Opinión

La vergüenza ajena

Del mismo modo que el miedo del tartamudo es volver al principio de la página que trata de leer, el miedo de quienes nos dedicamos a esto de contarles a

Del mismo modo que el miedo del tartamudo es volver al principio de la página que trata de leer, el miedo de quienes nos dedicamos a esto de contarles a ustedes lo que pasa es la repetición. Que ustedes acaben por decir: ya está otra vez este pelma con la misma matraca de siempre. Y que pasen a otra cosa.

Esta madrugada encontré un espléndido artículo publicado en este periódico por Antonio Sanchidrián cuyo título es “Otra bronca en el Congreso: la misma vergüenza ajena”. Me puse a leer. Es una descripción perfecta de lo que sucedió el miércoles pasado en el debate parlamentario. El paternalismo frailuno, un poco perdonavidas, de Sánchez, que pasaba “del mastín ladrador al cuentacuentos infantil”. Los gritos y la chulería de Casado, “siempre una marcha por detrás”. Arrimadas que hace lo posible por no ahogarse. “Todo a gritos. A mala leche. A la búsqueda del eslogan barato”, decía Sanchidrián. Me extrañó algún nombre algo descolocado, pero me dije: caramba, qué bueno, qué bien ha resumido el debate, o lo que fuese aquello. Solo al final me di cuenta de que ese artículo se publicó el 16 de septiembre del año pasado. Y parecía escrito ayer.

Estamos dando vueltas. Siempre es igual. Los de la tele podrían pasar, el miércoles que viene, cualquier debate de hace seis meses o un año, y difícilmente se enteraría nadie. Las expresiones son las mismas. Los insultos también. Los tonos, los gestos, los ademanes peculiares de cada cual; las imprecaciones, las descalificaciones, las interrupciones de la claque para aplaudir al suyo. Todo igual, semana tras semana. Lo mismo que a los críos de hoy les encantaría ver a Gaby, Fofó, Miliki y Fofito, que arrasaban en televisión hace casi medio siglo pero que son intemporales, estos pelmazos del Congreso también lo son. Pero con muchísima menos gracia.

Lo que dice usted de España y de su gobierno a los políticos extranjeros es de vergüenza ajena, le dijo Sánchez a Casado. Es verdad y hay precedentes. Casado es hombre de pocas ideas propias y repite lo que ha aprendido. Recuerde el alma dormida cómo el canciller alemán, el conservador Helmut Kohl, tuvo que pararle los pies a Aznar cuando este, en charla confianzuda, empezó a poner de vuelta y media a Felipe González. Oiga usted: el presidente González es amigo mío, tuvo que cortarle Kohl, y Aznar no sabía dónde meterse. Casado no hace ahora más que repetir lo que le enseñó su maestro, en lo bueno y en lo malo. Kohl le contó a González aquella anécdota. Los políticos europeos actuales, ante los que Casado murmura y maldice de Sánchez, se lo cuentan también a este, seguramente sorprendidos. Todo es lo mismo. Nada ha cambiado. Nadie aprende nada, y menos todavía de los errores ajenos.

Eso le pone enfermo porque pretende transmitir la idea de que Sánchez es un delincuente, un quinqui, un atracador callejero que roba el bolso a las señoras y la merienda a los niños

Oyendo a Casado, cualquiera diría que es cierto que se envenena vivo cuando hay cosas que al Gobierno (y al país) le salen bien; eso le pone enfermo porque pretende transmitir la idea de que Sánchez es un delincuente, un quinqui, un atracador callejero que roba el bolso a las señoras y la merienda a los niños. Eso es inverosímil, desde luego, pero el otro no se queda atrás: el tono paternalista, el uso sesgado de cifras y datos, que mezcla con astucia para que parezca que este país es el paraíso perdido de Milton; acaba, frailuno, haciendo ver que no entiende cómo Casado y su hueste no se pasan todos a su partido, que es un coro angélico en el que todos se besan y se abrazan y se guardan lealtades eternas mientras entonan salmos a tres voces. Tan inverosímil como lo del otro. Y tan repetido, tan repetido, tan mil veces repetido, semana tras semana, como lo de todos los demás en esas sesiones tediosas, voceonas, inútiles.

Inútiles, esto sobre todo. Varias veces he escrito aquí que lo que hacen las señorías en esos debates no es política: es publicidad. Hablan, actúan, gesticulan para las cámaras de televisión. Si estas desapareciesen, no hay duda de que esa gente se comportaría un modo muy distinto y seguramente mucho más eficaz. Pero con las cámaras allí, eso que hacen no es política. Es espectáculo.

Sacando las cuentas con generosidad, uno llega a la conclusión de que no pasan de 100.000 personas las que ven la pelotera semanal del Congreso, y desde luego no todo el tiempo sino a ratos sueltos

Pero vamos a ver, ¿para quién? ¿Quiénes los ven? Me he molestado en buscar los índices de audiencia televisiva de esos debates que se transmiten en directo por la televisión pública. Son datos difíciles de encontrar porque el número de espectadores que ve esos shows es tan reducido que ni siquiera aparece en los audímetros. Jamás están entre los programas más vistos del día, nunca. El canal 24 Horas, propiedad de TVE, tiene una cuota de pantalla que solo muy de vez en cuando logra llegar al 1,2%. Sacando las cuentas con generosidad, uno llega a la conclusión de que no pasan de 100.000 personas las que ven la pelotera semanal del Congreso, y desde luego no todo el tiempo sino a ratos sueltos. Repito: cien mil personas, y eso siendo muy bondadosos.

El programa Saber y ganar, que conduce en La 2 el gran Jordi Hurtado desde los tiempos de don Felipe IV, tiene una audiencia nueve veces superior a la de esos debates. Y, desde luego, cambia, se perfecciona e innova muchísimo más. La entrevista que le hicieron a Isabel Díaz Ayuso el martes pasado en El Hormiguero; entrevista que sin duda hizo la madre de la presidenta disfrazada de Pablo Motos (no se puede ser más servicial ni más amoroso), fue seguida por 3,6 millones de personas. Repito: más de tres millones y medio de personas pudieron enterarse de que Ayuso tiene bloqueado a Teodoro García Egea en un teléfono móvil… pero en el otro no, lo cual sin la menor duda es un grandísimo consuelo para el secretario general del PP, que debía de andar el hombre preocupado, ¿verdad?

Los diputados del Congreso siguen comportándose como si estuviese pendiente de ellos toajpaña, que es lo que suelen decir los mendrugos que salen en Sálvame y otros albañales parecidos

Los inseguros y sobreactuados aspavientos de Casado fueron vistos por cien mil personas… como mucho. Los melindres, risas y parpadeos de la ambiciosa joven que se ha propuesto quitarle el sitio los vieron 3,6 millones. Yo creo que hay pocas dudas sobre cuál de los dos tiene más éxito. Sin embargo, los diputados del Congreso siguen comportándose como si estuviese pendiente de ellos toajpaña, que es lo que suelen decir los mendrugos que salen en Sálvame y otros albañales parecidos. Pues no es verdad. No les ve a ustedes prácticamente nadie, señorías. Entonces ¿para qué lo hacen?

“Qué clase política nos ha tocado en suerte”, decía aquí Sanchidrián… hace bastante más de un año. “Qué mala pata que sean estos los que nos tienen que sacar de la crisis. Qué concurso de mal gusto, qué manera de arrojarse mierda a la cara. Ésta es la política de hoy en España”.

Que todo siga siendo exactamente igual es lo que da vergüenza. No sé si ajena o de la otra, pero vergüenza.

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