Nadie baraja un triunfo de la izquierda en estas elecciones de Castilla y León, salvo el desprestigiado CIS de Tezanos. Sin embargo es en estos comicios, aparentemente regionales, donde la izquierda recogerá parte del éxito de su política sectaria, pues el cordón sanitario a Vox, que es en realidad a toda la derecha, se lo ha puesto como soga al propio cuello el Partido Popular al comprar el discurso de “no pactar con la ultraderecha”.
Este último año, la trasnochada y trastornada alerta antifascista, que lanzase Pablo Iglesias en la que fue su tumba electoral, el Madrid de Ayuso, ha sido asumida principalmente por quienes fueron sus primeros perjudicados. Discursos altivos y vacíos en contra de las trincheras, mientras cavaban, al mismo tiempo y sin pudor, una inexpugnable y equidistante hacia Vox y Bildu, o Podemos en el mejor de los casos, cuyo partido más parecido no es aquél, sino el PSOE.
Mañueco no es hombre de ideas, pero sí de fobias. Junto a Feijóo y Juanma Moreno construyó en un principio su lugar en el partido a través de la animadversión a Casado en torno a la ficción de una tríada moderada por su anhelo al PSOE y su desprecio a Abascal, cuando el andaluz incluso gobierna gracias a su apoyo. Ahora será el primero que deba formar un Gobierno con ellos si los resultados del domingo se acercan mínimamente a las encuestas, tras su buena campaña bajo el lema “Siembra”. Agrícola, evocador de esperanza y cultura del esfuerzo como forma de vida digna y sencilla.
Indica algo más que un error de estrategia. Indica no haber entendido nada de lo que ocurrió en Madrid, ni de lo que sucede en España y el resto de Europa
El problema de haber participado en la inmoral y peligrosa estigmatización de Vox es que deja sin posibilidad de gobierno a la derecha mientras siga cavando la trinchera de sus diferencias. Es realmente preocupante que el escenario electoral anhelado del Partido Popular, por el que provocó unas elecciones anticipadas en Castilla y León, fuese la repetición del resultado electoral de Ayuso, porque indica algo más que un error de estrategia. Indica no haber entendido nada de lo que ocurrió en Madrid, ni de lo que sucede en España y el resto de Europa.
La fatídica Moción de censura, que tenía perdida Abascal hasta que Casado pronunció su inexplicablemente aplaudido discurso, fue el momento en el que empezó a colocarse la soga de la derrota al cuello. Un callejón sin salida. Los únicos aplausos que entendí entonces fueron los que Pablo Iglesias le dedicó, porque era el único en ese Hemiciclo capaz de ver lo que estaba haciendo el líder de la oposición y que era susceptible de control a través de la presión.
Desde entonces, Pablo Casado ha mostrado su debilidad ante las críticas del adversario mientras actuaba con ferocidad entre sus propias filas. Incluso hacia sus votantes, a los que ha despreciado al no aportar un plan para España de los retos de nuestro tiempo, invocando el voto útil articulado bajo el escenario de gobernar en solitario con apoyo externo de Vox, sin tener en cuenta su fuerza en las urnas, haciéndole responsable de la no formación de mayoría en la derecha y por tanto de entregar el Gobierno a la izquierda.
Un buen resultado en las elecciones del domingo por parte de Juan García-Gallardo invalida la equilibrista apuesta del PP, que ha antepuesto su distanciamiento con Vox a la posibilidad de llegar a la presidencia. Esta ruta de los populares llega a su momento definitivo este domingo en Castilla y León, pues han fiado su llegada al poder a la aceptación de lo inaceptable por parte de sus potenciales socios, ignorando el resultado electoral y sin presentar un plan político. Un verdadero desprecio a los votantes.
Casado deberá decidir la misma noche electoral si recorre el camino de la derrota, pero con los elogios de quien desprecia a la derecha perteneciendo a ella, reivindicando un gobierno en solitario independientemente de los resultados. O si decide cortar la soga que la izquierda y la derecha equivocada le aconsejaron que se colocase. En cualquier caso dudo que Mañueco esté dispuesto a perder la presidencia por una mala apuesta de Casado, aunque él había formado del club de fans de esa jugada.
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