¿Puede haber algo más redundante que preguntar por la soledad a la Inteligencia Artificial? Desde que supe que el querido y admirado periodista José María Carrascal murió sólo en casa mientras su mujer estaba ingresada con Alzheimer, estoy con el run-run de la soledad y la Navidad bailando juntos en mi cabeza como en una canción de Sergio Dalma.
Hagamos un Campofrío. Chat GPT: “Escríbeme una columna de opinión sobre la soledad no voluntaria en España”. Ojito con la máquina sin alma, a la que copio en el arranque entre comillas: “En medio de las vibrantes plazas, bulliciosas calles y cálidas reuniones familiares que caracterizan la vida en España, se yergue un fenómeno silencioso pero persistente: la soledad no voluntaria. Este es un tema que toca el corazón de la sociedad, desafiando la noción de que la riqueza de nuestras relaciones personales está garantizada en un país conocido por su cultura vibrante y comunitaria”. Suena a redacción escolar de la Eso con repeticiones de adjetivos incluidas, pero el eco creíble es de realidad no precisamente virtual y con dosis de terror.
Continúa la IA: “La soledad no deseada es como una sombra que se cierne sobre las vidas de muchos españoles, especialmente entre los más ancianos. La estructura cambiante de las familias, con menos miembros y mayor dispersión geográfica, contribuye a que algunos se enfrenten a días largos y noches solitarias. La modernidad ha traído consigo un ritmo de vida acelerado, y en medio de ese torbellino, algunos se encuentran desconectados, sintiéndose aislados en medio de la multitud”.
De pronto, la máquina se vuelve tribunal: “En un país donde la importancia de la familia es central, la soledad no voluntaria plantea preguntas fundamentales sobre nuestra capacidad como sociedad para proporcionar un sistema de apoyo adecuado. La soledad, en este contexto, no es simplemente una condición individual, sino un desafío social que requiere una respuesta colectiva”.
Muchas soledades detrás de muchas puertas, tras muchos teléfonos móviles, mirando la pantalla, y deseando que el 7 de enero se apaguen las luces y la rutina les saque de su agujero a empujones
Antes de que los columnistas me tachen de intrusa, de impostora, de ponerles la proa dando cancha al algoritmo que aspira a la inteligencia, sigo yo. La soledad son las letras mecánicas que escupe un programa de ordenador, y también es el frío que hace en muchas casas, incluso en esas que brillan mucho desde fuera. La experiencia de cada cual, lo sabe. El vacío doloroso de habitar entre nadies tiene bastante que ver con la tiranía del superego que levanta muros con espinos que saben a cárcel cuando tintinea la Navidad.
Perdónenme que copie-pegue una última consideración del relato que me ha escrito en 0,2 segundos el Chat GPT: “La soledad no debería ser motivo de vergüenza, sino una llamada a la acción para construir puentes entre las personas”. Suena hasta aquí el bofetón de la máquina sobre la piel humana llena de maquillaje que anhela la felicidad yendo, a veces, a contracorriente de los caminos más profundos y sinceros.
Muchas soledades detrás de muchas puertas. Muchas soledades tras muchos teléfonos móviles. Muchas soledades mirando la pantalla. Muchas soledades mustias, tristes, deseando que el 7 de enero se apaguen las luces y la rutina les saque de su agujero a empujones mecánicos de una vida sin chicha como la que narra eficientemente la IA.
La justa soledad
Paradójicamente, el ritmo descabellado de este mundo nuestro, apasionante y atolondrado, invita urgentemente a una soledad que no duele, porque cura. En Las páginas más bellas de Thomas Merton -la IA no lee, sólo computa, colige y esputa- se hace mención a su testamento espiritual, recogido en Amar y Vivir -las dos con mayúsculas, porque eran infinitivos humanamente infinitos-. Destaca la campanada que sonaba tras leer su “vigorosa llamada de atención en un momento en el que se ha vuelto perentoria la necesidad de sustituir los falsos valores de la sociedad de consumo por el redescubrimiento del yo interior, a través de una soledad y un silencio que son el primer paso hacia una auténtica comunicación”.
Navidad. ¿Ruido o melodías? ¿Silencios oscuros o voces cálidas? ¿Monólogo cínico o diálogo social? Alegría y silencio. Noticia y meta-digestión. Ritmo y stop. Urgencias y serenidad. Alma, calma. Familia, jolgorio y sofá. Copas, capas y estar por casa. Equilibrio. Y la justa soledad que las máquinas no entienden, porque el alma no acepta sus cookies.
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