Opinión

El lado correcto de la histeria

La bola de nieve alimentada por la prensa y la política se va haciendo cada día más grande, porque las dinámicas del pánico social son muy difíciles de combatir

No hay que crear alarma, ha dicho la ministra de Justicia, pero cuidado con la nueva epidemia que se está extendiendo por los bares y las discotecas de España: la epidemia de pinchazos. Unos pinchazos que al parecer sirven para introducir alguna sustancia en el cuerpo de las víctimas y hacer más fácil que el agresor pueda abusar de ellas. Por el momento no se ha probado que sirvan para eso, no se ha detenido a ningún sospechoso y no se ha pasado del estado de denuncia (es decir, no se ha probado que existan). Pero da igual. El Gobierno de España, a través de su ministra de Justicia, ya ha puesto en marcha el protocolo habitual. Dice Pilar Llop que los hipotéticos pinchazos son claramente actos machistas para “expulsar a las mujeres de los espacios públicos y de ocio”. 

Este Gobierno es realmente extraordinario. Sus miembros son omniscientes, y por si fuera poco algunos incluso dominan el inglés. El presidente Sánchez y sus ministros no sólo son capaces de establecer la existencia de fenómenos sin correspondencia probada con la realidad, sino que además son capaces de determinar la causa última de esos fenómenos fantasmales. En la moda de los pinchazos la causa, una vez más, es el machismo. Los agresores, si hacemos caso a la prensa y a la política, persiguen al mismo tiempo dos fines: aprovecharse de la presencia de mujeres en espacios cerrados para poder abusar de ellas mediante una sumisión química inexistente, y al mismo tiempo generar pánico para expulsar a las mujeres de esos mismos espacios. Son dos fines que pueden parecer contradictorios, pero si se tiene esa impresión es porque no se aborda la cuestión con perspectiva de género. 

Así que no sólo tenemos la confirmación de que el fenómeno es real, sino que conocemos -sin género de dudas- a los culpables y sus intenciones, aunque aún no haya aparecido ni un sospechoso. Gracias al Gobierno sabemos que hay agresores nocturnos en diferentes puntos de España y que todas las mujeres pueden ser víctimas de esta nueva campaña machista. Le ha faltado sólo el último punto del protocolo: decir que cualquier hombre, a pesar de su apariencia, puede guardar una jeringuilla en casa, y que cuidado con los padres, hermanos, novios o maridos. Pero eso, que no hay que generar pánico social.

Ante la última campaña para generar alarma, el PP podría haber optado por el silencio pusilánime o incluso por la oposición sensata; en su lugar, de manera previsible, ha preferido sumarse al circo

En una democracia modélica la oposición no sólo aspira a ganar unas elecciones, sino que además cumple una función esencial: estar siempre vigilante ante los posibles abusos o estupideces cometidos por el Gobierno. En la nuestra, la oposición decidió hace ya demasiado tiempo que su función era participar con gusto y convencimiento en muchos de esos abusos y estupideces. Ante la última campaña para generar alarma, el PP podría haber optado por el silencio pusilánime o incluso por la oposición sensata; en su lugar, de manera previsible, ha preferido sumarse al circo. Una portavoz adjunta del partido en el Congreso reclamó en rueda de prensa “una respuesta uniforme” del Gobierno a las agresiones para devolver la seguridad a las jóvenes, y también que se incluya en el Pacto de Estado de Violencia de Género si se confirma que se trata de una nueva modalidad de sumisión química. En el partido tienen claro que al incontestable éxito de la Ley de Pandemias sólo puede seguirle una Ley de Pinchazos.

Vox también se ha subido al carro de la histeria, porque a quién no le va a gustar una alarma social del siglo XXI. En un mensaje de Twitter, Santiago Abascal decía que esto es gravísimo y que por eso “nadie habla del asunto”. Nadie salvo el Gobierno, la ministra de Justicia, la ministra de Igualdad, la oposición, la prensa, los programas del corazón y los tertulianos, todos los días, a todas horas, sin aportar ni una sola novedad. Decía también que “marean con frivolidades” y que “nunca les ha importado la seguridad real de las mujeres”, como si Vox no estuviera incluido en el sujeto.

El País Vasco será la primera comunidad autónoma de España que valorará los supuestos pinchazos en las discotecas como delito de odio

Pero sin duda la palma en el compromiso con la generación de inseguridad, y de cosas bastante peores, se la lleva el Gobierno vasco: será la primera comunidad autónoma de España que valorará los supuestos pinchazos como delito de odio. La policía autonómica, según recogía El Correo el pasado sábado, ha distribuido entre sus agentes una orden interna para que a los posibles detenidos por estos pinchazos se les impute el agravante supremo. No sabemos quién pincha, no sabemos ni si los pinchazos son reales, falsos o inducidos por el clima de pánico impostado, pero la Ertzaintza podrá decir que a las jóvenes vascas no las pinchan para violarlas ni por gamberrismo, sino por su condición de mujeres.

El chascarrillo televisivo

La bola de nieve alimentada por la prensa y la política se va haciendo cada día más grande, porque las dinámicas del pánico social son muy difíciles de combatir. Si la prudencia está instalada en nuestro carácter evitamos conclusiones absolutas sobre estos temas. ¿Quién sabe si hay realmente una epidemia, si las denuncias son ciertas, y si estamos ante un problema real? ¿Quién sabe si por el contrario no es más que una moda adolescente? ¿Y quién sabe si es un problema real pero marginal que se está descontrolando alimentado por el sensacionalismo? Como no podemos estar seguros procuramos no posicionarnos, y así se va pasando del chascarrillo de matinal televisivo a los decretos y a las órdenes policiales, con la participación siempre previsible de políticos y periodistas especializados en sacar provecho de todo esto.

Hay algo en la naturaleza humana que nos hace ponernos al servicio de modas ideológicas y de líderes mediocres. El adolescente que se graba replicando el reto imbécil del momento se convertirá, cuando pasen unos años, en el simpatizante, el dirigente o el periodista que repite como un loro la idea imbécil del momento, con la certeza de que está en el lado correcto de la histeria. Llevamos años oyendo que hace falta una “política para adultos”. Fue una idea ilusionante durante un tiempo, pero no es bueno engañarse. El problema no es que no haya adultos en política, sino que todos nosotros somos adultos. Y no somos demasiado distintos de los adolescentes.

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