplias áreas de la Tierra están regidas por totalitarismos comunistas, teocráticos y nacionalistas y, otras áreas, regidas por democracias, desde las liberales a las autoritarias y populistas en proceso de degradación antidemocrática.

En las Cortes de todos, tenemos señorías que buscan imponer a toda la Nación de españoles sus particulares querencias ideológicas al margen del orden constituido

En la democracia española, seguir la vida parlamentaria —de las Cortes Generales y parlamentos regionales— da que pensar la distancia abismal entre la idea de representación y la realidad. Sus señorías han llegado allí en listas cerradas de partidos, no por sus méritos sino por intereses. Simplemente representan a quienes les han seleccionado. Hay señorías que medran en los partidos como forma de vida; jamás les ha quitado el sueño el interés de España. De hecho, en las Cortes de todos, tenemos señorías que buscan imponer a toda la Nación de españoles sus particulares querencias ideológicas al margen del orden constituido: social-comunismo frente a libertad, república populista frente a monarquía, fragmentación identitaria frente a unidad nacional, dependencias y empobrecimiento frente a desarrollo y progreso económico. Esta realidad expresa la disfuncionalidad de nuestro sistema electoral de representación que sirve a las oligarquías de los partidos, pero no a la Nación.

De hecho, en la composición de fuerzas de nuestro orden constitucional, sin separación efectiva de poderes —legislativo, ejecutivo y judicial—, prevalecen los intereses egoístas bajo el camuflaje de ideologías y propaganda. La cuestión es si la frágil estructura constitucional de pesos y contrapesos es capaz de contrarrestarlas en orden al bien común. No está sucediendo así: la estructura del poder Ejecutivo del gobierno Sánchez se impone a través de decretos-leyes, determina la agenda de las Cortes con sus socios comunistas, separatistas y filo terroristas, y pugna por controlar la Constitución a través del TC, la actividad jurisdiccional a través del CGPJ, y, ahora, se erige en “juez” contra el TS: sentencia que Chaves y Griñán son inocentes. Ya son pasto del poder ejecutivo la Fiscalía General del Estado, la radio televisión pública, el CIS, el INE, la intrusión en la carrera diplomática, las fuerzas de seguridad, la concesión de indultos con intereses partidistas…

Es curioso, los mismos partidos —socialistas, comunistas y nacionalistas— que mandaban en 1936-1937 son los que ahora mandan

Se va implantando un nuevo caciquismo a través del endeudamiento de los españoles por políticas expansivas e irresponsables del gasto público, cuyo fin real es alimentar clientelas con fines de control electoral. El resto de las instituciones del Estado, neutrales o independientes, como la Corona, el Consejo de Estado o el Banco de España son ninguneadas o cuestionadas. La democracia española avanza hacia el autoritarismo populista a costa de la integridad constitucional, la seguridad y las libertades.

Sin determinismos, pero seguimos cerrando círculos en falso: la II República empezó anteponiendo la ilusión populista de unos al consenso civil democrático y, en pocos años, atentó contra la seguridad y las libertades. Ahora las esperanzas de la Transición y la Constitución colapsan en la creciente degradación actual. Es curioso, los mismos partidos —socialistas, comunistas y nacionalistas— que mandaban en 1936-1937 son los que ahora mandan. Entonces decían: “En cuanto caiga el gobierno de Azaña, habrá una República Soviética en España” (Largo Caballero, febrero 1936). Ahora Sánchez dice (2021): “Largo Caballero actuó como queremos actuar hoy nosotros”.

Urge romper este círculo vicioso, pero obtener resultados distintos exige cambios en el sistema “individuo-sociedad” a partir del orden constitucional que nos hemos dado; cambios para proteger las libertades y consolidar la soberanía de la Nación. Del lado social, ejercitando la soberanía, hemos de avanzar en la separación de poderes con mecanismos de control del Poder Ejecutivo (sistema de pesos y contrapesos); en dotarnos de un sistema electoral que garantice la relación entre ciudadano y representantes en un modelo competitivo de candidatos en distritos electorales, con legislaturas de cuatro años y renovación de la mitad cada dos; y, si queremos Nación y futuro, excluir de la representación de la Nación y de las instituciones públicas a partidos totalitarios y separatistas.

