Opinión

La trola del Rey blandengue

Y a todo esto, ¿qué hace el Rey? Desesperados, vuelven la vista hacia la Zarzuela, a la espera de un gesto, una señal. El mensaje de Nochebuena, eso es. Ahí el Monarca les cantará las cuarenta. O no

Cuando se acerca la Nochebuena la gente se acuerda de que tenemos un Rey, al margen de los magos del belén. Y de que se llama Felipe. Cierto, lo ven de cuando en cuando, el día de la Fiesta Nacional ejerciendo de parapeto de Pedro Sánchez; cuando las gaitas de los premios en Oviedo y, quizás, en alguna final de fútbol, que si es con el Barça le pitan. La Reina, que también existe, emerge en algún viaje a África con una oenegé o ejerciendo de musa en actos culturales. Este año, los Reyes lograron una mayor cuota mediática como figurantes de honor en los funerales de la Reina de Inglaterra. God save the Queen que hizo el milagro.

El Rey aparece en la curiosidad de la gente casi al tiempo que el sorteo de doña Manolita. El mensaje y la lotería. Un cuento de Navidad. A ver qué dice, qué corbata lleva, qué fotos hay en el despacho. Una tradición rutinaria, animada en su día por el morbo de comprobar si citaba al padre evaporado en el desierto. Ya no. Desde hace unas ediciones importa más bien poco el asunto Emérito y el discurso Real ha derivado en una pieza anodina, lineal, casi irrelevante.

El trabajo final del filtrado de Bolaños se concreta en cuatro folios epidérmicos que despiertan tanto interés como la presencia de miss Yoli en la Argentina de la ladrona Kirchner

Este año, sin embargo, el interés cotiza al alza. ¿Será de tono duro? ¿Se pondrá de perfil? ¿Le arreará a Sánchez con sutileza? Sabido es que las palabras navideñas son el único opúsculo del Jefe del Estado que se elabora en Zarzuela. Cien por cien made in Corona. Una costumbre que todavía perdura, al menos en parte. El texto sale de la Casa pulcramente elaborado y se remite a Moncloa, donde se revisa, se pule, se cepilla y, tras el vistazo somero del jefe de Gobierno, se remite a su punto de origen. El trabajo final del filtrado de Bolaños se concreta en cuatro folios epidérmicos que despiertan tanto interés como la presencia de miss Yoli en la Argentina de la ladrona Kirchner.

Esta Nochebuena es distinto. Sánchez acaba de rematar la semana más negra de la democracia. De un brochazo ha laminado el Código Penal para ponerlo al servicio de los golpistas catalanes y ha tomado al asalto el Consejo del Poder Judicial para colocar en el Constitucional a unos cuantos obedientes peoncillos con los que consumar el cambio de régimen. En suma, ha desarmado a la democracia y la ha puesto a merced de sus enemigos. Ha acelerado su proyecto de demolición del pacto del 78 y está a punto de pasar a la siguiente pantalla, referéndums de autodeterminación incluidos. Apenas 1,5 millones de catalanes abducidos decidirán el destino de 48 millones de españoles.

Felipe VI no da un paso más allá de lo que corresponde. Sus actitudes de un estricto rigor. Siempre tiene presente el abrupto final de su bisabuelo, abuelo y padre

Y a todo esto, ¿qué hace el Rey? Pues no mucho más de lo que está haciendo. Nuestra Constitución, un rosario de chapuzas, le otorga funciones de 'arbitraje y moderación en el funcionamiento de las instituciones'. O sea, como un ama de llaves sin galones. ¿Y qué pasa si las instituciones desbarran, se atascan o se saltan el perímetro regulado por la ley?. Pues nada, el Rey a este respecto no puede mover un dedo. Si acaso, hilvanar alguna consulta extraoficial o algún encuentro discreto para deslizar luego un consejo o una indicación.

Don Juan Carlos bordaba esta fórmula con su hábil borboneo, quizás necesario entonces, pero ajeno a la ortodoxia. Su hijo no da un paso más allá de lo que corresponde. Sus pasos siguen un estricto rigor. Tiene presente el abrupto final de su bisabuelo, abuelo y padre, una dinastía con dramáticos estrambotes. Además, Sánchez lo tiene acogotado. Le jibariza la agenda, le restringe el movimiento, le reduce la actividad. El lamento de un rey enclaustrado.

Dispone la Constitución que, como jefe del Estado, es el mando supremo de las Fuerzas Armadas, símbolo de la unidad y permanencia del Estado. Por esta rendija es por donde se cuelan los vehementes anhelos de quienes le reclaman una mayor presencia y hasta una más decidida intervención en la cosa pública para frenar la bestial arremetida del mandarín de la Moncloa. El razonamiento es simple: "Si el Rey es, por mandato de la ley suprema, el garante de la unidad y Sánchez trabaja en pro de quienes solo buscan quebrarla, algo tendrá que hacer". Pues no. "Entonces, ¿para qué tenemos un Rey?" En su desesperación, alimentan la leyenda del monarca blandengue, un Felipe VI que se deja comer el terreno, que incluso evita pestañear ante las humillaciones y no es capaz de defender lo propio. Ni siquiera la continuidad de la Institución.

La historia de un PSOE antidemocrático

Craso error. La pregunta no es esa. La cuestión es cómo una monarquía parlamentaria europea, una democracia moderna tiene al frente de su Ejecutivo a un presidente sin escrúpulos, que gobierna en comandita con la ultraizquierda, con los hermanos del crimen y con los impulsores de una asonada golpista. La pandilla basura que pretende derribar cuanto se construyó hace cuatro décadas con el esfuerzo de todos.

No cabe plantearse ahora qué narices hace el Rey, último baluarte de nuestra convivencia, sino cómo es posible que un personaje como Sánchez gobierne, sin contrapeso legal alguno, la cuarta economía de la UE. Los padres putativos de nuestra ley de leyes no cayeron en la cuenta de que en este país hay un partido, fundado por el Iglesias tipógrafo, que desde hace siglo y medio dispensa tanto respeto al orden democrático como Messi a la cortesía en el deporte. La voladura de los pilares del Estado de Derecho es una tentación perenne en la familia socialista, signo característico de su historia, su legado y su presente.

No cabe, pues, esperar extraordinarias sorpresas del discurso navideño del Rey porque es de los pocos españoles que todavía respetan la Constitución, ese marco de comportamiento tan anodino y aburrido como previsible y admirable.

"Más vale sentir en la nuca el hálito glacial del invierno que el caluroso aliento de un león enfurecido", refiere el dicho oriental.

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