El otro polo del sistema es el individuo, porque no hay democracia real sin ciudadanos libres, sin su compromiso cívico por los derechos y el futuro. Nuestras experiencias democráticas fracasaron, y la actual está por ver. Como Nación, somos capaces de compromiso y grandeza en momentos concretos, pero pronto abandonamos el Estado a los partidos, sin el contrapeso de una red de instituciones públicas independientes, y el impulso inicial se degrada en mediocridad, sectarismo y corrupción. Carecemos de una cultura de asociaciones cívico-políticas que requieren compromiso mantenido en el tiempo. Actualmente, ejemplifican ese compromiso asociaciones en defensa de derechos constitucionales, amputados por nacionalistas, como Impulso Ciudadano, Asamblea por una escuela bilingüe, plataforma Escuela de Todos, Sociedad Civil catalana, Hablamos español, asociación Esteban de Garibay y otras.

En la historia reciente de España los partidos hegemónicos utilizan a los ciudadanos como carne de trinchera; convertidos en masa ideologizada

Estas carencias institucionales y ciudadanas, salvo excepciones, acrecientan el poder de los partidos en el control del Estado y de la vida civil. Tanto es así que en la historia reciente de España los partidos hegemónicos utilizan a los ciudadanos como carne de trinchera; convertidos en masa ideologizada: “progresistas” (así se autodenominan, confundiendo progreso con ideología) contra “fascistas” (son los otros, los escrachados por los “progresistas”); separatistas contra españoles… Esta es la cotidianidad de la guerra cultural populista que medra en la política, medios y redes.

Frente a todo ello, la clave de la democracia a largo plazo consiste en tener una masa crítica imprescindible de ciudadanos libres, responsables y críticos:

Ciudadano libre. Ser libre es una actitud vital de lucha por la autonomía personal y económica.

La autonomía personal se asienta en virtudes familiares y educación excelente, condiciones necesarias para construir el proyecto vital personal con voluntad y dedicación. La autonomía económica individual guarda relación con la economía nacional solvente, creadora de riqueza, productiva y competente, pero no es el caso, vamos en sentido contrario al debido: el deterioro de la familia y la degradación de la educación malgastan irreversiblemente el potencial de los menores; la economía subsidiada basada en el gasto improductivo, la deuda y el déficit crea ciudadanos dependientes en la espiral del empobrecimiento moral y material; nutrientes del autoritarismo destructor de libertades.

Ciudadano responsable. La responsabilidad individual por los propios actos a través del itinerario vital expresa el sentido proyectivo (telos) de la libertad individual: en la familia, los estudios, las decisiones personales, las amistades, la gestión personal de las ilusiones y los errores, el trabajo, la civilidad, el compromiso social y político…

Ciudadano crítico. La capacidad crítica, más allá de las deseos, anhelos y opiniones, viene dada por la formación del carácter en la autodisciplina que impone la independencia personal y el principio de realidad.

En resumen: ser libre es permanente y ardua conquista personal frente a influencias, engaños, dependencias y manipulaciones. Ser ciudadano soberano depende de factores constitucionales internos, y de solvencia externa como Nación. Hoy, con la perspectiva de los últimos 40 años de democracia puede afirmarse que la soberanía nacional de los españoles sufre un retroceso por fraccionamiento y devaluación, y, las libertades ciudadanas, de regresión por amputación, ideologización, censura y adoctrinamiento.

El resto de la experiencia social humana es la historia de la dominación con distintas denominaciones: tiranías, monarquías absolutas, repúblicas socialistas, bolivarianas, nacionalismos étnico-identitarios

A través de la Historia, la emergencia del ciudadano libre sólo ha sido posible, en determinados momentos, en las sociedades democrático-liberales. El resto de la experiencia social humana es la historia de la dominación con distintas denominaciones: tiranías, monarquías absolutas, repúblicas socialistas, bolivarianas, nacionalismos étnico-identitarios…

Hoy las sociedades demoliberales están en regresión; sufren el asedio de la expansión del populismo autoritario mediante la guerra cultural de imposición ideológica que coloniza la mente y conducta de los ciudadanos como estrategia de control y permanencia en el poder: élites de partidos y corporaciones utilizan los recursos públicos y privados para “domesticar” a la masa de población a través de los mass-media, las instituciones del Estado, singularmente la educación, los medios públicos y subvencionados.

Arrecia otra vez la lucha del totalitarismo contra la libertad a escala planetaria: en Europa, Oriente Medio, América, Asia-Pacífico, África mediterránea y subsahariana. Hoy la libertad está amenazada y ninguna democracia real está a salvo.

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